Niñez y violencia: Nellie Campobello

Nellie Campobello fue una de las escritoras y artistas más originales del siglo XX. Nacida en Villa Ocampo, Durango, el 7 de noviembre de 1900, vivió una niñez marcada por la pobreza, el hambre y la violencia. De su innovadora trayectoria en la danza, queda la Escuela Nacional de Danza Gloria y Nellie Campobello. En la literatura, su obra maestra es Cartucho, relatos de la Revolución en el Norte (1931/1940), en que, desde la perspectiva de una niña, narra la terrible violencia que asoló Chihuahua entre 1915 y 1920, cuando la revolución derivó en guerra de facciones. Hoy, cuando la violencia extrema sigue asolando el país, sus páginas cobran particular vigencia.

Campobello destacó en la danza como bailarina y coreógrafa, y en la literatura como narradora, aunque también escribió poesía y ensayo. Mujer de su tiempo, se adelantó a éste en su búsqueda de libertad, de una voz propia y del desarrollo pleno de sus talentos, aspiraciones entonces limitadas para las mujeres. Junto con su hermana Gloria, migró en los años 20 a la Ciudad de México, donde ambas desarrollaron su interés por la danza. Como coreógrafa, Nellie participó en el proyecto cultural nacionalista con ballets masivos y la publicación de Ritmos indígenas de México (1940).

Aunque la vida de Campobello fue muy fructífera, su final, como se sabe, fue trágico. Sola en su vejez, fue secuestrada por una pareja de falsos protectores que la despojaron de sus bienes y ocultaron su muerte, en 1986, que sólo se conoció en 1999, gracias a una investigación de la Comisión de Derechos Humanos de la CdMx. Su voz, sin embargo, permanece en las páginas de Cartucho.

La originalidad de Cartucho radica en el punto de vista de la niña anónima que, desde su ventana, atestigua escenas de violencia feroz, escucha historias narradas por su madre u otros testigos y refiere, sin juicios de valor, la muerte de amigos, conocidos y desconocidos, que perecen en un conflicto donde, más que ideologías, prevalece la lealtad a un jefe. La narradora, alter ego de Nellie, se distingue por su sensibilidad y capacidad de observación que le permiten humanizar a personajes modestos, hombres jóvenes sobre todo, porque se fija en su apodo, una prenda o un gesto particular. El tono contenido, despojado de dramatismo, contrasta con el horror de la violencia que destruye cuerpos y vidas.

Desde la distancia emocional que da la normalización de una violencia cotidiana, la niña narradora describe un cadáver sucio tirado en la calle, unas vísceras estalladas y limpias, la figura de un fusilado digno, como si la violencia fuera un juego y los personajes títeres del destino. Al mismo tiempo, transmite el rostro de estos seres, cuyos fragmentos de vida y voces también recoge. La cualidad infantil de la narradora, permite contar la violencia directamente, sin juicio moral, con cierta emoción, sin ignorar el dolor.

Vivir y ver la violencia, afecta la voz. El relato se contiene, se ciñe a los hechos, a las repercusiones de una muerte en la calle, en una batalla, en un fusilamiento, se interrumpe de dolor o emoción. Estas parcas expresiones emotivas trasmiten por elipsis el impacto de la violencia en la subjetividad, expresan el dolor de una pérdida más sentida que otras, como en el relato “Cuatro soldados sin 30-30”. La niña se había identificado en la sonrisa con un soldado flaco que pasaba delante de su casa. Cuando ve muerto a su amigo después de una batalla, dice: “me quedé sin voz, con los ojos abiertos, abiertos, sufrí tanto, se lo llevaban”. La delicadeza de esta expresión de dolor intensifica su sentido. La violencia no sólo acalla a sus víctimas directas, deja sin palabras a quienes las acompañan, a su comunidad.

Éste y los demás relatos de Cartucho nos hablan hoy también de la violencia que destruye las vidas de niños, niñas y jóvenes. Reconocer su dolor y exigir el cese a tantas atrocidades es obligación ciudadana.

Cortesía de El Economista



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