Los malos gobiernos son la raíz


Andrés Manuel López Obrador hizo el diagnóstico de la inseguridad pública con la que recibió el gobierno de la República con el rigor que lo caracteriza: el de su palabra inapelable, inescrutable porque no requiere de la ciencia, basta soportarla en su moral. Con ese diagnóstico recetó al país el tratamiento para detener la matazón, las desapariciones, la extorsión, el tráfico de drogas, el reclutamiento de jóvenes que hace el crimen organizado: atendería las causas. Según él, eran (son): la pobreza; la falta de acceso a los servicios de educación en el nivel superior; que las mujeres trabajen en lugar de atender a la familia; y varias más. No discutiremos las bondades y falacias de los programas-medicina que estaban en su receta, la realidad hace evaluaciones cotidianas: el enfermo no ha reaccionado como el médico-presidente pronosticó y la metástasis parece imparable. Aunque no todo ha sido pérdida: cuando López Obrador entregó la bata y el estetoscopio a Claudia Sheinbaum, estaba satisfecho con el tratamiento aplicado; los que para unos eran estertores, para él eran signos de mejoría sustantiva.

La Dra. Sheinbaum concuerda con parte de la receta, para referirse a ella se vale del ritmo lento y cansón de su predecesor, hace los mismos silencios y se queda mirando a sus interlocutores, como interpelándolos: y si no les gusta… Pero ha recurrido a tratamientos antiguos en tanto las causas dejan de serlo: persigue (algunos) delincuentes, trae de paseo en los estados más violentados a generales, almirantes y a su secretario de Seguridad, dizque tratando de moderar los efectos, porque resulta que el paciente México, padece dolores más intensos. Sostiene que su atender las causas es eficaz. ¿Será que al par de facultativos les viene bien que el enfermo continúe en la terapia intensiva a la que han entregado buena parte del presupuesto? ¿Será que hay una causa de las causas?

La causa de las causas de la inseguridad era un sobreentendido desde que AMLO se propuso ser presidente: el origen de los males estaba en los malos gobiernos, pero como él es él, esa causa dejó de existir al rendir protesta: su bondad y su capacidad personales eran el fármaco que erradicaría instantáneamente al mal gobierno. De eliminar esa causa originaria dependía la eficacia del remedio: la herida sanaría no únicamente por el antibiótico inyectado, sino porque previamente fue lavada.

La causa germinal permaneció, su gobierno no se abstuvo de seguir la rancia tradición nacional: fue malo. La corrupción, que incluye consentir delincuentes, mantuvo la tendencia: creció. Las grandes decisiones las tomó conforme la costumbre: en la soledad de su escritorio y azuzado por dos determinantes éticas a las que ningún presidente se ha resistido: una, el poder que detentan es para que lo usen en exclusividad; dos, el que gana las elecciones no es un servidor público, es amo del país y puede hacer o no hacer, sus deseos y sus conveniencias son órdenes. Con esa ética pasan a la prerrogativa epistemológica: triunfar en una elección constitucional les confiere conocimiento y sabiduría en grado absoluto. Desde su ética y su epistemología configuran la política sexenal: razonan (si el verbo razonar no parece excesivo aplicado a los presidentes): soy la república y la democracia, soy mi contrapeso, soy los treinta y dos estados libres y soberanos y los tres poderes. Determinan quien goza de libertad de expresión y quien no, quien es sujeto de derechos y quien es mera súbdita, súbdito. Y López Obrador amplió el modelo, afirmó que las mexicanas y los mexicanos, gracias a él, fuimos felices.

A poco más de un año de gobernar, ¿parece que Claudia Sheinbaum esté atendiendo la causa de las causas? No. Su gobierno, hasta este punto, ha sido malo. Con la causa de las causas intocada ¿podemos esperar que la violencia, que la extorsión, el crimen organizado, que la corrupción, la falta de medicamentos, el autoritarismo, etc. dejen de ser tumores que tienen al cuerpo a punto del colapso? Con agravantes, cada sexenio tiene sus particulares archienemigos, el nuevo orden geopolítico con un paquete extra: la economía global y sus vaivenes; un presidente en Estados Unidos que no se anda con rodeos, o más bien sí: es un vaquero al que le gustan las emociones fuertes, ultranacionalista, laza, monta, espolea y trae la .44 al cinto, reta a cualquiera a un duelo.

Quien lea todo esto como una diatriba anti segundo piso de la, etc., puede no estar equivocado. Pero no sólo es eso. El remedio que nos han inoculado siete años ha sido muy costoso, en términos de finanzas públicas: si al inicio del reinado morenista teníamos los problemas que cualquiera podía nombrar, López Obrador y Sheinbaum Pardo magnificaron uno que estaba a la cola: no hay dinero, y no es metáfora, porque además han socavado la certeza jurídica, los agentes de la economía desconfían. Sin dinero, que los estados, y las carreteras federales en los estados, en Jalisco, por ejemplo, le hagan como puedan. Y esto es lo menos dañino: que la atención a la salud y la contención de los criminales y la falta de agua y de energía y de infraestructura en general y que la mala educación y que el medio ambiente le hagan como puedan. La dupla que gobierna está contenta con la terapia aplicada, si no funciona es problema del paciente y de quienes dan una segunda opinión. Eso ya lo dejaron asentado. Y en todo caso, para qué tantas diatribas: mujeres y hombres muertos, heridos, damnificados, desaparecidos, enfermos, empobrecidos y sometidos al mando de criminales, nada que no se arregle en dos horas de mañanera.

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Cortesía de El Informador



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