No todos los clásicos transitan el paso del tiempo de la misma manera. Ni todos los clásicos mantienen vigencia narrativa. Ni todos los actores mejoran con el tiempo. Pero todos esos “no” y”ni” se diluyen con el caso puntual de Escenas de la vida conyugal, la exquisita historia que ideó Ingmar Bergman en 1973 para la televisión sueca (luego fue película y, más, tarde, obra) y que en 1992 estrenaron sobre tablas en la Argentina Norma Aleandro y Alfredo Alcón. Desde entonces, esa pieza quedó enmarcada entre quienes la vimos como una joyita preciosa. Preciosa por bella y preciosa por valiosa.
Más allá de otros abordajes, hace 12 años Ricardo Darín aceptó ponerse en el papel que tan bien había moldeado el gran Alcón, dirigido por Norma. Y para ese entonces tuvo de compañera a Valeria Bertucelli. Luego a Erica Rivas y, finalmente, a Andrea Pietra, con quien generó una fórmula química precisa demostrada en varias temporadas de gira, por países como Perú, Uruguay, Chile y España.
Y este miércoles, la dupla reestrenó la obra en un teatro Coliseo colmado, que fue testigo de un hilván de pequeñas postales de la vida marital. Del amor. Del supuesto desamor. De la diferencia entre la infidelidad y la deslealtad -que claramente no es lo mismo-, de los mandatos, de la incondicionalidad, de eso que les pasa a ellos ahí arriba y les -nos- debe pasar a muchos ahí abajo.
La puesta de Norma, que no pudo asistir al reestreno, pero su mirada, sin dudas, se veía reflejada en cada gesto, en cada silencio, en cada caricia, en cada mentira y en cada verdad de Juan y Mariana, gira en torno a un matrimonio con dos hijas y dos madres que no pisan el escenario, pero los personajes centrales las hacen sentir presentes. Se intuyen.
En realidad, desde la platea se ve tanto lo minimalista de la puesta -una cama doble, un sillón, o dos silloncitos, no todos al mismo tiempo- como la complejidad de un vínculo que va del amor a un tsunami de estados, que los lleva a desnudar su alma sin siquiera quitarse una prenda en público.
No es novedad que se trata de un libro extraordinario, profundo, por momentos doloroso, con diálogos que descubren las luces y las sombras de un matrimonio de muchos años, con rutinas, con frustraciones, con cosas hermosas, con comodidad e incomodidad, no siempre en mismas dosis para todas las parejas. Pero ésta, la de Juan y Mariana, sobrevuela estaciones emocionales en las que más de uno ha hecho escalas.
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La entrada de Mirtha Legrand a la primera función de “Escenas de la vida conyugal”
La obra, como dijo Mirtha Legrand -la invitada especial de la primera función de esta temporada que seguirá hasta diciembre- tras el saludo final de los actores, deja pensando, esa combinación verbal que invita a cerrar la noche reviviendo lo visto ahí. O lo vivido -valga la redundancia- en la bendecida vida de a dos.
Y Ricardo Darín y Andrea Pietra –para ella fue la primera función en Buenos Aires, porque cuando se presentó en el Maipo las protagonistas eran otras- parecen delineados a pincel fino para estas criaturas que le rinden tributo a la imperfección del amor, esa cosa perfecta que no todos pueden encontrar. Para los que lo hemos tenido, esta primera función, al menos, fue un un puñado de memoria envuelta para regalo. Gracias, muchachos.
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Ovación de pie para el reestreno de “Escenas de la vida conyugal”
Darín sigue perforando su propio techo y Pietra está en su punto caramelo. Conmueven. No es una puesta de uno más uno: es la certeza de que cuando dos se encuentran -actores, personajes, personas- se arma un equipo indestructible, que juega mejor tirando paredes (gracias, fútbol, por esa imagen tan universal), y más en este caso en el que Juan y Mariana rompen la cuarta pared para que todos formemos parte, de alguna manera, de esas Escenas de la vida conyugal que, como los buenos vinos añejados, saben a gloria.
Cortesía de Clarín
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