Estados Unidos está ganando en IA, pero ¿hasta cuándo?

PARÍS/MÚNICH – Aunque sea tentador ver la inteligencia artificial como un avance tecnológico más, sería como decir que la máquina de vapor solo era una forma más rápida de impulsar un carro. En realidad, la IA está provocando una veloz transformación del orden geopolítico. Si antes el poder mundial se basaba en los ejércitos, el petróleo y el control del mar y el aire, hoy también depende de los datos, del talento, de la infraestructura informática y de los marcos jurídicos necesarios para crear y usar modelos de vanguardia.

Hoy, Estados Unidos lleva claramente la delantera. Desde 2019, empresas tecnológicas estadounidenses han producido más de la mitad de los principales modelos de IA. Entre 2023 y 2024, seis grandes empresas invirtieron 212,000 millones de dólares en investigación y desarrollo; y en 2024 las startups de IA generativa consiguieron financiación por casi 90,000 millones de dólares. Estados Unidos también tiene la mayor reserva de especialistas en IA (unos 500,000) y la mayor capacidad mundial en centros de datos, con 45 gigavatios (GW).

Pero otros países trabajan con ahínco en acortar distancias, de modo que Estados Unidos no tiene asegurado su liderazgo. A primera vista, la carrera puede parecerse a la Guerra Fría, con dos grandes potencias (Estados Unidos y China) que compiten por el dominio tecnológico mientras el resto del mundo observa. Pero en realidad, el resto del mundo también está muy involucrado. Y en un juego sin reglas establecidas (por no hablar de árbitros fiables), eso es un problema.

Frente a la IA, Estados Unidos y China tienen estrategias muy distintas. Estados Unidos confía en el dinamismo de su sector privado, impulsado por un vibrante ecosistema de startups y gigantes tecnológicos como Google, Microsoft y OpenAI. China, en cambio, busca reforzar su floreciente sector de las startups de IA mediante la planificación central: financiación estatal a gran escala, integración de los sectores militar e industrial e iniciativas de comercio internacional.

La estrategia china ya rinde frutos. Desde 2019, el gobierno chino destinó unos 132,000 millones de dólares al sector de la IA, e invierte 60,000 millones anuales en investigación y desarrollo corporativo. Así ha logrado crear quince de los cuarenta modelos de IA principales, emplea al 18% de los mejores investigadores del área y produce más graduados en ciencia, tecnología, ingeniería y matemática que cualquier otro país. Su capacidad en centros de datos (20 GW) es la segunda mayor del mundo.

Pese a los controles estadounidenses a las exportaciones, que limitan el acceso de China a semiconductores avanzados, los ingenieros chinos han hecho grandes avances en eficiencia que les permitieron potenciar el rendimiento de dispositivos “pasables”. Fue así como DeepSeek, una startup relativamente ignota, pudo sorprender al mundo cuando igualó el desempeño de los mejores modelos estadounidenses con sólo una fracción de la potencia de cálculo.

La Unión Europea está en un aprieto. No tiene ni la potencia de cálculo de los Estados Unidos ni los enormes recursos de datos de China; ocupa el tercer lugar en desarrollo de IA, con unos 275,000 especialistas, 381,400 millones de euros (449,000 millones de dólares) de gasto anual en I+D y unos ocho GW de capacidad en centros de datos.

No quiere decir esto que Europa carezca de ventajas estratégicas. Aunque solo tres de los cuarenta modelos principales de IA surgieron del continente, la UE acapara el 19% de los artículos académicos más citados en el campo. También es sede de ASML, la empresa holandesa que provee la mayoría de las máquinas litográficas de alta gama usadas en la fabricación de semiconductores.

Consciente de que no puede competir con Estados Unidos y China en innovación o escala, la UE se ha centrado en definir las reglas del juego. Su ley de IA (hasta la fecha, el marco normativo transfronterizo más completo que exista) no es un mero conjunto de reglas: es una jugada de poder blando disfrazada de regulación.

La UE también ha comprometido más de 200,000 millones de euros para el cumplimiento de sus objetivos para la Década Digital, con inversiones en infraestructura, capacitación y digitalización que buscan crear un espacio estratégico para la industria europea de IA. Con una provisión suficiente de recursos, ímpetu y decisión política, bien podría ser Europa una potencia en IA por derecho propio.

En tanto, la rivalidad sinoestadounidense está en aumento. El 20 de enero, con la revelación del modelo hipereficiente R1 de DeepSeek, quedó claro que las sanciones estadounidenses no frenarán las aspiraciones de China en el ámbito de la IA. Al día siguiente, el presidente estadounidense Donald Trump lanzó la Iniciativa Stargate, un plan de 500,000 millones de dólares para construir centros de datos de próxima generación y asegurar un suministro de chips para Estados Unidos. El momento elegido para hacer estos anuncios no es casual: fueron los primeros disparos de una guerra por la autosuficiencia tecnológica.

Pero sobre todo, esto no es sólo una carrera sobre hardware y software, sino también una cuestión de valores. ¿Quién decide lo que es justo en el área de las tecnologías emergentes? ¿Qué criterios éticos se incorporarán a algoritmos que tienen cada vez más poder de decisión sobre servicios esenciales como la salud y la educación? De la respuesta a estas preguntas puede depender el modo en que se usará la IA y a quiénes beneficiará; de modo que exportar una ética para la IA es tan importante como exportar modelos de IA.

Además, la lucha por el futuro de la IA ya no se limita a China, Estados Unidos y Europa. Hasta ahora, el sur global ha sido un receptor pasivo de sistemas que no diseñó, entrenados con datos que no produjo y regidos por normas en cuya elaboración no participó. Pero esto está empezando a cambiar. Diversas iniciativas nacionales y regionales en África, América Latina y Asia han comenzado a desarrollar modelos adaptados a las prioridades y necesidades locales, en una promoción de la soberanía lingüística y digital.

Un buen ejemplo es Medio Oriente. Para asegurarse un lugar en el orden tecnológico emergente, Arabia Saudita, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos han comenzado a invertir su riqueza petrolera en la creación de centros de datos de primer nivel y modelos de IA propios.

Todo esto resalta la necesidad urgente de crear mecanismos de rendición de cuentas que estén a la altura de la escala y la velocidad de la innovación tecnológica, sobre la base de una visión mundial compartida en materia de gobernanza de la IA. Pero aunque la OCDE y el G7 han dado algunos pasos en dirección a la coordinación regulatoria, la fiscalización de las normas es casi inexistente. Y la propuesta de Naciones Unidas de crear un órgano consultivo mundial sobre IA, aunque prometedora, todavía no se ha trasladado al terreno de la acción.

Lo que está en juego es enorme. Sin una acción internacional coordinada, la IA puede concentrar el control del conocimiento, profundizar las divisorias digitales y provocar grandes transformaciones culturales y sociales en modos que escapen al escrutinio público.

Aunque parezca un resultado inevitable, no lo es. Todavía podemos elegir otro camino, pero el tiempo se agota. Y esa elección es el desafío que define nuestra época.

Traducción: Esteban Flamini

El autor

Sylvain Duranton es Global Leader de BCG X.

El autor

Nikolaus S. Lang es Global Leader del BCG Henderson Institute.

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Cortesía de El Economista



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