Del empleo al propósito: el cambio silencioso del trabajo en México

Durante décadas, en México asumimos que el empleo formal era la ruta más segura hacia el progreso. Tener un contrato, un horario definido y un jefe daba una sensación de estabilidad que pocas veces se cuestionaba. Pero esa seguridad, que parecía tan sólida, comenzó a desgastarse lentamente hasta dejar al descubierto una realidad incómoda: hoy, millones de mexicanos ya no pueden sostener una vida digna únicamente con un empleo tradicional.

Los datos más recientes del INEGI muestran una paradoja clara: mientras el empleo formal continúa creciendo, más de 14 millones de personas están migrando hacia el autoempleo, el freelanceo o modelos híbridos. Y no todos lo hacen impulsados por un espíritu emprendedor; muchos lo hacen porque el ingreso simplemente dejó de alcanzar. El salario promedio real prácticamente no ha aumentado en diez años, mientras que el costo de vida (vivienda, alimentos, transporte) sigue al alza. La ecuación ya no parece estar funcionando.

Pero más allá de la presión económica, hay un cambio silencioso y profundo: se está transformando la relación del mexicano con su trabajo.

Cada vez más personas cuestionan un modelo que exige entre ocho y doce horas fuera de casa, sumemos los interminables traslados, a cambio del mismo salario de hace años. La rutina se convirtió en una rueda que consume tiempo, energía y, con ello, la posibilidad de construir un proyecto de vida propio.

Porque, al final, el activo más valioso no es el dinero: es el tiempo.

Tiempo para pensar, aprender, crear, cuidar la salud, emprender.

Tiempo para ser alguien más allá del empleo.

Un trabajador mexicano promedio invierte entre dos y tres horas diarias en traslados. Aun con un empleo formal, muchos llegan a su casa únicamente a dormir. Poco espacio queda para la vida personal, el crecimiento profesional o cualquier aspiración más allá de sobrevivir.

En medio de este agotamiento estructural surge un fenómeno revelador: la búsqueda de propósito. Y no un propósito romántico, sino uno práctico. Propósito es decidir cómo se usa el tiempo. Propósito es recuperar control. Propósito es comprender que, si el ingreso no crece, entonces uno debe crecer.

Por eso vemos profesionales que mantienen su empleo, pero construyen algo en paralelo: un servicio, una marca personal, un proyecto digital, una asesoría. Otros dan el salto completo a ser independientes, donde a pesar de la incertidumbre, existe un potencial de ingresos que depende más del individuo que del puesto.

Este movimiento no es marginal: la población ocupada independiente ha crecido tres veces más rápido que el empleo formal en los últimos dos años. No es casualidad. Es adaptación.

Está emergiendo una nueva clase trabajadora mexicana: más flexible, autodidacta, consciente de su valor y dispuesta a tomar riesgos. Ya no busca solo un salario; busca agencia, elección, vida.

La pregunta central ya no es “¿en qué trabajas?”, sino:

¿Tu trabajo te permite crecer o solo te permite sobrevivir?

Y aquí hay un punto económico clave:

Cuando las personas tienen tiempo para pensar, innovan.

Cuando tienen autonomía, producen más.

Cuando sienten propósito, se comprometen.

Esto no es filosofía: es productividad.

México no solo necesita más empleo; necesita más personas con proyectos propios, con ingresos diversificados y con mayor libertad creativa y financiera. Personas dispuestas a rediseñar su vida laboral para construir una economía más dinámica.

Porque el mayor riesgo hoy no es cambiar.

El mayor riesgo es quedarse en un lugar donde ya no puedes crecer.

* La autora es mentora de Transformación Integral.

X: @maribelnuf

Cortesía de El Economista



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