Diego Peretti incursiona por primera vez como cineasta, acompañado en la dirección por Javier Beltramino, en La muerte de un comediante, que también escribió y protagoniza. La película comienza con la imagen que da título a la película, con el actor hundiéndose en el agua. Mientras su voz en off reflexiona sobre la vida con gravedad, tanto en el tono de voz como del relato, vemos al protagonista atender el teléfono y recibir el diagnóstico médico de una enfermedad terminal contra la que ya no quedan herramientas de combate, lo que potencia su angustia existencial.
Peretti interpreta a Juan Debré, un actor que a su vez interpreta al Escorpión, héroe de la comedia más conocida de la TV local, que después de un par de incidentes, uno en una entrevista televisiva que remite a El rey de la comedia y el otro en el rodaje del final del último capítulo del exitoso programa, decide escaparse con lo que lleva puesto a Bruselas, tierra del héroe de su infancia, en busca de darle sentido a sus últimos días de vida.
Allí Juan queda mezclado en un conflicto político migratorio, que le presenta el desafío de poner el cuerpo, al conocer a tres jóvenes idealistas, la más cercana al protagonista interpretada por Malena Villa. La historia enseguida se convierte en una especie de Mamushka actoral en la que Peretti interpreta al comediante Debré, que decide buscar una última aventura al transformarse en una especie de encarnación de su héroe de historietas Bombín, una suerte de Gaturro que toma las cualidades del clásico Tintín de Hergé inspirado en el look de El hijo del hombre, el reconocido autorretrato de René Magritte con una manzana verde en el rostro.
Peretti y Beltramino recurren a la estética del cómic tanto en los encuadres de sus planos, que suelen tener poco movimiento al emular la idea de viñetas, como en la paleta de colores de la película. La muerte de un comediante hace gala de sus colores vivos y saturados que también homenajean al diseño visual de las historietas de la Escuela de Bruselas, en las antípodas de la oscuridad que caracteriza el universo visual impuesto por los superhéroes.
En la premonitoria entrevista del comienzo de la película, Juan recibe la burla del conductor, a quien le deja luego un puñado de billetes para pagar la dentadura que está a punto de bajarle de una piña, por haber celebrado, en tiempos de superhéroes, a un clásico héroe demodé como Bombín.
“Actúa como si el miedo no lo afectara”, celebraba Debré antes de darse cuenta de que eso era exactamente lo que necesitaba para el resto de sus días. Esos colores vivos se vuelven funcionales a la búsqueda existencial del protagonista al proponerse la aventura de salir a enfrentar la muerte como forma de vida. No hay cura posible para este actor, que igual siente un renacer ante la inminencia de su fallecimiento. Juan no parece en busca de la redención, pero sí de darle al menos un propósito al cierre épico de su existencia.
La ficción y la realidad por fin comienzan a entrecruzarse, más como una necesidad que como un escape, para este hombre que parecía vivir con amargura su rol de hacer reír al público.
“Nada grave. Fin de ciclo. Es solo una dispersión de moléculas”, asegura con liviandad el protagonista sobre su propia muerte mientras se hace el galán frente a su interés amoroso en la película. La muerte de un comediante adolece de cierta solemnidad que contrasta con la idea de comedia y aventura que sobrevuela esta historia sobre perderle el miedo a la muerte. La posibilidad de transformación es el corazón de una película que asegura a gritos que nunca es tarde para encarar una aventura impensada, como hizo el propio Peretti al convertirse en director de cine después de los 60.
“La muerte de un comediante”
Drama / Aventuras. Argentina/ Bélgica, 2025, 94’. ATP. De: Diego Peretti y Javier Beltramino. Con: Diego Peretti, Malena Villa, Marioska Fabián Nuñez, Haneul Kim, Eric Bier, Chuck Hargrove, Heinz K. Krattiger. Salas: Hoyts Abasto y Unicenter, Cinemark Palermo, Cinépolis Recoleta, Avellaneda y Pilar, Showcase Belgrano y Rosario.
Cortesía de Clarín
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