Sectas suaves y falsos gurús

Mariana llegó al consultorio con esa mezcla de alivio y vergüenza que ya reconocía de otros pacientes. A los 40 años, con un divorcio reciente y una larga historia de depresión, sentía una necesidad urgente de “algo más”. Esa búsqueda la llevó, a través de redes sociales, a un “facilitador de conciencia expandida” con un perfil repleto de fotos en la selva y frases inspiradoras.

—Si quieres sanar, necesitas comprometerte con el camino —le dijo el facilitador cuando se conocieron en su centro de sanación a las afueras de la ciudad.

Poco a poco, Mariana comenzó a romper vínculos externos al sentir que “no vibraban con su proceso”. Su líder le decía con quién podía hablar y con quién no. Cualquier duda que expresara era interpretada como una “resistencia del ego”.

Hasta que un día, el gurú apartó a Mariana del resto de sus discípulos para informarle que su “bloqueo emocional y sexual” solo podría liberarse en “ceremonias íntimas”, a solas con él y bajo el influjo de sustancias.

Lo que había comenzado como un deseo genuino de sanar terminó por encerrar a Mariana en una relación abusiva basada en el control. Tardó meses en escapar del centro. Cuando lo logró, no solo cargaba con el dolor que la había llevado allí, sino también con la sensación de haber sido usada por alguien que prometió ayudarla.

Mientras escuchaba su historia, afuera del consultorio circulaba la noticia sobre la publicación de cientos de correos electrónicos vinculados al círculo del financiero y depredador sexual Jeffrey Epstein. Entre los nombres mencionados en esos documentos apareció el del autor y gurú del wellness Deepak Chopra. Es importante subrayar que las notas reportan intercambios de correos, pero no señalan acusación, participación ni imputación legal alguna contra Chopra.

No traigo este tema para sugerir culpabilidades, sino para señalar algo más profundo y humano: cuando alguien acumula visibilidad, autoridad espiritual e influencia masiva, entra en una zona donde cada relación puede ser interpretada, utilizada o malentendida. El poder —incluso el que nace de buenas intenciones— siempre conlleva riesgos.

Y ahí está el punto central de esta columna: el problema no es Chopra; el problema es cómo hemos construido figuras espirituales de influencia en un mundo herido y desesperado por sentido.

La crisis espiritual

Como psiquiatra integrativa, observo que hoy atravesamos una epidemia de ansiedad, depresión, agotamiento y vacío existencial. La confianza en las instituciones tradicionales se ha desplomado. La política traiciona, las religiones se fracturan y la medicina convencional resulta insuficiente. En este estado de vulnerabilidad, millones de personas buscan esperanza en nuevas figuras espirituales y terapéuticas.

Esa situación se convierte en el caldo de cultivo ideal para la aparición de “maestros”, “chamanes”, “facilitadores de expansión”, “gurús del bienestar” y coaches de toda índole. Mientras algunos ejercen con ética y profesionalismo, otros se aprovechan del dolor emocional de las personas para construir pequeños imperios personales.

Este no es un problema nuevo. El abuso espiritual ha ocurrido a lo largo de la historia humana, en sectas destructivas, entre líderes religiosos e incluso en consultorios, cuando algunos terapeutas cruzan límites en nombre de la sanación. El común denominador es una relación de poder desequilibrada entre quien busca ayuda y quien la ofrece.

Focos rojos

Aunque muchas personas imaginan una secta como algo que ocurre en un rancho aislado con un líder apocalíptico, las sectas suaves del siglo XXI son urbanas, digitales y estéticas. Si bien cada una tiene características particulares, en general comparten una serie de patrones comunes:

  • Un líder carismático que se presenta como iluminado.
  • Promesas de transformación para quienes se entregan por completo al proceso.
  • Aislamiento progresivo: se desalienta el contacto con la familia, terapeutas o médicos.
  • Control y distorsión del lenguaje (cuestionar es “ego”, dudar es “resistencia”).–Justificación espiritual del abuso y la manipulación.
  • La idea de que lo que ocurre en el grupo no debe compartirse con nadie afuera.

Lo más preocupante es que nadie entra a una secta sabiendo que está entrando a una secta. Llegan buscando amor, sentido, comunidad y alivio.

En cuanto a los guías espirituales o terapeutas alternativos, conviene estar alerta a ciertas señales:

  • Prometen curas rápidas o absolutas.
  • Descalifican tu entorno (“tu familia no te entiende”).
  • Fomentan la dependencia, no la autonomía.
  • No aceptan preguntas ni supervisión externa.
  • Mezclan sexualidad con supuestas prácticas de “sanación energética”.
  • Presionan para comprar cursos, retiros, certificaciones o membresías costosas.
  • Usan la culpa, el miedo o la vergüenza como forma de control.

El abuso espiritual no siempre se percibe como violencia. A menudo se manifiesta como confusión, vergüenza o una sensación difusa de que algo no está bien.

Cómo reconocer a un buen guía.

Un buen facilitador —ya sea terapeuta, chamán, maestro espiritual o acompañante psicodélico— tiene características muy distintas:

  • Respeta límites y nunca cruza la línea sexual con sus alumnos o participantes.
  • No se presenta como dueño de la verdad.
  • Reconoce sus errores.
  • Invita a consultar con otros profesionales.
  • Opera con ética, supervisión y estructura.
  • Acompaña para fomentar autonomía, no dependencia.
  • No necesita controlar tu vida para ayudarte.

En pocas palabras, un buen guía te devuelve a ti mismo; uno falso te retiene para sí.

Perspectiva desde la psiquiatría integrativa

Vivimos un momento histórico en el que la vulnerabilidad emocional global se cruza con la espiritualidad comercial, el auge psicodélico y la proliferación de influencers que hablan de bienestar sin formación ni ética profesional.

Tristemente, en mi consulta he visto demasiadas heridas en personas que confiaron en alguien que prometía sanación y terminaron más rotas que antes.

No podemos permitir que la búsqueda legítima de sentido se convierta en terreno fértil para la manipulación emocional, económica o sexual.

En un mundo necesitado de esperanza, el liderazgo espiritual tiene un enorme poder. Precisamente por eso debe ejercerse con responsabilidad, transparencia y límites claros.

La pregunta no es si necesitamos guías, sino cómo reconocer a quienes ejercen ese rol desde la ética y no desde la sed de poder.

Y quizá lo más importante: cómo fortalecer nuestra capacidad de discernimiento para no entregar nuestra vulnerabilidad a quienes no saben —o no quieren— manejarla con respeto.

Me encantaría conocer tus dudas o experiencias relacionadas con este tema. Sigamos dialogando; puedes escribirme a [email protected] o contactarme en Instagram en @dra.carmenamezcua.

Cortesía de El Economista



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