En el mundo subterráneo de las hormigas, donde la organización parece rozar la perfección y cada individuo tiene una función precisa, se esconde una historia digna de los grandes dramas de la literatura clásica: traición, manipulación química y regicidio. Un reciente estudio publicado en Current Biology ha documentado por primera vez cómo dos especies de hormigas parásitas logran infiltrarse en colonias ajenas y provocar un crimen impensable: obreras que asesinan a su propia madre, la reina original, para permitir que una intrusa tome el trono.
Este fenómeno, observado en las especies Lasius orientalis y Lasius umbratus, marca un hito en la comprensión de las estrategias parasitarias en insectos sociales. Si bien los enfrentamientos entre reinas no son nuevos en el mundo de las hormigas, lo que ha llamado la atención de la comunidad científica es el método empleado: en lugar de recurrir a la violencia directa, la reina intrusa manipula químicamente a las obreras del nido huésped para que cometan el asesinato por ella.
Una infiltración silenciosa y letal
El proceso comienza cuando una reina de una especie parásita se infiltra en una colonia de una especie emparentada, como Lasius flavus o Lasius japonicus. No se presenta como enemiga; por el contrario, se camufla entre las obreras, comportándose como una más del grupo. Cuando llega el momento, se aproxima con sigilo a la reina residente y la rocía con un fluido abdominal, muy probablemente ácido fórmico, aunque aún no se ha confirmado químicamente.
Este fluido no tiene un efecto letal inmediato, pero sí devastador a medio plazo: altera el olor característico de la reina anfitriona. En las sociedades de hormigas, el olor es el principal medio de identificación. Al perder su “firma química”, la reina deja de ser reconocida como madre por sus propias hijas, las obreras, y es percibida como una intrusa. Lo que sigue es una escena brutal: las obreras, confundidas, la atacan con violencia hasta matarla.
Una vez desaparecida la reina legítima, la usurpadora es aceptada sin oposición. Las obreras, ahora huérfanas, la cuidan, alimentan y crían a su prole como si fuera su verdadera reina. Así comienza una nueva colonia, construida sobre un crimen involuntario.

Un descubrimiento que comenzó con un aficionado
Aunque el estudio ha sido publicado por investigadores del Instituto de Ciencias Biológicas de la Universidad Kyushu en Japón, el origen del hallazgo es tan peculiar como el comportamiento descrito. Fue Taku Shimada, un naturalista aficionado con una pasión por las hormigas, quien observó por primera vez el fenómeno tras grabar la interacción entre una reina de Lasius orientalis y una colonia huésped.
Su video mostraba, paso a paso, cómo se desarrollaba la infiltración y posterior matricidio. Aquello llamó la atención de Keizo Takasuka, entomólogo especializado en parasitismo, que vio en la grabación una oportunidad única para documentar un comportamiento hasta entonces desconocido. Junto con Shimada y otros investigadores, diseñaron un experimento controlado que confirmó lo que parecía increíble: que una reina podía provocar, sin tocar un solo músculo más allá de su glándula abdominal, la muerte de otra a manos de sus propias hijas.
Estrategias evolutivas de manipulación extrema
El parasitismo social en hormigas no es un fenómeno nuevo. Algunas especies invaden colonias ajenas, matan a la reina residente y esclavizan a sus obreras. Sin embargo, el mecanismo de manipulación química para inducir un matricidio representa una estrategia evolutiva extremadamente sofisticada. Es, en esencia, un caso de control mental a través del olfato.
Este tipo de manipulación añade una nueva dimensión al repertorio conocido de comportamientos parasitarios en el reino animal. Las reinas parásitas no sólo evitan la confrontación directa, sino que externalizan la violencia, convirtiendo a los miembros del nido en cómplices involuntarios de su conquista.
Lo más sorprendente es que esta táctica ha evolucionado de forma independiente en al menos dos especies diferentes. Esto sugiere que la manipulación química de las señales sociales podría ser una estrategia más común y evolutivamente ventajosa de lo que se pensaba, aunque todavía resulte difícil de detectar debido a la complejidad de los sistemas sociales en los que se manifiesta.
Implicaciones para la ciencia y más allá
Los hallazgos del estudio no sólo amplían el conocimiento sobre el comportamiento de las hormigas, sino que abren la puerta a nuevas investigaciones sobre el uso de señales químicas para manipular comportamientos sociales. ¿Podría haber otros casos similares en insectos, o incluso en otros animales sociales? ¿Hasta qué punto es posible alterar la estructura jerárquica de una comunidad mediante compuestos químicos?
Estas preguntas no son sólo de interés académico. Comprender cómo funcionan las señales químicas en la comunicación y la manipulación social podría tener aplicaciones en campos tan diversos como la robótica, la inteligencia artificial o incluso la medicina, donde se estudian mecanismos similares en enfermedades que afectan al comportamiento humano.
Por ahora, lo cierto es que las hormigas, esos insectos aparentemente simples, vuelven a demostrar que su mundo está lleno de complejidades asombrosas. En lo profundo de la tierra, donde pocas veces alcanza la luz, se libran pequeñas guerras silenciosas, batallas de ingenio y engaño que no tienen nada que envidiar a las grandes epopeyas de la humanidad.
El artículo ha sido publicado en Current Biology.
Cortesía de Muy Interesante
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