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La pobreza laboral en México experimentó una ligera reducción durante el tercer trimestre de 2025, informó el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). El indicador se ubicó en 34.3%, lo que significa que un poco más de un tercio de los mexicanos no puede adquirir una canasta básica alimentaria con los ingresos obtenidos por su trabajo.
Aunque la cifra representa una baja de 0.8 puntos respecto al mismo periodo de 2024, los especialistas advierten que el avance podría desacelerarse si no se atienden problemas estructurales persistentes.
Para Axel Eduardo González Gómez, coordinador de datos en México, ¿cómo vamos?, el descenso es real, pero no espontáneo. Recuerda que es producto de un proceso sostenido iniciado años atrás. “Lo que hemos visto en años recientes, a partir de este indicador de pobreza laboral, es que se observa una reducción. De hecho, incluso previo al impacto de la pandemia ya se observaba una tendencia a la baja”.
Para entender un poco por qué esta reducción, González Gómez explica que la pobreza laboral es cuando el ingreso laboral de un hogar no es suficiente para alimentar a todos sus miembros, es decir, para que cada uno de ellos tenga el equivalente a una canasta básica alimentaria.
“En ese sentido, lo que vemos en años recientes es una recuperación de los ingresos laborales de los hogares en todos los niveles de ingreso. Consecuentemente, por eso es que vemos esta reducción en pobreza laboral”, afirma.
Un avance que no toca a todos por igual
La reducción general contrasta con una mayor precariedad en zonas rurales. Mientras que las áreas urbanas reportaron una pobreza laboral de 30.2%, las zonas rurales alcanzaron 48.4%, es decir, casi la mitad de quienes habitan en comunidades o pueblos no pueden cubrir su alimentación mínima con su trabajo.
González señala que esta disparidad es resultado directo del tipo de empleos disponibles en cada región. “Tiene que ver también mucho con la composición que se tiene, justamente, de las actividades económicas en las que participan las personas de acuerdo a su entorno. Digamos, en contextos rurales, en localidades más pequeñas, por ejemplo, tienen mucha más importancia el trabajo agrícola, el trabajo agropecuario en general que, por ejemplo, en contextos urbanos”.
La mayoría de las ocupaciones antes mencionadas se encuentran en la informalidad laboral, por eso es que en contextos rurales muchas veces, de forma persistente, se ve una mayor incidencia de las personas que se encuentran en pobreza laboral.
Este escenario revela una contradicción histórica: México depende del campo, pero quienes lo sostienen figuran entre los sectores con peores ingresos.
“De los cuatro tipos de informalidad laboral, los que tienen ingresos laborales promedio más bajos son precisamente el trabajo que se hace en el sector agropecuario, así como el trabajo doméstico no remunerado”, dice el experto.
La informalidad: el muro que frena el desarrollo
Más del 55% de la población ocupada en México trabaja sin contrato, prestaciones o seguridad social. Esta cifra, advierte González, explica por qué los avances en materia laboral todavía no se reflejan en toda la población.
“Hay dos problemas estructurales del mercado laboral mexicano. El primero es justamente lo que mencionaba hace rato, la prevalencia de informalidad laboral. Más de la mitad de la población ocupada, el 55%, se encuentra en un empleo informal. Entonces, todas las regulaciones positivas que se han hecho en términos laborales no tienen un impacto directo en esa población”, señala.
Aunque reconoce avances derivados del alza al salario mínimo y reformas, “este tipo de regulaciones están dejando fuera de forma directa a más de la mitad de la población ocupada en el país”.
Además, la desigualdad salarial de género persiste. Las mujeres han visto mejorías en su ingreso, pero siguen ganando menos que los hombres y enfrentan una doble jornada invisible: trabajo remunerado y trabajo doméstico no pagado.
“Siempre el nivel de ingreso de las mujeres se encuentra por debajo del de los hombres, y este es uno de los resultados que viene directo de esta baja participación laboral femenina. Es necesario corregir el origen de esta desigualdad de ingresos, pues parte justamente de la no posibilidad que tienen las mujeres en componentes del mercado laboral, precisamente por la sobrecarga que tienen en el trabajo no remunerado”, reflexiona.
Ante ello, González considera que la propuesta de reducir la jornada laboral a 40 horas podría ser un paso significativo: “La parte de la jornada laboral es una situación que busca justamente distribuir de mejor manera el tiempo de las trabajadoras y de los trabajadores, esta reducción crea un impacto positivo, por ejemplo, para la posibilidad de la participación laboral de las mujeres”.
Para Axel González, 2026 será un año de prueba. No basta con que aumenten los salarios, ya que el país necesita generar más empleos formales. Sin ello, advierte, los avances podrían estancarse o incluso retroceder.
“En la parte específica de pobreza laboral, me parece que podríamos seguir viendo esas reducciones, aunque tal vez mucho más acotadas, porque en el caso específico de este año, de 2025, la generación de empleo formal ha sido muy escasa. Si la generación de empleo formal continúa estancada, entonces, estos avances que hemos tenido en la pobreza laboral sí se verían mermados respecto a lo que habíamos visto en años anteriores”, considera Axel.
México avanza, pero a paso corto. La pobreza laboral disminuye, sí, pero aún aprisiona a uno de cada tres trabajadores, y lo hace con mayor severidad en el campo y entre mujeres.
Así que el reto ya no es demostrar que se puede bajar la cifra. El verdadero desafío es lograr que bajar la pobreza laboral deje de ser una excepción estadística y se convierta en una realidad cotidiana para quienes sostienen la economía con su trabajo.
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Cortesía de UNO TV
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