
Guadalajara está por abrir una puerta a las múltiples capas de la historia catalana -su literatura, su exilio, sus sombras y su fuerza creativa- con “Tres maneras de entrar”, la ambiciosa trilogía del colectivo Cabosanroque que llega hoy al Museo Cabañas como parte de la presencia de Barcelona, Invitada de Honor en la FIL.
En el patio interior del museo -un espacio silencioso, de piedra antigua y murales de Orozco- se instalaron las piezas creadas a lo largo de una década por las artistas sonoras Laia Torrents y Roger Aixut, de Cabosanroque. “Es como entrar en nuestro universo desde que cruzas el patio”, dice Torrents a EL INFORMADOR. “La trilogía se llama así: tres maneras de entrar. Realmente sientes que atraviesas un umbral”.
La trilogía surgió como tres interpretaciones independientes de figuras clave de la literatura catalana: Joan Brossa, Jacint Verdaguer y Mercè Rodoreda. Tres autores de épocas distintas, unidos por la guerra, la censura, la espiritualidad y una Barcelona convertida en territorio simbólico. Cuando se anunció a Barcelona como Invitada de Honor, la idea de mostrar el conjunto en México surgió de inmediato. “Era imposible no traerla”, resume Laia. “Es otra forma de mostrar la literatura catalana, y Cabosanroque tiene una relación cercana con México. Era un encuentro natural”.
Instalar la literatura en un museo
Las piezas que integran la trilogía funcionan como instalaciones, óperas de objetos, paisajes sonoros y dispositivos que descolocan al espectador. “Nos gusta poner al público a prueba”, explica Laia. “Nos gusta manipularlo un poco sin que se dé cuenta, hacerlo parte del ritual”.
Cabosanroque trabaja a partir de una premisa clara: investigar profundamente un texto para después sublimarlo, llevarlo al territorio del sonido, de la materialidad, de lo performativo, y permitir que el público entre sin necesidad de haber leído a los autores. “Nuestra esperanza es que, después de la primera instalación, el público se adentre en la prosa que Joan Brossa escribió en los años 40, cuando, tras la guerra civil española, escribir en catalán estaba prohibido. Brossa escribe desde la clandestinidad, desde el encierro y el silencio impuesto. Cabosanroque reinterpreta ese momento como una ópera de objetos donde las palabras dejan de significar y empiezan a sonar. Trabajan con personas con dicciones extremas, voces que deforman el idioma hasta convertirlo en pureza fonética. Los objetos reunidos en el espacio -inertes, cotidianos- encuentran su propio alfabeto cuando se multiplican, se repiten, se iluminan. “Jugamos con la literación de objetos, igual que él lo hacía con las palabras”, explica Laia. “Paisajes de guerra, de soledad, de encierro”.
La segunda parte se adentra en uno de los episodios más desconcertantes de la vida del poeta Jacint Verdaguer. Sacerdote de las familias más ricas de Barcelona, Verdaguer experimentó una crisis espiritual tan profunda que lo llevó a renunciar a su posición y dedicarse a los pobres. Se involucró como observador en sesiones de exorcismos donde las mujeres poseídas -muchas enfermas, otras histéricas según la mirada de la época- reclamaban justicia, educación, el sufragio universal, una relación directa con lo místico.
“Lo que esas mujeres dicen es tremendamente poético”, cuenta Laia. “No sabes quién habla: si el demonio, si la virgen, si la exorcizada o si Verdaguer reinterpretándolas”.
Cabosanroque recrea el apartamento donde ocurrían esas sesiones. El público se convierte en testigo involuntario: antropólogos, poetas, biólogos, voces múltiples responden qué significa estar poseído. La instalación avanza como un ritual milimetrado hasta envolver al visitante en una coreografía invisible.
Guerra, exilio y belleza
La tercera pieza aborda la obra de Mercè Rodoreda desde su exilio en dos guerras -la civil española y la Segunda Guerra Mundial- y desde sus cuentos de “Viajes y flores”, textos que durante décadas fueron considerados menores, casi infantiles. Cabosanroque descubrió que esos relatos eran, en realidad, un testimonio del horror visto desde las mujeres, los niños, la naturaleza. Para entenderlo, hicieron una lectura paralela con la obra de Svetlana Alexievich, premio Nobel bielorrusa que recoge testimonios de guerra.
Las correspondencias eran brutales: las mujeres que hablaban en los textos de Alexievich decían lo mismo que las mujeres de Rodoreda, solo con sesenta o setenta años de diferencia.
Ahí, en un giro conmovedor, la instalación incluye la presencia de mujeres ucranianas refugiadas que viven cerca del estudio de Cabosanroque en Cataluña y que participaron leyendo fragmentos. “Fue impactante”, recuerda Laia. “Estaban diciendo lo mismo que Rodoreda contaba hace décadas. La guerra sigue siendo la misma. En esta instalación, verán muchas mujeres: son refugiadas ucranianas que viven en nuestra zona y que llegaron justo cuando empezábamos a trabajar el proyecto, al inicio de la guerra de Ucrania. Las escuchábamos y era estremecedor cómo sus palabras coincidían con las de Rodoreda escritas setenta años atrás. Es la misma historia: guerras declaradas por hombres que sufren mujeres, niños, animales, la tierra misma. Rodoreda se ha convertido en la escritora más influyente de la literatura catalana contemporánea; ha sido redescubierta”.
La trilogía que une dos orillas
Para Laia, traer esta trilogía a Guadalajara tiene un sentido emocional profundo. México ha marcado la historia de Cabosanroque desde hace años. “Hay un antes y un después en nuestra carrera gracias a la Biblioteca Nacional de México”, dice. Volver con una obra de diez años de trabajo, enmarcada en la FIL y en el Museo Cabañas, es casi un cierre y una apertura simultánea. “Estar en el patio al lado de los murales de Orozco… es increíble”, dice. “El museo nos ha recibido con una generosidad enorme, abriendo su mente a algo tan diferente de una exposición convencional. Lo agradecemos muchísimo”.
La trilogía permanecerá tres meses en el Museo Cabañas, lo que permitirá que el público no solo la visite, sino que vuelva. Cada pieza cambia constantemente: los ciclos completos duran entre 18 y 42 minutos, pero ningún visitante ve lo mismo dos veces. Barcelona llega a la FIL no solo con libros, sino con su memoria, sus heridas y su tradición literaria transformada en materia sensible. Cabosanroque trae una propuesta que no pide ser entendida, sino experimentada. Una invitación a entrar en tres puertas distintas hacia la literatura catalana: la clandestinidad de Brossa, la posesión social de Verdaguer y el exilio poético de Rodoreda.
CT
Cortesía de El Informador
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