
El momento actual en las economías de México y Estados Unidos no hace tan evidente cuál tiene que ser la siguiente decisión de política monetaria de sus respectivos bancos centrales.
Ni el crecimiento muestra señales claras de freno, ni las tasas inflacionarias están plenamente en los niveles que tanto la Reserva Federal (Fed) en Estados Unidos y el Banco de México tienen como metas.
La Fed se había declarado dato-dependiente en momentos de muy alta presión política por parte del presidente Donald Trump, pero resulta que si algo le faltó durante el shutdown de 43 días fue información.
El Comité Federal de Mercado Abierto de la Fed voló a ciegas durante todo ese tiempo y apenas ahora empezamos a conocer la información retrasada, como el reporte de desempleo y de creación de nóminas no agrícolas.
La visibilidad reducida que reportó el propio Jerome Powell, presidente de la Fed, puede todavía tener impactos en la siguiente toma de decisión de política monetaria de la Fed de este próximo 10 de diciembre.
Son 20 días antes del siguiente comunicado de la Fed y hasta ahora el mercado anticipa de manera mayoritaria que la tasa de referencia habrá de mantenerse en el rango actual de 3.75 a 4%, las apuestas dan 67% de posibilidades de que no haya cambios.
Las presiones políticas en Estados Unidos quieren obligar a su banco central a mantener la baja de las tasas, incluso de forma más agresiva.
En México la relación entre la Secretaría de Hacienda y algunos integrantes de la Junta de Gobierno del Banxico es, digamos, cercana.
Pero más allá de eso al gobierno federal le conviene una baja en el costo del dinero por las presiones en las finanzas públicas y como una forma de reanimar a una economía que simplemente no crece.
Solo que, en México, como en Estados Unidos, ya no es posible tener el piloto automático en las decisiones de política monetaria como ha sucedido durante ya muchos años.
Cuando la economía se vio afectada por la pandemia de Covid-19, la decisión de sentido común fue llevar las tasas a los niveles más bajos posibles para impulsar el consumo totalmente deprimido por el paro de actividades.
En momentos de la recuperación, cuando se dieron diferentes cuellos de botella y la inflación empezó a presentar incrementos no esperados, la reacción lógica fue subir las tasas tanto como fuera necesario para frenar esa burbuja en los precios.
Hoy no hay ya decisiones automáticas. El Banco de México tiene que hacer valer su ventaja legal de estar concentrado solamente en el poder de compra de la moneda, no es su papel procurar el pleno empleo, aunque tampoco debe estrobarlo, claro.
Pero si las expectativas inflacionarias suben, si el Índice Nacional de Precios al Consumidor está lejos de su meta de 3.0% (aquel más-menos un punto porcentual es un rango no parte de la meta), si mercancías y servicios dentro de la inflación subyacente mantienen presiones, si la tasa está tan cerca de la neutralidad y si el diferencial de tasas con Estados Unidos se acorta tanto, es momento de una pausa.
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Cortesía de El Economista
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