Recuperar un río, crecer un bosque, unir una comunidad: el gran avance de la recuperación del Delta del Colorado en la reserva El Chaussé, Mexicali

Cuando se llega a Mexicali la primera impresión es que el aire es más liviano. Es una ciudad, por supuesto, pero su espíritu es agreste, con su cielo azul con la Sierra Cucapá de un lado y un horizonte inacabable del otro. En estos días de octubre el clima es soportable. Alguien me dijo que si hubiéramos llegado un par de semanas antes el calor nos habría hecho caminar rápido porque el pavimento quema y hay que salir de él tan pronto como se pueda.

Es bueno que el calor de tregua porque vamos a andar al aire libre. El termómetro marca 30 grados pero no se sienten. Será que vamos a un bosque y los dioses de la sierra nos quieren respetar.

Con un grupo de prensa vine a visitar la reserva de El Chaussé, en el Valle de Mexicali, donde la Alianza Revive el Río Colorado (o Raise the River, como se le conoce internacionalmente) ha organizado su festival anual para dar a conocer su labor recuperando el Delta del Colorado en el territorio mexicano. El bosque recuperado de El Chaussé es uno de sus casos de éxito.

Pero antes de hablar del propio Colorado y sus problemas, quiero hablar de la gente. Una iniciativa como Revive el Río Colorado no podría entenderse sin las personas que la impulsan y la comunidad que va a quedarse con el río. Gente como Ale Calvo, bióloga cuyo amor por las aves se contagia cuando la ves imitando las llamadas y trinos de los pájaros. Como Pete McBride, fotógrafo de National Geographic que navegó el Colorado hasta llegar a la tierra seca que parecía la muerte del río y se sintió tan personalmente afrentado que ha hecho suya la causa del Delta. O como Carolina Sánchez, que después de estudiar una ingeniería ambiental regresó a su tierra del Valle de Mexicali y con los agricultores con los que creció ha ido creando formas sustentables de cosechar y criar animales: una nueva cultura de agricultura que, al mismo tiempo que conserva el equilibrio ecológico, también da para vivir. 

Y como Aída Navarro, que coordina los esfuerzos de la Alianza, una suerte de malabarista que lidia lo mismo con esfuerzos filantrópicos que con reuniones con tomadores de decisiones tanto en el sector público como en el privado. “Como sucede con organizaciones como la Alianza, dependemos de la filantropía, pero también hemos logrado acuerdos con instituciones públicas como Conagua, que nos ha dado tierras concesionadas (como la reserva que hoy es El Chaussé). La recuperación del esfuerzo coordinado tanto en México como en Estados Unidos, y con los gobiernos de ambos países”. 

La Alianza está conformada por instituciones tan respetables como el Sonoran Institute (pionera en el esfuerzo para recuperar el Delta) o Pronatura Noroeste, como por otras más flashy como el Redford Center y la National Audubon Society. También se ha involucrado al pueblo cucapá —uno de los esfuerzos más importantes para el Sonoran Institute ha sido incluirlos de manera protagónica en la recuperación del Delta— y la Universidad Autónoma de Baja California.
Es un juego con pelotas de goma y una de cristal: mientras que los ires y venires de dinero y apoyos públicos son bolas que rebotan, la labor medioambiental es de cristal y debe ser protegida a toda costa. Al menos así me parece a mí cuando platico con los personajes que asisten a este pequeño festival ecologista que está a medio camino entre la rueda de prensa y reunión de ex alumnos de una escuela activa.
El Chaussé está conformado por varios elementos: un bosque, un apiario y un vivero. Decido recorrer la reserva con jóvenes guías que nos invitan a darnos un “baño de bosque”. Escuchamos el aire entre los árboles y los otros sonidos silvestres que hasta hace una década eran meros recuerdos de tiempos mejores cuando el Colorado inundaba estas tierras. A lo lejos unos gallos cantan y eso nos recuerda que estamos en tierras de crianza, ahí donde existe esta incipiente reserva también la vida de los agricultores continúa con resultados agridulces: sí, la reserva es necesaria pero hay una combinación, y quizá competencia forzada, entre el agua que llega para la actividad agrícola y la que sirve para restauración de este ecosistema. 

Para llegar al Chaussé el camino es divertido. Primero, una camioneta que nos lleva por las afueras de la ciudad, terracería pura. Al llegar a la reserva subimos a una especie de plataformas motorizadas. También hay trocas y tengo ganas de ir en una pero nos toca el tratamiento vip. Vamos sentados en pacas de paja para que nos sintamos todavía más campiranos. Allá vamos.

Caminamos por el bosque, un bosque muy vivo —aunque no especularmente frondoso, nos explican que es por la época del año— de 63 hectáreas que se han recuperado en apenas una década. Un éxito de escándalo. Me llama la atención la tierra, que es una suerte de arena de playa, blanca y suelta, menuda y densa al mismo tiempo: la sensación al pisarla es placentera pero extraña, diferente. 

¿Cómo es esta tierra tan generosa que en una década alimenta a este bosque renacido? Le pregunto a nuestra guía: esta tierra pseudoplayera es el limo que dejó el cauce histórico del río, de ahí su fertilidad. Durante años los agricultores de la zona tuvieron una relación ambigua con el Colorado: al mismo tiempo que alimentaba las tierras de cultivo también las inundaba. Era un caudal. 

Y luego se secó. 

¿Qué pasó? Eso: ¿qué pasó con el Colorado de nuestro lado de la frontera, por qué el Delta se murió, qué le pasó a esa arteria que pulsa al corazón del noroeste? ¿Cómo se agotaron estas aguas que solían llegar hasta el Golfo de California? 

La historia de un divorcio entre la explotación humana y un frágil ecosistema 

Como suele ser con los divorcio, hay una serie de variables que llevan a la separación. Aída Navarro me informa de esta línea temporal. Hacer historia es fundamental para entender el éxito de la Alianza: 

En 1922 se firma el primer tratado para repartir las aguas del Colorado entre México y Estados Unidos. El acuerdo vino con taras desde su concepción: se estimó un cauce del Colorado que con el tiempo no fue sostenible, el río de ese año estuvo especialmente generoso, pero este no era el caso regular. Como suele ser con la naturaleza, el capricho silvestre es inescrutable. Además, el reparto fue dedicado exclusivamente a la explotación humana. Se abusó de esas aguas hasta agotarlas poco a poco. Se acabó el río alegre que alimentaba a tierras y hogares. 

Una década después se construye la Presa Hoover junto a un conjunto presas más pequeñas que alteran el flujo del Colorado. Pero la construcción de la Hoover, una hidroeléctrica que alimenta a siete estados en EEUU, no es un factor tan relevante como podría suponerse. Las razones medioambientales, como las sequías —pan caliente y de todos los días en el noroeste inclemente—, el cambio climático y la explotación de recursos sin tregua son más importantes. 

En 1944 se firma otro acuerdo de aguas entre los dos países, un reparto hídrico en ciclos de cinco años en los que tanto México como Estados Unidos comparten intercambios de agua (o “pagos”, para ser estrictos con el lenguaje político que a veces no dice nada pero suena relevante). México no ha podido mantener sus pagos porque llana y groseramente no hay agua. 

Afortunadamente con el cambio del siglo hay una transición: en 2012 se firma el Acta 319 que provee agua para el Delta del Colorado ya con partidas especialmente dedicadas a su restauración. 

Pero antes, esto es cine, literalmente: el documental Watershed, producido por la Fundación Robert Redford, dirigido por Mark Decena y narrado por el propio Redford, atrajo el ojo del gran público a la problemática del Colorado. Más importante quizá es que acercó la causa a donadores importantes y organizaciones no lucrativas cuyo carisma empresarial importa, como la Fundación Carlos Slim y la Walton Family Foundation, de la familia dueña de la cadena Walmart. El documental fue exitoso para algo más que un óscar: fue el germen de la Alianza Revive el Río Colorado.
Así que en 2014 el Acta 319 permitió una fiesta conocida como el Flujo Pulso. Se liberó desde las presas un flujo inédito de agua hasta el Delta durante ocho semanas. El resultado fue hermoso. Generacionalmente, poca gente recuerda cuándo el río fluía así, cómo alimentaba las tierras, daba gozo y refrescaba el calor de Baja California y Sonora. Fue la primera vez desde 1998 que el Colorado volvía a llegar hasta el mar. 

Y aquí estamos, casi una década después, recorriendo un bosque que hasta hace unos años no existía. 

El Chaussé es solo una de las áreas naturales recobradas gracias al trabajo de la Alianza. Otros sitios como el Vado Cebollero, Janitzio, Laguna Grande y el sitio conocido como Miguel Alemán, todos ubicados entre Baja California y Sonora, zonas fronterizas, conforman las 500 hectáreas recuperadas que revelan un gran éxito ecológico. 

La gente del río: los cucapás

Pienso y camino. Si este bosque existe también hay una comunidad local que tiene que vivirlo, cuidarlo. Entra aquí el pueblo cucapá. Para los cucapás el Colorado es una figura paternal, como me explica Amelia Fierro, una de las representantes de los cucapás en el evento. “Para nosotros el río es nuestro padre y lo seguimos a dónde nos lleve. Allá donde están los cucapás del norte, acá donde estamos nosotros. Acá lo buscamos y lo amamos, y lo necesitamos”. Amelia trae bonitos trabajos tradicionales de su gente: collares, pecheras y brazaletes hechos con pequeñas cuentas de vidrio. El festival funciona como una feria que les permite vender sus obras artesanales y los productos de su labor diaria en los campos que rodean al Colorado.

Me acerco a Alonso Pesado, maestro artesano —“cucapá cien por ciento”, aclara—, otro de los representantes de los cucapás en el festival. 

(Todo hay que decirlo: me hubiera gustado una mayor presencia de los cucapás, algo que no fuera sólo performativo y estético. No seré injusta tampoco: el Sonoran Institute, parte clave de la Alianza, lleva años incluyendo al pueblo cucapá en las labores por el Delta). 

Hay un espacio en el evento para las bendiciones y danzas cucapá, pero no son muy atractivas para un público que ya está más interesado en los tacos de asada que siguieron al paseo por el bosque. Alonso, un poco cansado de la situación, me da una breve entrevista con un aire medio hostil: 

“Cucapá significa ‘los que viven en el río’. Somos los que vivimos ‘dentro’ del río. Hay muchos orígenes, yo ya no me identifico así, pero sí somos los que vivimos en el Colorado. Mi padre era agricultor, también mi abuelo. Yo soy artesano, pero mi hermano se sigue dedicando a la agricultura y necesitamos el río. Pero somos minoría y por eso al poder no le interesamos”, me explica. 

Menos de 600 cucapás viven en el Valle de Mexicali. Entre ellos solo la tercera parte hablan su lengua nacional. Con el Sonoran Institute hay trabajos para recuperar la lengua de los cucapás entre los niños y jóvenes del pueblo —hay cucapás de ambos lados de la frontera, en Arizona se les conoce como los cocopá, separados de sus pares mexicanos, comparten con ellos lengua y cosmovisión; y en tierras mexicanas ocupan poblaciones como Pozas de Arvizu, Somerton y El Mayor tanto en Sonora como en Baja California Norte—, pero Alonso no es optimista. “Al gobierno no le importamos”, repite. “Así, directo. El gobierno no nos explica qué hacer acá en esta franja, no impulsa nuestra cultura ni nuestra lengua nativa. No sólo es la agricultura. También la pesca. En Pozas se vive de la pesca, y cuando no hay, ¿qué?”. Hace un gesto de cansancio de nuestra breve conversación. “El río se va pero nosotros nos quedamos”.

Y sí, hay que involucrar a la comunidad local, después de todo ellos se van a quedar con esta tierra, con este río. Ya más alegre, Alonso me dice que lo mejor de El Chaussé es el apiario: les permite generar recursos y ganarse la vida de otra manera con la miel y los otros productos que producen las abejas. 

La comunidad no son sólo los cucapás, también están los campesinos locales. Carolina Sánchez representa sus labores de supervivencia durante las largas sequías del Valle de Mexicali. Junto con agricultores y criadores de animales para consumo, han implementado proyectos de silvicultura que incluye la siembra estacional y la crianza de aves, caprinos y reses. Y ya hay frutos: orgullosos, los trabajadores del Valle llevan sus productos como los quesos Tres mezquites, “ideales para combinar con vino”, me dice la señora que me vende una pieza (y sí estaba muy bueno, la verdad). 

Una conservación exitosa… hasta ahora 

Regreso a mi charla con Aída Navarro, la coordinadora de la Alianza. Aída es optimista. Me dice que El Chaussé es solo una de sus zonas recuperadas. “Tenemos ya 500 hectáreas recuperadas y hemos sembrado un millón de árboles de especies nativas. Trabajamos con científicos, agrónomos. No se trata nada más de reforestar con buenas intenciones, tenemos un ecosistema que respetar”.

Álamos, mezquites y sauces nos rodean en el bosque. ¿Y qué dice el bosque? Que esta conservación es exitosa. Muchos vemos el activismo con sospecha, como puras palabras y corazoncitos que son más buenos deseos que metas realizables. Bueno, la Alianza es prueba de que cuando los varios sectores se unen, desde la iniciativa privada hasta el Estado, pasando por la academia y la gente de a pie, las buenas intenciones pueden convertirse en verdaderos cambios. Hay causas que per se son nobles; el medio ambiente es una. A veces parece que la hemos abandonado pero obras como el bosque de El Chaussé dan entusiasmo, un verdadero éxito. Al menos hasta ahora.

Por el momento el agua que llega al Delta viene de una partida específica. Como Aída me explica, actualmente se trabaja bajo un nuevo acuerdo binacional, el Acta 323, que tiene entre sus objetivos el Delta y su recuperación para que vuelva a llegar al mar de manera sostenida. Pero esta Acta 323 termina en 2026. Mientras la fecha de ese final llega, la Alianza sigue trabajando para continuar la labor y asegurar un futuro para la obra hecha y la que sigue : se recupera un río, se crecen bosques y se crean comunidades.

Para visitar El Chaussé hay que estar atentos a las invitaciones y recorridos organizados por la Alianza Revive el Río Colorado en la página reviveelrio.org.        

Cortesía de El Economista



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