Científicos reconstruyen el incendio bíblico que destruyó Jerusalén en 586 a.C. y sus hallazgos coinciden con el relato del Antiguo Testamento

Durante más de dos milenios, el relato de la destrucción de Jerusalén a manos de los babilonios en el año 586 a.C. ha permanecido como un eco legendario entre las páginas de la Biblia y la memoria histórica. Sin embargo, por primera vez, un estudio arqueológico logra trazar con precisión científica cómo ardió uno de los edificios más lujosos de la ciudad: el llamado “Edificio 100”, situado en una antigua colina al sureste de Jerusalén, bajo lo que hoy es un anodino aparcamiento.

Publicado en el Journal of Archaeological Science, este trabajo combina técnicas de análisis de fuego antiguo, espectrometría y arqueomagnetismo para reconstruir el avance de las llamas dentro del edificio. Lo que han descubierto los investigadores es un retrato devastador de un ataque meticuloso, violento y dirigido a borrar símbolos de poder.

Una residencia de élite devorada por las llamas

El Edificio 100 no era una construcción cualquiera. Se trataba de una imponente residencia de dos pisos, probablemente ocupada por miembros influyentes de la élite de Judá. Su tamaño, distribución y riqueza en objetos recuperados indican que no se trataba de una casa común, sino de un lugar clave en la Jerusalén previa a la caída.

Durante las excavaciones, los arqueólogos encontraron restos carbonizados, fragmentos de cerámica rotos y pisos colapsados. Pero no fue hasta que aplicaron técnicas como la espectroscopía de infrarrojo y el análisis del magnetismo residual que se hizo posible algo único: seguir el rastro del fuego, paso a paso, habitación por habitación.

Estos análisis permitieron identificar la intensidad del calor en distintas zonas del edificio, revelando que el incendio se inició en varios puntos simultáneamente, tanto en la planta baja como en la superior. Fue un ataque coordinado. No un accidente. El fuego no se propagó por casualidad: fue alimentado, encendido con intención y dirigido a provocar el colapso total del inmueble.

Vista de las excavaciones en el Monte Sion desde una grúa orientada hacia el norte
Vista de las excavaciones en el Monte Sion desde una grúa orientada hacia el norte. Foto: Rafi Lewis/Mount Zion Archaeological Excavation

El fuego más intenso, en lo más alto

Una de las revelaciones más intrigantes del estudio fue que el piso superior del Edificio 100 soportó la mayor intensidad del fuego. Allí, la mayoría de los fragmentos estudiados habían perdido su magnetismo original, lo que indica una exposición a temperaturas extremas, suficientes para reconfigurar sus propiedades físicas.

En contraste, en la planta baja, el fuego se manifestó de forma desigual. Dos de las tres habitaciones no presentaban signos de alta temperatura. En la tercera, se detectó una breve pero intensa combustión localizada. Los investigadores concluyen que la estructura superior se derrumbó rápidamente, sofocando las llamas en los pisos inferiores. Fue una destrucción rápida, calculada y eficaz.

La distribución de los restos también sugiere que el edificio fue incendiado desde dentro. No se trató simplemente de lanzar antorchas desde fuera: el fuego fue encendido estratégicamente en varios lugares, con el propósito claro de arrasar hasta los cimientos. La intensidad del ataque apunta a una motivación política: destruir un símbolo de poder y eliminar cualquier posibilidad de reconstrucción inmediata.

Una historia escrita en cenizas

Este edificio se convierte así en una pieza clave para entender la campaña militar de Nabucodonosor II contra el Reino de Judá. Según el relato bíblico, los babilonios sitiaron Jerusalén durante casi 30 meses antes de abrir brecha en sus murallas, arrasar el Primer Templo y deportar a la población a Babilonia.

Sin embargo, hasta ahora, los restos arqueológicos que conectaran directamente con ese episodio eran fragmentarios o estaban sujetos a interpretación. El estudio del Edificio 100 proporciona, por primera vez, una narrativa científica sobre cómo pudo haberse desarrollado uno de los múltiples incendios que destruyeron Jerusalén.

Pero el hallazgo no se limita al fuego. En otras excavaciones del monte Sion, los arqueólogos han encontrado puntas de flecha de bronce y hierro, joyas de oro y plata abandonadas apresuradamente, y capas de ceniza que corresponden con el mismo periodo. Todo apunta a una destrucción masiva y a una ciudad sumida en el caos. Algunos expertos incluso han identificado capas superpuestas que muestran, en un mismo punto, la destrucción de Jerusalén tanto en el 586 a.C. por los babilonios como en el año 70 d.C. por los romanos. Un doble testimonio de tragedia acumulada.

Detalle de un raro peso de cuatro siclos de la Edad del Hierro, con inscripción
Detalle de un raro peso de cuatro siclos de la Edad del Hierro, con inscripción. Fotos: Rafi Lewis/Mount Zion Archaeological Excavation/Christian Pérez

Fuego, ruinas y memoria colectiva

La precisión de este nuevo estudio arqueológico no solo arroja luz sobre un hecho del pasado remoto. También ayuda a comprender cómo se construye la memoria histórica. En muchos sentidos, Jerusalén es una ciudad cuyas capas subterráneas son también capas de dolor, resistencia y reconstrucción.

Lo que ocurrió en el Edificio 100 hace más de 2.500 años sigue siendo relevante. Porque demuestra que la violencia que destruye ciudades también deja cicatrices medibles, analizables y comprensibles. Los restos de aquel incendio no son solo escombros antiguos: son testimonios físicos de una crisis que cambió el destino de un pueblo, una religión y una región entera.

A pesar de que no se ha hallado evidencia arqueológica directa del Templo de Salomón, este tipo de descubrimientos permiten entender el contexto urbano, social y político de la Jerusalén del Primer Templo. Cada fragmento quemado, cada piso colapsado, cada objeto abandonado ayuda a rellenar los vacíos que los textos antiguos, por sí solos, no pueden explicar.

El asedio de Jerusalén, una advertencia encendida

Lo que los babilonios dejaron atrás no fue solo ruina, sino un legado involuntario. En su esfuerzo por erradicar un centro de poder rebelde, contribuyeron sin saberlo a cimentar un mito que perdura hasta nuestros días. Hoy, gracias a la ciencia y a la arqueología, podemos descifrar parte de ese mito con herramientas modernas, añadiendo capas de verdad tangible a una historia que ha moldeado culturas, credos y civilizaciones.

El incendio del Edificio 100 es solo una pieza de un rompecabezas mucho más grande, pero es una pieza brillante, negra de hollín, que nos acerca como pocas al momento en que Jerusalén ardió, no solo como ciudad, sino como símbolo de todo lo que podía perderse… o sobrevivir.

Cortesía de Muy Interesante



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