En el 28 de la calle de Tacuba, viva desde tiempos prehispánicos, late un comedor que el país siente suyo. Nació como lechería y nevería; el barrio lo nombró y así quedó: Café de Tacuba. Sus seis salones cuentan México sin solemnidad: maderas talladas, talavera, vitrales y techos abovedados. En los muros, réplicas de pinturas que decoran el Castillo de Chapultepec, guiños a antiguos conventos y escenas muy mexicanas vuelven la casa una galería viva donde el antojo se sienta junto a la memoria.
En el origen están Dionisio Mollinedo —“Papá Nicho”, tabasqueño andariego que fue a buscar recetas regionales a mercados y cenadurías por todo México— y su esposa, Josefina García “Pepita”, la mano que volvió apuntes en sazón. De ahí nació una carta de antología: mole a la usanza antigua, pozole, tamales y panes hechos en casa. El salón lo completan meseras de blanco, a la usanza de finales del siglo XIX, y un anecdotario que corre en capas de tiempo: el banquete de bodas de Diego Rivera y Guadalupe Marín (1922), los organilleros que cada 13 de diciembre entonan sus mañanitas de aniversario o Agustín Lara dejando versos de sus canciones en servilletas. Tacuba fue mesa de inspiración antes que postal.
La cocina suena como orquesta. José Núñez, gerente general con tres décadas en casa, dirige a un equipo de 130 personas que sostiene el compás en dos turnos. Tres mayoras custodian el sabor: Patricia, Claudia y Maricruz. Nelly se ocupa de las salsas y Betty de los tamales. En el centenario habilitaron la planta alta y la espera se acortó: la fila rara vez supera los 20 minutos, justo lo que tarda la historia en encontrar tu mesa.
Hay platos que explican por qué regresa uno: las Enchiladas Tacuba —creación de la casa— llegan rellenas de pollo, bañadas en salsa cremosa de espinaca y chile poblano, gratinadas al horno con parmesano; el mole se trabaja por tandas, tostando y moliendo en metate y molcajete; el chocolate mezcla cacao del Soconusco, Chiapas; en temporada asoman chiles en nogada (julio–octubre) y en fiestas, romeritos y bacalao. Aquí todo es continuidad con método.
Café de Tacuba no solo alimenta: enciende la memoria familiar. Quien llegó de niño hoy trae a los nietos; quien vino por curiosidad regresa por costumbre. Es un comedor chilango que junta generaciones y convierte al Centro Histórico en sobremesa. Comer aquí es mirar México y saborearlo.

Dirección: Tacuba 28, Centro Histórico
Horario: lun-dom: 8-22:30 h (No hay reservaciones y el tiempo de espera es de 15 a 20 minutos)
IG: @cafedetacubarestaurante
Cortesía de Chilango
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