-No lo entiendo -dijo Abel-.
-Es un sueño -replicó Dolores-. No necesariamente hay que entenderlo.
-No digo que sea completamente racional -insistió Abel-. Por supuesto, puede haber una mayor proporción de enigma que de trama. Pero de todos modos debe tener algún sentido. Los sueños tienen sentido. No es lo mismo una pesadilla que un sueño feliz, o que uno…
Abel se interrumpió. Dolores lo miró expectante. Sabía lo que Abel diría, pero quería escuchárselo.
-Decilo -intimó-.
-No importa -retrocedió Abel-.
Habían comenzado a trabajar juntos por orden del Gran Hampa, como llamaban a su desconocido contratista; llevaban varios años de relación, Abel y Dolores, cuando les llegó aquel encargo. Pero tras comenzar el trabajo algo se había enfriado entre ellos, y el tema no les resultaba fácil de hablar.
-Hay muchas más personas como nosotros -siguió Dolores-. Escribiendo sueños para otras personas, en cada punto del planeta. ¿Por qué perder tanto tiempo en un solo sueño?
-No es perder tiempo -porfió Abel-. Es hacer bien tu trabajo. El sueño no puede ser un panfleto: soñé tal cosa, de modo que mis intenciones, o mis deseos, o mi porvenir, será tal o cual. No quiero eso. Pero tampoco cualquier disparate. Una higuera convertida en marsopa. No sé qué querés decir con eso, Dolores. Liliana ni siquiera sabe qué es una marsopa.
-¿Y? ¿Nunca soñaste con algo que no conocés?
-Tendría que recordar -respondió Abel-. Pero hace mucho que no recuerdo un sueño. Ni siquiera el de la noche que pasó.
Abel y Dolores callaron por una cantidad de tiempo indeterminado. En ese limbo, se reavivó la antigua llama entre ellos. Pero no la admitieron.
-¿De dónde sacaste que mucha gente escribe sueños como nosotros? -preguntó Abel-.
Dolores pareció reflexionar.
-Es lógico -dijo, en realidad sin pensar-. Si nos pidieron a nosotros, así es como se deben manufacturar los sueños. Alguien más debe escribir los tuyos y los míos.
Abel meditó a su vez, y agregó:
-No necesariamente. Quizás otros sueños los escriben los muertos, o guionistas que no viven en la Tierra. O el propio Dios.
-¿Y qué o quién es Dios? -lo desafió, no por primera vez, Dolores.
-Yo soy el que soy, le respondió a Moisés -decretó Abel-. Es el que escribe los sueños de las personas.
Dolores hizo que no con la cabeza, sorbiendo el mate. Su gesto implicaba que estaba totalmente en desacuerdo, pero que no deseaba enredarse en la discusión.
Habían recibido un telegrama, que primero pensaron algún trámite judicial, pero no tuvieron más remedio que reconocer como un encargo laboral. Les pagaban irrenunciablemente bien. Debían escribir los sueños de la señora Liliana, una vecina de la comarca, a unas treinta cuadras de las respectivas viviendas de Abel y Dolores, una enfrente de la otra.
Sin consensuarlo, llamaban el Gran Hampa al anónimo emisor del telegrama. El dinero lo recibían por transferencia bancaria, al terminar de escribir cada sueño, sin necesidad de informarlo. Tampoco sabían si Liliana soñaba efectivamente lo que escribían, ni qué efectos tenían en su vida cotidiana. El Gran Hampa era el personaje del dibujo animado Hijitus, creado por García Ferré, que finalmente se revelaba como Serrucho, hasta entonces un personaje menor. Un clásico Kaiser Soze, o Dimitros, de Ambler.
-Es tan claro que los sueños de las personas se escriben como lo estamos haciendo -insistió de la nada Dolores-, que no puedo creer que te niegues a confirmarlo. Lo hacés para molestarme a mí.
-Es al revés -la rebatió Abel-. Somos dos personajes totalmente aleatorios, la diseñadora de interiores y el traductor de folletos comerciales. ¿Qué mejor demostración de que no hay una fábrica de guionistas de sueños? No tenemos la menor idea.
En el pasado, hubiera dejado que Dolores se quedara con la última palabra con tal de fornicar. Pero ya no le funcionaba. Necesitaba decir lo que pensaba, incluso a riesgo de perderla.
-Vos querés escribir un sueño como el del José de Egipto -ironizó Dolores-. Pero esas son metáforas bíblicas. Vivimos en el siglo XXI.
-Esos sueños son antológicos -se plantó Abel-. Inspiracionales, aunque detesto ese término. Me conformo con escribir un sueño decente.
-¡Los sueños no tienen por qué ser decentes! -porfió Dolores.
-Me refiero a nuestro trabajo. A hacer lo mejor que sepamos.
Era tan cansador ese intercambio, esa asamblea permanente, ese concilio pagano. Pero a la vez Dolores era tan apetecible…
Si él no la tenía, otro más hábil la conseguiría, y eso lo devastaba.
-Ya me acordé -interrumpió Abel-.
-¿Qué? -lo condenó Dolores-.
-Lo que soñé ayer.
-¿Qué? -repitió Dolores-.
-Soñé con vos.
Dolores lo observó en guardia: sin saber si sentirse halagada o prepararse para una retaliación.
-Soñé cómo eras antes de que te conociera.
-¿Qué querés decir?
-Me sentía totalmente atraído por cómo eras antes de que yo te conociera.
-Pero eso es un disparate -sentenció Dolores-. Nunca hablamos de cómo era yo antes.
-Era un sueño -explicó Abel.
Dolores no quedó convencida. Se habían conocido como vecinos, y no podían determinar si eran concubinos. Durante años habían vivido más tiempo juntos que separados; pero ahora, sin decirlo, pasaban más tiempo cada uno solo que con el otro. Todo era impreciso, como en un sueño.
-Lo siento -dijo Dolores-. Yo voy a escribir lo de la marsopa y la higuera. Es lo que me surge.
-Eso es un manifiesto surrealista -criticó Abel-. No un sueño.
Se retiró a sus aposentos. Finalmente, sólo podía escribir los sueños de una desconocida. No había texto en el mundo que pudiera determinar las decisiones de una persona despierta.
Cortesía de Clarín
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