Durante años, la conciencia se consideró un privilegio exclusivo de los humanos y, con ciertas reservas, de algunos mamíferos complejos. Sin embargo, nuevos estudios científicos están cambiando radicalmente esta visión. Dos investigaciones publicadas en la revista Philosophical Transactions of the Royal Society B están reescribiendo lo que creíamos saber sobre el surgimiento de la conciencia en el reino animal. Y lo hacen con protagonistas inesperados: las aves.
Desde palomas y gallinas hasta los inteligentes córvidos, estas criaturas emplumadas están demostrando que no solo tienen una vida interior rica y compleja, sino que su cerebro, aunque estructuralmente distinto al nuestro, es capaz de procesar experiencias subjetivas, tomar decisiones conscientes y, en algunos casos, incluso reconocerse a sí mismas. Un hallazgo que pone patas arriba muchas de nuestras ideas sobre lo que significa estar consciente… y quiénes lo están.
Más allá del instinto: señales de conciencia sensorial
Durante décadas, los científicos observaron comportamientos complejos en aves —uso de herramientas, resolución de problemas, planificación a largo plazo—, pero se tendía a interpretarlos como respuestas automáticas, guiadas por el instinto o el aprendizaje condicionado. Lo que cambia ahora es la creciente evidencia de que muchas aves no solo actúan, sino que sienten.
Investigaciones recientes muestran que algunas especies, como las palomas, responden de forma diferente a estímulos ambiguos dependiendo del contexto, igual que lo haría un humano al enfrentarse a una ilusión óptica. Más impactante aún, en el cerebro de cuervos se han detectado señales neuronales que no reflejan la presencia objetiva de un estímulo, sino su percepción interna: es decir, lo que el ave cree haber visto. Este tipo de procesamiento no puede explicarse únicamente desde el automatismo biológico; implica una experiencia subjetiva, una forma de conciencia sensorial.
El descubrimiento de que las aves podrían tener conciencia plantea una pregunta clave: ¿cómo lo logran sin una corteza cerebral como la de los mamíferos? Aquí es donde entra en juego otro hallazgo fascinante.

Crédito: Philosophical Transactions of the Royal Society B: Biological Sciences (2025). DOI: 10.1098/rstb.2024.0308
Aunque el cerebro de un ave no se parece al de un humano, alberga una región llamada nidopallium caudolaterale (NCL), que cumple funciones muy similares al córtex prefrontal humano. Esta zona está densamente conectada, integra información de múltiples áreas y permite un procesamiento flexible: justo lo que se espera de un sistema que soporta conciencia. A nivel de conectividad —lo que se conoce como “conectoma”—, el cerebro de las aves presenta patrones asombrosamente parecidos a los de los mamíferos.
Esto sugiere que la conciencia no depende de una estructura cerebral concreta, sino de ciertas funciones emergentes. En otras palabras, la evolución puede llegar al mismo resultado por caminos distintos. Y eso abre la puerta a pensar que otros animales con cerebros diferentes podrían también tener formas propias de conciencia.
¿Tienen las aves conciencia de sí mismas?
Pero quizás el aspecto más revolucionario de estos estudios es la sugerencia de que algunas aves poseen formas elementales de autoconciencia. El clásico test del espejo —que evalúa si un animal reconoce su propio reflejo— ha sido superado por córvidos como la urraca. Sin embargo, los investigadores han ido más allá y han adaptado las pruebas a contextos más relevantes para otras especies.
En un experimento, gallos fueron expuestos a su imagen reflejada y a otros individuos reales a través de cristales y espejos. La respuesta de los animales varió según el contexto, lo que sugiere que son capaces de distinguir entre sí mismos y otro ser. Esto no implica una autoconciencia sofisticada como la humana, pero sí una forma básica y situacional de reconocerse como un agente individual.
Una conciencia con función de alarma
Los hallazgos anteriores se complementan con el trabajo de los investigadores Albert Newen y Carlos Montemayor, quienes proponen una teoría evolutiva de la conciencia en tres etapas: la conciencia de alarma, la atención focalizada, y la autoconciencia reflexiva.
La primera, la más antigua y fundamental, es una especie de sistema de emergencia: el organismo percibe un daño o amenaza y responde de inmediato para sobrevivir. Este tipo de conciencia primitiva estaría presente en muchas especies, incluidos insectos.
La segunda etapa permite seleccionar información relevante y aprender asociaciones: es la base de la conciencia sensorial ya descrita en aves.
La tercera y más compleja —la autoconciencia reflexiva— permite planificar, recordar el pasado y anticipar el futuro. Aunque esta capacidad se ha documentado con claridad en humanos, primates, delfines o elefantes, los indicios de que aves como cuervos o urracas podrían tener formas simplificadas de ella es un giro inesperado.

Cambiando el mapa evolutivo de la conciencia
Todo esto sugiere que la conciencia no es un “milagro” reservado a los humanos, sino una función biológica que ha emergido de forma independiente en distintas líneas evolutivas. La conciencia, lejos de ser un rasgo reciente, podría ser una adaptación mucho más antigua y extendida.
Y si eso es así, las implicaciones son profundas. Desde la ética del trato a los animales hasta la comprensión de nuestro lugar en el mundo, estamos ante una auténtica revolución científica y filosófica.
Las aves, con su canto y su vuelo, podrían estar no solo observando el mundo, sino también sintiéndolo.
Referencias
- Albert Newen et al, Three types of phenomenal consciousness and their functional roles: unfolding the ALARM theory of consciousness, Philosophical Transactions of the Royal Society B: Biological Sciences (2025). DOI: 10.1098/rstb.2024.0314
- Gianmarco Maldarelli et al, Conscious birds, Philosophical Transactions of the Royal Society B: Biological Sciences (2025). DOI: 10.1098/rstb.2024.0308
Cortesía de Muy Interesante
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