
Hay viajes que se sienten como un respiro y otros que cambian la manera en que miras un destino. Guadalajara y Tequila logran las dos cosas en apenas tres días: mezclan reuniones de trabajo, hoteles funcionales, arte, historia y el paisaje agavero que México presume al mundo.
La ruta inicia en el corazón de Guadalajara. Caminar por su Centro Histórico es la mejor manera de tomarle el pulso a la ciudad. El Instituto Cultural Cabañas sorprende desde el primer paso: un antiguo hospicio convertido en espacio cultural, patios silenciosos y los murales de José Clemente Orozco que obligan a levantar la mirada y hacer una pausa.
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Ahí empiezas a entender por qué la capital de Jalisco es mucho más que mariachi y tequila. Muy cerca esperan la Catedral de Guadalajara, el Teatro Degollado, la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres y el Palacio de Gobierno.
Todo está a una distancia caminable, ideal para quienes viajan por trabajo y sólo tienen unas horas libres entre juntas.
Museo Cabañas
Después del paseo llega el momento de probar uno de los sabores más emblemáticos de la ciudad: la carne en su jugo de Karnes Garibaldi, además de quesos fundidos y los clásicos frijoles con elote y tortillas recién hechas.
El hospedaje corre a cargo de Ramada Encore by Wyndham Guadalajara. Un hotel pensado para el viajero que necesita WiFi confiable, buena ubicación y espacios cómodos para descansar o adelantar pendientes. Desde ahí se tiene acceso sencillo a corredores industriales, centros comerciales y zonas clave para el turismo de negocios.
Y sigue la ruta
El segundo día trae consigo el cambio de paisaje: de la ciudad al campo agavero. Desde temprano se toma carretera rumbo a Tequila, que se encuentra a 80 minutos desde la Ciudad de Guadalajara. A medida que avanzas, el paisaje se tiñe de azul, los surcos de agave se alargan hasta el horizonte y la sensación es la de entrar a una postal.
Un imperdible es la visita a Casa Sauza, el recorrido por la hacienda, las áreas de producción y los hornos permite entender cómo se transforma la planta en el destilado que ha conquistado barras y restaurantes en todo el mundo.
Destilados
La cata guiada se vuelve un momento clave del viaje: aromas, notas, diferencias entre tequilas jóvenes, reposados y añejos. Más que una degustación, es una clase corta sobre una de las grandes industrias de México.
La comida en Hacienda Sauza redondea la experiencia con platillos mexicanos que armonizan con los destilados de la casa, se pueden degustar: mole, sopa de milpa, cortes de carne, salmón, jericalla y, no pueden faltar los cantaritos de tequila. Con el atardecer acercándose, el centro de Tequila invita a caminar sin prisa.
Tiendas de artesanías, botellas de colección, pequeños museos y plazas llenas de música completan el cuadro. De regreso a Guadalajara, la cena en el restaurante La Tequila es una despedida simbólica del día: cocina regional, una carta amplia de destilados y un ambiente ideal para alargar la conversación.
Tlaquepaque
El tercer día está reservado para Tlaquepaque, refugio de arte popular y diseño. Su andador principal reúne galerías, tiendas de vidrio soplado y cerámica, además de restaurantes con patios llenos de luz.
Entre compras, fotos y música, el cierre de la ruta se siente natural: una comida en Casa Luna, donde la cocina mexicana contemporánea y la coctelería acompañan la última sobremesa antes de regresar al aeropuerto.
En conjunto, Guadalajara y Tequila representan una propuesta clara para el viajero contemporáneo: destinos bien conectados, hoteles Wyndham que facilitan el turismo bleisure, experiencias culturales profundas y un paisaje agavero que recuerda por qué México sigue siendo uno de los países más inspiradores para viajar.
Cortesía de El Economista
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