En dos semanitas es como si hubiera revivido la música: Oasis, y ahora la leyenda Andrés Calamaro. Lo de este martes en el Movistar Arena fue un fusilamiento de hits. Hay que estar bien templado para evitar que no se te piante un lagrimón a lo largo de estas dos horas. Categoría “banda sonora de tu vida”. Eso es Calamaro.
El tipo te spoilea un repertorio que incluso el público puede adivinar. Ya sabemos cómo termina, qué canción va a sonar, el video de fondo con las caras de nuestros muertos más queridos, mientras se escucha “si te toca ir arriba antes que yo, porque existe la vida eterna…”.
¿Qué es todo esto? Es una demostración fálica del poder de la canción. Completamente adictivo. Un amigo de verdad, Andrelo. Te acompaña hace décadas, nunca te clava el visto, canta Flaca y vos, que la escuchaste 5.546 veces más que tu hijo de 14 años, la cantás con él. Transversalidad en estado puro. O cuando suena el más moderno de sus clásicos, Rehenes. Qué maravilla, por favor, todos esos estribillos de cancha en una misma carrera…
No es una que sepamos todos. Son todas y cada una.
Y se aprovecha. Al estilo Bob Dylan, que deforma sus temas hasta la incomprensión, él viene utilizando el recurso del aburrimiento. Como si nos dijera: ‘Te la canto, sí, pero como la vengo cantando hace tantos años, ya no sé si la quiero cantar’. El resultado de esa búsqueda, sin embargo, tiene final feliz porque lo que parece un acto de protesta contra su propia obra no es más que una oda al estribillo, ese pedazo de canción que te agarra del cuello y no te suelta más.
Es decir: la estrofa viene a los tumbos, con él a cantando a destiempo o sincopado o hasta tarareando, pero cuando llega el nudo, la resistencia cede por completo y pasa algo con la dopamina o alguna de esas hormonas de la felicidad.
Ocurre, solo por citar un ejemplo, con Cuando no estás. ¡Qué cantidad de himnos! El pibe de 14 años se las sabe todas, pero le molesta un poco lo mismo que al autor de este tuit: “No hay peor cosa para el público que ir a un recital y que el artista cambie la melodía de un tema, no sólo para hacer mierda al original, sino para que no lo puedas cantar”.
Un soldado de Calamaro responde: “El artista es el que está arriba del escenario, chicos. Cuando alguno de ustedes pueda escribir Carnaval de Brasil, hablamos”.
El servicio del show es impecable. Mucha energía, mucha potencia rockera, un recital de puntín al medio, y en una misma velada los ves a Calamaro, a Pato de Airbag -y su actitud Bon Jovi para cantar “la mejor canción del mundo”, Paloma– al neo forzudo de Chano, de Tan Biónica y a Facu Soto, de Guasones.
Sin la vincha, y orgulloso de una camisa que lleva puesta, de a ratos gorra, de a ratos la plena madurez, Calamaro demuestra una vitalidad que no emana únicamente del poder de sus canciones. En los últimos años, sus conciertos porteños son casi una ceremonia obligada del mes de noviembre. Esta vez no hay material nuevo ni aniversarios de discos, entonces El Salmón te da lo que solo puede darte el dueño del cancionero popular más importante de la República Argentina. Aplasta ver al gigante.
Cortesía de Clarín
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