Machu Picchu fue una ciudad cosmopolita habitada por extranjeros: el sorprendente hallazgo genético que cambia su historia

Durante más de un siglo, Machu Picchu ha sido un símbolo de la grandeza inca. Desde que Hiram Bingham lo redescubriera en 1911, la imagen que ha perdurado es la de un refugio real, oculto en las cumbres andinas, destinado a la nobleza del Tahuantinsuyo. Sin embargo, un estudio genético publicado en la revista Science Advances ha cambiado de forma rotunda esa visión. Gracias al análisis de ADN antiguo de más de 30 individuos enterrados en el lugar, ahora sabemos que la población que habitaba la ciudadela no era homogénea ni local. Al contrario, era una comunidad profundamente diversa, integrada por personas llegadas de los rincones más remotos del Imperio inca, y más allá.

Lejos de ser un enclave exclusivo para la élite, Machu Picchu era también un hogar permanente para decenas de trabajadores y sirvientes conocidos como yanacona (en el caso de los hombres) y aclla (mujeres), trasladados allí desde regiones tan dispares como la Amazonía peruana, la costa norte del actual Perú, los Andes centrales e incluso zonas cercanas al actual Ecuador y Colombia. En otras palabras: Machu Picchu era una ciudad verdaderamente cosmopolita.

Una ciudad para el emperador… y sus servidores

Machu Picchu fue construido durante el reinado de Pachacuti, el gran emperador que transformó un reino local en el imperio más vasto de Sudamérica. Aunque su monumental arquitectura sugiere una ciudad pensada para la realeza, lo cierto es que los emperadores y sus familias no vivían allí de forma permanente. Su uso era estacional: una residencia de descanso, un lugar de ceremonias religiosas y reuniones políticas en medio de la selva alta.

Sin embargo, alguien tenía que cuidar ese esplendor durante todo el año. Y esa tarea recaía en los yanacona y aclla, personas apartadas de sus comunidades de origen para servir al Inca. Hasta ahora, poco sabíamos sobre quiénes eran realmente estos individuos. Pero el nuevo estudio, liderado por investigadores de Yale, la Universidad de California en Santa Cruz y la Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco, ha arrojado luz sobre su procedencia con una precisión nunca antes vista.

Machu Picchu estuvo habitado por servidores procedentes de diferentes regiones del Imperio inca
Machu Picchu estuvo habitado por servidores procedentes de diferentes regiones del Imperio inca. Foto: Istock/Christian Pérez

ADN antiguo y una historia inesperada

Gracias a técnicas de secuenciación genética similares a las que utilizan hoy las populares pruebas de ascendencia, los científicos analizaron el ADN extraído de dientes y huesos de 34 personas enterradas en las cuevas funerarias que rodean Machu Picchu. A modo de comparación, también estudiaron el material genético de otros 34 individuos procedentes de Cusco y el Valle Sagrado.

Los resultados fueron sorprendentes. Lejos de pertenecer a una población local o relativamente homogénea, los individuos enterrados en Machu Picchu presentaban una variedad genética asombrosa. Muchos tenían raíces en los Andes del sur, pero también aparecieron perfiles genéticos vinculados a la costa norte, la cuenca del Amazonas central e incluso los flancos orientales de la cordillera. En total, se identificaron al menos ocho regiones de procedencia diferentes.

Uno de los hallazgos más llamativos es que aproximadamente un tercio de los individuos analizados presentaban ascendencia amazónica. Y lo más interesante: la mayoría de ellos eran mujeres. Algunas de estas mujeres pudieron haber sido seleccionadas como esposas para los yanacona o asignadas como sirvientas especializadas dentro del complejo real. En todo caso, su presencia confirma que la Amazonía, a menudo considerada periférica en la historiografía inca, tuvo un papel mucho más integrado de lo que se creía.

Otro dato revelador es que casi ninguno de los individuos analizados tenía parentesco directo con los demás. Solo una pareja —una madre y su hija— compartían un vínculo biológico claro. Esto refuerza la hipótesis de que los yanacona eran seleccionados y trasladados individualmente, no como parte de grupos familiares o comunidades enteras. Sus entierros, además, no seguían ningún patrón étnico o geográfico: personas de orígenes distintos eran sepultadas juntas, en las mismas cuevas, con los mismos ritos.

Este detalle tiene implicaciones profundas. Significa que, una vez en Machu Picchu, estas personas pasaban a formar parte de una comunidad nueva, desvinculada de su procedencia original. No solo vivían juntas, sino que también se reproducían entre sí, generando una población mestiza —genéticamente hablando— que no se parecía a las aldeas rurales tradicionales del mundo andino, donde el parentesco y el linaje eran estructuras esenciales.

Aunque era una propiedad real, Machu Picchu no funcionó como residencia permanente de los gobernantes incas
Aunque era una propiedad real, Machu Picchu no funcionó como residencia permanente de los gobernantes incas. Foto: Istock/Christian Pérez

¿Mejor vivir en Machu Picchu?

Lejos de lo que se podría imaginar, la vida de estos sirvientes no era necesariamente miserable. Análisis previos de los restos óseos muestran una buena salud general, ausencia de lesiones por trabajos pesados, y una esperanza de vida superior a la media andina de la época. Muchos alcanzaron la edad adulta e incluso la vejez. Además, en sus tumbas se han hallado objetos valiosos, como cerámica decorada y utensilios de metal, en ocasiones de origen lejano, lo que sugiere que algunos conservaban elementos de sus culturas natales, quizás como símbolos identitarios o recuerdos personales.

Todo esto apunta a que los yanacona y aclla de Machu Picchu ocupaban un estatus intermedio dentro del complejo sistema social incaico. No eran parte de la nobleza, pero tampoco campesinos o esclavos. Su cercanía física y funcional con la élite les confería ciertos privilegios, incluso si estaban bajo control estatal.

Sin duda alguna, este estudio forma parte de una tendencia creciente en la arqueología: combinar métodos clásicos —como las excavaciones y el análisis de cerámica— con herramientas científicas de vanguardia, como la genómica. Gracias a esta sinergia, estamos empezando a comprender no solo cómo se veían las ciudades incas, sino cómo se vivía realmente en ellas.

Y en el caso de Machu Picchu, la imagen que emerge es muy distinta de la que nos contaron los libros escolares. No era solo un templo en la niebla ni un símbolo de aislamiento imperial. Era, en cambio, un punto de encuentro entre culturas, una comunidad diversa compuesta por personas con historias de vida tan complejas como desconocidas. Personas que cruzaron montañas, selvas y desiertos para servir en uno de los lugares más asombrosos de la América prehispánica. Personas que, al final, nos obligan a replantearnos lo que creíamos saber sobre el mundo inca.

El estudio ha sido publicado en Science Advances.

Cortesía de Muy Interesante



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