
Cuando compras una bolsa de arroz, difícilmente piensas en lo que hay detrás de ese grano blanco que llega al plato.
Sin embargo, su historia revela una paradoja preocupante: es esencial para alimentar al mundo, pero también es uno de los cultivos más vulnerables al cambio climático y, al mismo tiempo, uno de los que más contribuye a agravarlo. Esa doble condición lo coloca en el centro de la crisis alimentaria y ambiental global.
Un alimento indispensable bajo amenaza climática
El arroz es la base de alimentación para más de 4, 000 millones de personas y, en algunos países, aporta hasta el 70 % de las calorías diarias que consume la población.
Pero esta dependencia está comprometida. Según el análisis del Foro Económico Mundial, por cada grado Celsius que aumenta la temperatura promedio del planeta, el rendimiento del cultivo de arroz puede caer más del 8 %.
Las olas de calor, las lluvias desordenadas, la sequía, las inundaciones y la intrusión de agua salina en zonas costeras están afectando cada vez más las cosechas, especialmente en regiones donde el arroz se cultiva en altitudes bajas o en llanuras expuestas.
El arroz también está atrapado en otra presión: utiliza entre el 34 % y el 43 % del agua de riego mundial.
En regiones donde los ríos se secan, las lluvias llegan tarde o los acuíferos están sobreexplotados, producirlo se vuelve cada vez más costoso y riesgoso. Si la producción cae, los precios suben y quienes primero lo resienten son los pequeños agricultores y las comunidades más vulnerables.
¿Por qué el arroz también contamina?
La contradicción central del arroz es que no sólo sufre los efectos del cambio climático, sino que contribuye significativamente a él.
El método tradicional de cultivo (campos inundados durante gran parte del ciclo de crecimiento) crea condiciones ideales para que bacterias del suelo generen metano, un gas de efecto invernadero hasta 80 veces más potente que el CO2 en el corto plazo. Se estima que entre el 10 % y el 12 % del metano global proviene de los arrozales.
A esto se suma el uso de fertilizantes nitrogenados que liberan óxido nitroso, otro potente gas que atrapa calor. La agricultura de arroz también implica deforestación en ciertas regiones, pérdida de biodiversidad y uso intensivo de recursos naturales.
El precio que no se ve en la etiqueta
El costo del arroz que pagamos en el supermercado sólo cubre el traslado, el almacenamiento, el empaque y el trabajo agrícola. Pero no refleja los costos ambientales y sociales que implica producirlo.
En esa lista invisible están el agotamiento de fuentes de agua dulce, las emisiones de gases contaminantes, la degradación de tierras agrícolas, la pérdida de medios de vida para agricultores y la creciente vulnerabilidad de los sistemas alimentarios. Es decir, el arroz se vende como un producto barato, pero su verdadero costo lo pagan el planeta y quienes lo cultivan.
El análisis del Foro Económico Mundial indica que ya se están haciendo esfuerzos por monetizar estos costos ocultos: uso de tierras cultivables, gases de efecto invernadero emitidos, pérdida de biodiversidad… para generar una indicación más real del “valor” del arroz y abrir un debate sobre quién paga esos costos.
¿Es posible un arroz sostenible?
Aunque la situación es crítica, también hay soluciones en marcha. Una de las más relevantes es el método de riego alternado, conocido como “AWD” (Alternate Wetting and Drying), que consiste en dejar que los campos se sequen parcialmente antes de volver a inundarlos. Este cambio puede reducir las emisiones de metano hasta en 70 % sin afectar el rendimiento del cultivo.
También se desarrollan variedades de arroz más resistentes al calor, a la salinidad y con menor requerimiento de agua.
A esto se suma la tecnología: sensores, drones y sistemas de inteligencia artificial que permiten optimizar el riego, monitorear la salud del suelo y reducir el uso de fertilizantes.
Un grano que revela mucho más que hambre
El arroz es, en apariencia, uno de los alimentos más sencillos, pero su historia actual desnuda uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo: alimentar a una población mundial creciente sin destruir los ecosistemas que lo hacen posible.
Su valor no está sólo en su precio por kilo, sino en el equilibrio que exige entre el cuidado del planeta y el derecho a la alimentación. Si no se revalúa, el arroz podría dejar de ser símbolo de abundancia y convertirse en el primer gran aviso de escasez.
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Cortesía de El Economista
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