Seas fan de su música o no la soportes, hay que admitir que Bad Bunny no es solo un fenómeno musical: es un agente cultural. Su caso demuestra que la celebridad puede convertirse en plataforma para cuestionar estructuras, movilizar afectos y defender territorios. Desde el escenario global ha reconfigurado la manera en que se percibe la cultura latina; en Puerto Rico, ha alzado la voz contra la desigualdad, el despojo y la colonialidad; y en México ha encontrado una audiencia que lo sigue ayudando a romper records.
Un latino con alcance mundial
De acuerdo con la RIAA, la música en español pasó de representar el 5% del mercado estadounidense en 2018 al 8.1% en 2024, y esas barreras se han roto gracias a artistas como Bad Bunny, quien fue el más reproducido globalmente en Spotify durante tres años consecutivos (2020-2022).
Además, su disco Un verano sin ti (2022) fue el primer material íntegramente en español en ser nominado al Grammy en la categoría Álbum del Año, otra prueba de que la música latina ya no ocupa un lugar periférico.
“Esto es por mi gente, mi cultura y nuestra historia. Ve y dile a tu abuela que seremos el halftime show del Super Bowl”, declaró Benito después de que se diera a conocer que será el primer latino en protagonizar el cotizado espectáculo en solitario. Pero su influencia va más allá de los récords.
“Me hace sentir muy orgulloso llegar a este nivel hablando español. Y no solo español, el español que hablamos en Puerto Rico, sin cambiar mi acento”, sostuvo en entrevista con El País hace algunos años, cuando ya comenzaba a demostrar que su presencia en el centro del pop global era una afirmación política: cantar sin ceder, sonar sin traducir.
VOY A LLeVARTE PA PR
Desde 2019, cuando el Conejo Malo marchó con Residente para exigir la renuncia del entonces gobernador Ricardo Roselló, el artista ha convertido su visibilidad internacional en una herramienta de denuncia y defensa de Puerto Rico con las tensiones sociales y económicas que atraviesan la isla.
El video de “El apagón” (2022) se volvió una pieza clave de activismo audiovisual. Dirigido por Kacho López Mari e intervenido con el documental Aquí vive gente de la periodista Bianca Graulau, el proyecto denuncia la gentrificación, la especulación inmobiliaria y la privatización del sistema eléctrico. El mensaje fue claro: el colonialismo no es historia.
En 2025, su residencia artística No Me Quiero Ir de Aquí constó de más de 30 fechas en el Coliseo José Miguel Agrelot, lo que se traduce en más de medio millón de boletos vendidos. Los shows de “el choli” priorizaron la contratación de talento local, producción hecha en la isla y una fuerte derrama económica en San Juan: toda una apuesta por redistribuir mientras promueve el material del que se desprende “Lo que le pasó a Hawái”, canción que hace referencia a la gentrificación en Puerto Rico.
Benito también ha aprovechado su plataforma para posicionarse frente a temas de género y violencia: rindió homenaje a Alexa Negrón Luciano —mujer trans asesinada en 2020—, ha cuestionado los roles masculinos tradicionales desde el escenario, y ha usado su vestimenta para desafiar la normatividad (basta ver el video de “Yo perreo sola” para conocer su postura).
Lejos de dividir, sus acciones lo han consolidado como un portavoz de quienes lo necesitan.
Conejo Malo en tierra mexa
Desde que apenas empezaba a dominar el algoritmo global, México ha sido un centro importante para el fenómeno cultural que es Bad Bunny. Hace menos de diez años, el público chilango llegó a comprar boletos en farmacias para verlo ―éramos de sus mayores audiencias― y le seguimos siendo leales con ocho conciertos sold out que tendrán lugar en Estadio GNP Seguros del 10 al 21 de diciembre.
Y no solo eso, sino que Ticketmaster reportó que hubo más de 7.5 millones de solicitudes para la preventa; es decir, la demanda de boletos superó 15 veces a la oferta, que de por sí recaudó unos 150 millones de pesos mexicanos en taquilla.
Bad Bunny no solo llena estadios: llena vacíos simbólicos. Su presencia en México articula una identidad compartida que se mueve entre el orgullo latinoamericano, la crítica social, el consumo masivo y el deseo de pertenencia. Es un espejo y una antena que hace de su conexión con nuestro país tan estratégica como afectiva, porque conecta con una generación que encuentra en él una forma de decir “esto también es nuestro”, lo que hace de su visibilidad una forma de resistencia.
Cortesía de Chilango
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