
El mercado energético vive un momento de contrastes pocas veces visto. Mientras el precio del petróleo lucha por mantenerse a flote —con el barril estadounidense WTI cerca de los 58 dólares y el europeo Brent apenas por encima de los 63 dólares—, los grandes capitales de inversión han decidido apostar con fuerza por el futuro, y no por el pasado.
Al cierre del 26 de noviembre, la diferencia de rendimientos entre las empresas de energía limpia y las petroleras tradicionales supera los 45 puntos porcentuales, un dato que revela un cambio profundo en la confianza de los inversionistas.
Si revisamos el comportamiento de las bolsas este año, la historia es clara. El índice de petróleo y gas tradicional DJUSEN ha tenido un desempeño gris, con un crecimiento de apenas 3.72%, pasando de 721 puntos en enero, a cerrar en 748 puntos. Básicamente, el sector se ha mantenido estancado.
Por el contrario, el índice de energía limpia S&P Global Clean Energy Index ha vivido una auténtica fiesta alcista, con una subida del 47%, al pasar de 104 a 149 puntos en el mismo periodo.
Lo interesante es cómo ocurrió este cambio. Durante los primeros meses del año, ambos sectores cayeron al unísono y tocaron sus puntos más bajos en la primera semana de abril, debido al temor generalizado sobre la economía. Sin embargo, a partir de mayo sus caminos se separaron drásticamente.
Mientras el petróleo no lograba recuperarse y se mantenía en un movimiento lateral, el ETF ICLN —que agrupa a gigantes renovables como First Solar— repuntó con fuerza, rompiendo las barreras de los 13 y 14 dólares en verano, hasta llegar a un pico de más de 18 dólares a principios de noviembre.
Detrás de esta debilidad del petróleo hay dos grandes razones: la política internacional y el exceso de producto. La reciente noticia de que el presidente Vladimir Putin ve con buenos ojos la propuesta de paz de Estados Unidos ha calmado los nervios del mercado.
Aunque aún no se ha firmado un tratado final, la simple posibilidad de que la guerra en Ucrania llegue a su fin ha reducido el incentivo para comprar petróleo por miedo a una eventual escasez.
A esto se suma un problema físico real. Los datos más recientes muestran que Rusia tiene almacenados más de 16 millones de barriles de crudo en sus propios campos: una cantidad enorme que solo se había registrado en dos ocasiones desde que inició la guerra en 2022.
Las sanciones y las dificultades para vender a países como China e India han provocado una acumulación de petróleo sin salida, lo que presiona los precios mundiales a la baja debido a un exceso de materia prima.
Con este panorama de abundancia, la OPEP y sus socios se reunirán este 30 de noviembre en una situación complicada. Es muy probable que decidan no aumentar su producción a inicios de 2026, como tenían planeado.
Su objetivo será evitar que el exceso de oferta —calculado en hasta 5 millones de barriles diarios para el primer trimestre— provoque un desplome aún mayor en los precios.
Con la paz asomándose en el horizonte y los inventarios rusos al borde del desbordamiento, el escenario parece dictar sentencia contra los combustibles fósiles.
Sin embargo, en Wall Street, el consenso de la mayoría suele ser la antesala del error. Y aquí es donde el inversionista astuto debe plantearse la pregunta del millón —esa que separa a los turistas de los tiburones—, ¿estamos realmente ante el funeral de las petroleras y el reinado absoluto de lo verde? ¿O es esta caída del crudo la oportunidad de compra de la década disfrazada de crisis, mientras que la energía limpia no es más que una costosa ilusión?
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Cortesía de El Economista
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