Pesimisma: La cantina del pueblo

Le digo a una amiga que con frecuencia añoro el imaginario de la cantina del pueblo, ese lugar donde, en las películas, siempre se encuentra media isla para tomarse una cerveza. Ahí no tienes que quedar con nadie, sino solo irte a sentar cualquier día en cierto extenso horario y seguro que te encuentras con alguien o álguienes. En mi fantasía, tus amigxs y enemigxs convergen por igual en sus bancas de madera alargadas y antiguas, y la mayor parte del tiempo todo es buena onda. Ahí se resuelven trifulcas, se crean nuevos entuertos. Uno que otro duelo a muerte es bienvenido. Qué nostalgia de lo inexistente.

La logística de los encuentros en una ciudad tan grande, voluble y explotadora como esta causa fatigas por anticipado. Dolores de cabeza entre itinerarios incompatibles y cálculos de tiempo por triplicado, no vaya a ser que más bien tu cita termine siendo con la frustración de una hora pico. Lo bueno de la CDMX es su variedad. Lo malo es su dispersión. La posibilidad de que te encuentres a alguien en un sitio es pequeña, aunque por supuesto que entre grupos sociales más o menos endogámicos sí ocurre un poco eso, pero esa interacción suele limitarse a un saludo y un cómo-has-estado porque se da en medio de otros eventos apretadamente programados.

Pienso mucho en el concepto del Tercer lugar, propuesto en los años 80 por el sociólogo Ray Oldenburg para designar esos espacios informales, neutrales y accesibles que funcionan como lugar de encuentro social fuera de la casa o el trabajo. Estos lugares tienen una función importante para sostener comunidades porque invitan a los encuentros fortuitos entre gente que no es tan homogénea. Un parque es un tercer lugar, como lo es un centro comunitario. La importancia de los lugares de reunión fuera de casa es incalculable. Te permiten encontrarte con quien ya conoces, pero incluso, a lxs intrépidxs que aún saben socializar, les permiten encontrarse con gente nueva.

Con frecuencia, cuando se habla de estos lugares es para decir que están desapareciendo. Esto obedece a cambios profundos: desde la subida de las rentas que presionan para priorizar lo redituable a lo comunal, hasta cambios culturales que invitan a privilegiar los encuentros privados, o internet como un “lugar” de encuentro calculado. En la CDMX, también tiene que ver con que esta ciudad son muchos pueblos a la vez. No sé bien en qué termine eso, pero sigo pensando cómo vamos a sustituir la plasticidad que te da ejercitar ese músculo llamado socializar con la diferencia cuando cada vez más podemos curar nuestras vidas e interacciones. Mientras, yo seguiré romantizando mi idea de la cantina del pueblo, a pesar de que el dicho “pueblo chico, infierno grande” y todas las películas donde aparece esa figura tienen un par de cosas malas que decir al respecto.

Cortesía de Chilango



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