
La primera imagen que tuvieron en mente no fue un plano ni un render: fue una calle. Una calle, un fragmento de la cotidianidad de Barcelona, con sus arcos portentosos que se repiten en cada avenida, sus vidrieras que devuelven la luz, sus bancos donde siempre hay alguien leyendo o esperando, sus árboles de hojas sacudidas por los vientos del Mediterráneo. Una calle, en suma, donde la vida pasa y donde la literatura sucede en el silencio de cada página transcurrida.
Esa fue la puerta de entrada para que los jóvenes arquitectos Pau Casanova Pedrol y Javier Hernani López imaginaran el pabellón que representará a Barcelona en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), y que compartieron con EL INFORMADOR su visión con la que dieron forma al que año tras año representa uno de los espacios más importantes de la Feria -si no el corazón de la misma-: el pabellón.
El encargo llegó desde el Ayuntamiento de Barcelona. El concurso, que exigía más que ideas materiales, solicitaba un concepto definido. Una síntesis entre una ciudad que presume su espacio público como uno de sus logros urbanísticos y culturales más grandes, y una ciudad literaria cuyo paisaje ha sido recorrido, narrado y reinventado por generaciones de autores. Los arquitectos encontraron la clave en una festividad determinante que explica a la perfección la relación de Barcelona con los libros: Sant Jordi.
“Esto surgió como un concurso del Ayuntamiento de Barcelona, y el propio concurso ya tenía un pliego técnico con cláusulas que dictaban cuál debía ser el criterio de diseño del pabellón, no tanto a nivel material sino conceptual: qué valores debía transmitir, qué idea de ciudad o qué conceptos quería llevar a México”, explica el arquitecto Javier Hernani López en entrevista.
“Los dos pilares fundamentales en los que se hacía más hincapié eran el concepto de ciudad y de ciudad literaria, es decir, que abordara una visión de Barcelona -nosotros la interpretamos más bien realista, desde el ciudadano- y que intentara poner en evidencia la riqueza cultural, especialmente en el mundo de la literatura, en la que Barcelona ha sido una capital de bastante relevancia”, agrega.
“En ese intento de unir los dos conceptos -ciudad y literatura, ciudad literaria- intentamos desarrollarlo a partir de una imagen que enseguida nos venía a la mente: la festividad de Sant Jordi. Fue uno de los motores”, suma.
Cada 23 de abril, Barcelona entera se desborda con una de sus fiestas fundamentales: el Sant Jordi. Librerías, editoriales, instituciones, escritores y lectores toman las calles en una celebración donde los libros invaden las avenidas y los balcones se llenan de rosas. “Es el momento en que el mundo literario aparece con mucha fuerza en el espacio público”, cuenta Javier. Y de allí partió el corazón creativo que llevó a que su estudio arquitectónico, fàbric, fuese seleccionado entre las múltiples propuestas enviadas al Ayuntamiento de Barcelona: ese cruce -el libro en la calle, la calle convertida en libro- era el alma que daba la esencia y el alma dentro del pabellón.
Cabe señalar que el pabellón de Barcelona en la FIL tendrá un espacio de mil 183 metros cuadrados y está inspirado en las plazas porticadas y la hospitalidad mediterránea.
Una ciudad que se abre como un libro
Para Pau Casanova Pedrol, la festividad de Sant Jordi no solo encarna la fuerza literaria de Barcelona, sino también la profunda vocación de la ciudad por vivir y cuidar su espacio público -un ámbito en el que, afirma, Barcelona se ha convertido en modelo mundial de diseño urbano y sostenibilidad. “Queríamos que el pabellón contara justamente eso: la riqueza de nuestra literatura y la riqueza del espacio público”, señala el arquitecto.
“El lema principal, por resumir, giraba en torno a esta idea del espacio público. Nuestra propuesta se llama Space Publicat, es decir, ‘espacio publicado’, porque nos parecía interesante que la ciudad de Barcelona estuviera representada por su espacio público como un símbolo: es el lugar donde la ciudadanía desarrolla su vida, un espacio de encuentro, un espacio que valoramos mucho. En Barcelona se hace mucha vida en la calle, y nos parecía emblemático traerlo al pabellón”.
El Space Publicat, por tanto, fue una declaración de intenciones. No se trataba de construir un objeto espectacular, sino de destilar Barcelona en unos pocos signos esenciales. “Queríamos evitar caricaturas: no reproducir la ciudad, sino sugerirla”, explica Pau.
El resultado es una plaza -un vacío- rodeada de los programas necesarios: librería, auditorio y zona de trabajo. Un vacío que ordena, que aísla del caos ferial y que crea un lugar para estar, escuchar y leer, como una pausa urbana dentro del vértigo de la FIL.
A partir de ese centro, los elementos se dispusieron como abstracciones del espacio urbano barcelonés: líneas de zócalos, arcos, superficies transparentes que recuerdan escaparates, árboles vivos. Todo sobre dos materiales principales -madera y moqueta- escogidos para reducir impacto y garantizar una segunda vida.
“A nivel compositivo, queríamos alejarnos de la típica distribución de los pabellones, que suelen ser pequeños objetos que colonizan el espacio”, dice Javier. “En lugar de eso, partimos de crear un vacío: una plaza. Construimos alrededor de ese vacío, de modo que el espacio central del pabellón no fuera un objeto construido, sino un vacío muy marcado por su geometría ortogonal, que te aislara un poco del resto de la feria, que suele ser muy caótica. A partir de ese vacío, rellenamos los espacios residuales con el programa del pabellón: el auditorio, la librería y una pequeña zona de trabajo”, comparte.
Retos y posibilidades de dar forma a lo breve
La arquitectura efímera, reconocen Pau Casanova Pedrol y Javier Hernani López, fue un desafío: ellos están acostumbrados a pensar edificios con la esperanza de que sigan en pie por años, no semanas. Fue por eso que resultó más gratificante haber ganado el concurso del Ayuntamiento de Barcelona, por las posibilidades y los retos creativos que este traía consigo. Trabajar con Omega Group -empresa mexicana experta en arquitectura para ferias- permitió traducir la idea en un objeto preciso, desmontable, sostenible.
Completaron el equipo con el arquitecto Santiago de León, con amplia experiencia en este ámbito, para articular visión conceptual y conocimiento técnico.
“Todo eso fue una alegría y una sorpresa, porque no somos un perfil especialmente experto en el ámbito ferial”, dice Javier Hernani López. “Somos arquitectos y hasta ahora habíamos desarrollado más proyectos de espacio público, por eso también el peso de ese uso en el pabellón actual. Fue un reto y nos hizo mucha ilusión: primero, trabajar fuera de Europa, y segundo, hacerlo en un ámbito que siempre nos había interesado, pero para el que nunca habíamos tenido una oportunidad directa”.
“Ganamos el concurso conjuntamente con Santiago de León, un arquitecto con mucha experiencia en este ámbito. Creo que fue una buena combinación: un perfil más junior y uno más senior, en el que él aportaba todo el conocimiento sobre funcionamiento, plazos, materiales y necesidades del sector, cosas que para nosotros eran lejanas en ese momento”.
La comunicación con México -distancias, husos horarios, normativas- fue un rompecabezas que resolvieron con llamadas y correos. Entre el Institut de Cultura de Barcelona, la comisaria Anna Guitart, Omega Group y la FIL, el proyecto se movió entre dos orillas del Atlántico con fluidez.
Y ahora, ya en Guadalajara, el pabellón está listo para recibir a los lectores en sus recintos mediterráneos, en su plaza barcelonesa donde transcurre la vida, los libros y las flores.
Barcelona no llega a la FIL 2025 con un monumento ni con un símbolo prefabricado. Llega con una convicción: su espacio público es uno de sus libros abiertos más importantes. Un libro donde circulan historias, donde los lectores caminan, donde lo cotidiano se vuelve literario sin avisar. El pabellón no es un homenaje a la ciudad: es un fragmento de ella, la Ciudad Condal que en cuestión de días traerá sus flores y sus libros a Guadalajara.
CT
Cortesía de El Informador
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