
En la primera semana de la COP30 en Belém (Brasil), la Amazonia se ha convertido en espejo de las contradicciones de la política climática global: discursos encendidos contra los combustibles fósiles, promesas de financiamiento para adaptación, un protagonismo inédito de China y de los pueblos indígenas… todo ello en medio de la ausencia del gobierno de Estados Unidos y de crecientes tensiones por la seguridad del evento.
A mitad de cumbre, el balance muestra un mundo que intenta sostener el lenguaje de la ambición climática, mientras la ciencia advierte que la ventana para limitar el calentamiento a 1.5 °C está a punto de cerrarse.
1. Un arranque bajo la sombra de 1.5 °C
La semana comenzó con un regaño directo desde la propia ONU. En una cumbre de líderes previa a la COP, el secretario general António Guterres acusó a gobiernos y empresas de no estar a la altura del objetivo de 1.5 °C, mientras la ciencia advierte que ese umbral podría rebasarse alrededor de 2030.
“Demasiadas corporaciones están obteniendo ganancias récord de la devastación climática, con miles de millones gastados en grupos de presión, engañando al público y obstruyendo el progreso”, dijo, antes de trazar un dilema tajante: “Podemos elegir liderar o ser llevados a la ruina”.
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Los datos acompañan el tono. La Organización Meteorológica Mundial anticipa que 2025 será probablemente el segundo o tercer año más cálido jamás registrado, con una temperatura media hasta agosto de 1.42 °C por encima de los niveles preindustriales, después de los récords de 2023 y 2024. “Continúa la alarmante racha de temperaturas excepcionales”, alertó su secretaria general, Celeste Saulo.
No todos los grandes emisores, sin embargo, se sentaron a escuchar el mensaje. Cuatro de las cinco economías más contaminantes del planeta (China, Estados Unidos, India y Rusia) estuvieron ausentes de la cumbre inicial de líderes, y el gobierno de Donald Trump decidió no enviar una delegación oficial a la COP30, algo inédito en tres décadas de negociaciones climáticas.
2. ¿Gran acuerdo o apenas “pequeñas victorias”?
Desde el arranque formal de la COP el 10 de noviembre, la presidencia brasileña dejó claro que esta no sería necesariamente la cumbre de un gran tratado final, sino de aterrizar compromisos previos y avanzar en temas específicos sin quedar atrapados en vetos cruzados.
“Mi preferencia es no necesitar una decisión de la COP”, dijo André Correa do Lago, presidente de la conferencia, al plantear que los países podrían concentrarse en iniciativas que no requieran consenso formal.
Sobre la mesa sigue flotando un asunto explosivo: cómo traducir en decisiones concretas el compromiso, asumido en 2023, de abandonar gradualmente las fuentes de energía más contaminantes. Brasil y varios países europeos empujan por un lenguaje fuerte que consolide la transición lejos de los fósiles, pero la resistencia de grandes productores complica el camino.
El jefe negociador ruso, Vladimir Uskov, lo resumió con crudeza al cuestionar la propuesta brasileña de construir una hoja de ruta para dejar atrás los combustibles fósiles:
“Está bien hablar de eliminar los fósiles cuando se vive en países desarrollados como Francia. Pero en lugares como Belém, donde personas no tienen acceso a electricidad o alimentos, no podemos decir que necesitamos energía solar o eólica… Necesitamos una buena mezcla: gas natural, energía nuclear, fósiles. Si empezamos a vivir sin combustibles fósiles, incluso las personas en Francia sufrirán, créame”.
Desde el sector privado, el mensaje tampoco es de despedida inmediata. El CEO de Exxon Mobil, Darren Woods, aseguró que los hidrocarburos “van a jugar un papel crítico en la vida de todos durante mucho tiempo”, y planteó que la verdadera pregunta es si se seguirán quemando como combustible a medida que avancen nuevas tecnologías.
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Al mismo tiempo, la Agencia Internacional de Energía publicó su informe anual recordando que, aun con los retrocesos en la política climática de Estados Unidos, las energías renovables, impulsadas por la solar fotovoltaica, crecen más rápido que los combustibles fósiles en todos los escenarios, con una posible estabilización de la demanda de petróleo hacia 2030. Pero si el mundo se queda en las políticas actuales, la trayectoria implicaría superar los 2.5 °C de calentamiento hacia finales de siglo.
3. Adaptación y dinero: la factura de las tormentas
Si durante años la discusión se concentró en los recortes de emisiones, en Belém la adaptación se ganó los dos primeros días oficiales de la agenda. Las imágenes de tifones que golpean el sudeste asiático, inundaciones en Jamaica y tormentas severas en Brasil sirvieron de telón de fondo para un debate duro: cómo financiar la resiliencia en un mundo ya más caliente.
Un informe de la ONU calcula que los países en desarrollo necesitarán hasta 310,000 millones de dólares anuales de aquí a 2035 solo para adaptarse a los impactos del clima extremo. Diez bancos de desarrollo multilaterales dijeron que seguirán destinando más recursos a este rubro; el año pasado canalizaron más de 26,000 millones de dólares a economías de bajos y medianos ingresos para adaptación.
A la par, un fondo de la ONU prepara un nuevo bono de impacto por 200 millones de dólares para 2026, destinado a cerrar brechas en datos meteorológicos, clave para anticipar desastres. Y la Fundación Bill y Melinda Gates anunció que invertirá al menos 1,400 millones de dólares en cuatro años para ayudar a agricultores de África subsahariana y Asia a acceder a tecnologías de adaptación: desde biofertilizantes hasta mapas de salud de suelos y nuevas variedades de cultivos resistentes a enfermedades y temperaturas extremas.
“Se trata de personas que han contribuido mínimamente a las emisiones de gases de efecto invernadero que causan el cambio climático, pero que son las más afectadas porque los efectos del cambio climático afectan a su capacidad para alimentarse y alimentar a sus familias”, dijo su director general, Mark Suzman.
4. La Amazonia y los pueblos indígenas, del símbolo a la protesta
Belém fue elegida sede de la COP30 justamente para poner a la Amazonia y a sus pueblos en el centro. Y esa presencia se ha sentido tanto dentro de las salas de negociación como en las calles.
Desde días antes de la apertura, líderes indígenas navegaron unos 3,000 kilómetros desde los Andes hasta la costa brasileña, para exigir mayor poder de decisión sobre sus territorios y denunciar la expansión de actividades como minería, tala y extracción de petróleo en los bosques. “Queremos asegurarnos de que no sigan prometiendo, que empiecen a proteger, porque nosotros como indígenas somos los que sufrimos estos impactos del cambio climático”, dijo el peruano Pablo Inuma Flores.
Pero la tensión escaló pronto. El martes, decenas de manifestantes indígenas irrumpieron por la fuerza en la sede de la COP y se enfrentaron con los guardias en la entrada principal. Dos miembros del personal de seguridad resultaron heridos y la ONU cerró temporalmente el acceso mientras se restablecía el perímetro.
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La escena se repitió, esta vez de forma pacífica, el viernes, cuando otro grupo bloqueó el frente del recinto con banderas y mantas donde se leía “Nuestra tierra no está en venta”.
El pueblo munduruku exigió en un comunicado detener todos los proyectos de desarrollo en la Amazonia, desde carreteras y ferrocarriles hasta nuevas prospecciones petroleras, y lanzó un mensaje directo al presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva: “Nos negamos a ser sacrificados por la agroindustria”.
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Aunque dentro del recinto las negociaciones continuaron, la ONU reconoció “incidentes de seguridad” y Brasil se vio obligado a reforzar el dispositivo en coordinación con el organismo: más agentes, nuevas barreras, ajustes en accesos y respuestas a quejas sobre filtraciones de agua y problemas de climatización en el centro de convenciones.
“Todas las cuestiones relativas a la seguridad fueron resueltas. Ya no hay ningún problema”, aseguró André Correa do Lago, intentando disipar dudas sobre la capacidad del país para gestionar la mayor conferencia climática celebrada hasta ahora en la Amazonia.
5. Vacío de Washington, ascenso de China y el papel de California
La cumbre de Belém también ha servido para escenificar un reacomodo geopolítico. Por primera vez en 30 años, el gobierno de Estados Unidos se ausenta de una COP, luego de que Donald Trump volviera a retirar al país del Acuerdo de París y recortara incentivos a las energías limpias.
En ese vacío, China se ha movido con rapidez. Su pabellón domina el vestíbulo principal junto al de Brasil: funcionarios, empresas solares, fabricantes de baterías y automotrices eléctricas presentan su oferta tecnológica a gobiernos y ONG, mientras diplomáticos tejen acuerdos discretos para mantener el proceso en marcha. Observadores señalan que, con su capacidad de producción masiva de energías renovables y vehículos eléctricos, Pekín se ha convertido en un actor central de la diplomacia climática, aunque persisten dudas sobre si su compromiso de reducir emisiones al menos 7% desde su pico hacia 2035 es suficientemente ambicioso.
Desde Estados Unidos, la respuesta no ha venido de la Casa Blanca, sino de los estados. El gobernador de California, Gavin Newsom, se ha convertido en una de las figuras políticas más visibles de la COP30.
“Estados Unidos es (…) tonto en este asunto, pero el estado de California no lo es”, dijo al criticar la decisión de Trump de ceder el mercado de tecnologías limpias a China. También insistió en que, para conectar con la ciudadanía, el cambio climático debe explicarse como un tema de costo de vida, citando el aumento de primas de seguros en estados golpeados por huracanes, inundaciones o incendios como Florida, Nueva Jersey y la propia California.
En otro frente, Newsom rechazó los planes de reactivar la explotación petrolera costa afuera “a lo largo de las costas de California”, prometiendo que sería “sobre nuestro cadáver”. Y lanzó un mensaje político de largo alcance: “Trump es temporal”, dijo, al subrayar que cualquier futuro presidente demócrata regresaría de inmediato al Acuerdo de París.
La ex jefa de la ONU para el clima, Christiana Figueres, fue incluso más dura: consideró “positivo” que Trump no estuviera en la sala porque eso reduce las posibilidades de “intimidación directa” sobre otros países.
6. México: hoja de ruta “ambiciosa, transformadora e integral” para la descarbonización y la adaptación
Durante la Sesión Plenaria de la Cumbre Climática de Líderes en Belém do Pará, la secretaria de Medio Ambiente, Alicia Bárcena Ibarra, reafirmó el compromiso del Gobierno de México con la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático y presentó la Tercera Contribución Determinada a Nivel Nacional (NDC 3.0), el documento que orientará la acción climática mexicana hacia 2035 y a lo largo de las próximas décadas.
En nombre de la presidenta Claudia Sheinbaum, Bárcena subrayó la necesidad de “rescatar el multilateralismo” para enfrentar una emergencia climática que, dijo, ya no es una advertencia sino “una realidad que nos iguala como humanidad”. Recordó las recientes lluvias devastadoras en México, que dejaron 90 municipios incomunicados, más de 100,000 viviendas dañadas y 80 vidas perdidas, como muestra de la vulnerabilidad creciente ante fenómenos extremos.
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Bárcena explicó que México llega a la COP30 con una posición regional articulada junto con 22 países de América Latina y el Caribe, centrada en fortalecer la adaptación mediante soluciones basadas en la naturaleza. La región, enfatizó, aporta apenas 11% de las emisiones globales, pero es una de las más vulnerables y biodiversas del planeta.
En esa línea, México reafirmó su adhesión a la iniciativa Bosques Tropicales para Siempre propuesta por Brasil y destacó la creación de la Gran Selva Maya, un corredor de 5.7 millones de hectáreas establecido con Guatemala y Belice.
La NDC 3.0 establece por primera vez metas absolutas de mitigación: México se compromete a que en 2035 las emisiones netas no superen entre 364 y 404 millones de toneladas de CO₂ equivalente de manera no condicionada, una reducción superior al 50% respecto al escenario tendencial, y contempla una meta condicionada aún más estricta, entre 332 y 363 millones de toneladas. La visión de largo plazo apunta a alcanzar emisiones netas cero a mediados de siglo.
El llamado Plan México articula estos objetivos mediante una transformación integral de sectores como transporte, electricidad, industria, agricultura, petróleo y gas, residuos y construcción, con énfasis en impulsar la economía circular y reducir emisiones de metano.
La secretaria señaló que la adaptación “es uno de los principales elementos” de la estrategia, al reforzar la prevención, la seguridad alimentaria y energética, la conservación de la biodiversidad y la protección de infraestructura crítica. Adelantó que México publicará en 2026 su primera política nacional de adaptación y que la NDC incluye un componente de pérdidas y daños, así como otro destinado a medios de implementación para asegurar financiamiento, tecnología y fortalecimiento de capacidades.
Bárcena detalló que la NDC 3.0 incorpora además un componente transversal que integra perspectiva de género, derechos humanos, transición justa y equidad intergeneracional. Reconoce que pueblos indígenas, comunidades afromexicanas, mujeres, infancias y juventudes son especialmente vulnerables, pero también actores clave de la transformación climática.
Al cerrar su intervención, llamó a que la COP30 emita “una señal política clara” de determinación global:
“Cada retraso se traduce en pérdidas y daños irreparables… Es una acción colectiva que exige nuestra valentía: valentía de invertir en la vida y no en el carbono… Aún tenemos tiempo para salvaguardar la meta de 1.5 grados, pero la ventana de oportunidad se está cerrando. Es momento de dejar morir el viejo mundo para dejar nacer uno nuevo”.
7. Entre promesas y tensiones: qué deja la primera semana
A punto de cerrar la primera mitad de la COP30, el clima que se respira en Belém es paradójico. Por un lado, hay señales de avance: la adaptación por fin ocupa un lugar central, los bancos de desarrollo y fondos climáticos anuncian nuevos instrumentos, las renovables siguen ganando terreno frente a los fósiles, y países como México refuerzan sus compromisos.
Por otro, crecen las dudas sobre la capacidad del sistema multilateral para producir decisiones a la altura de la emergencia: la presidencia brasileña habla de sumar “pequeñas victorias” más que de un gran pacto; Estados Unidos se autoexcluye del proceso; Rusia y las petroleras defienden el papel de los combustibles fósiles; y en la calle, los pueblos indígenas recuerdan que el tiempo de las promesas vacías se agotó.
“En este escenario de la COP30, su trabajo aquí no es luchar unos contra otros, su trabajo aquí es luchar contra esta crisis climática, juntos”, insistió Simon Stiell, jefe de clima de la ONU, al abrir la conferencia.
Con información de AFP/ Reuters
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Cortesía de El Economista
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