La vanguardia es así: el grupo Sónico revive la obra del bandoneonista y compositor Eduardo Rovira, un injusto olvidado del tango

Casi siempre que se recuerda al bandoneonista y compositor Eduardo Rovira, es para señalar que se lo ha olvidado: de su obra proteica e irreductible, circulan unos pocos tangos. Su impronta, central en la escena del nuevo tango de los años ’60, se diluye tras una compleja deriva creativa y termina por perderse en la ciudad de La Plata, donde dirigió la Banda de la Policía bonaerense hasta 1980, año de su muerte prematura.

Es plausible que el mismo Eduardo Rovira haya contribuido a la desmemoria con su propia indiferencia por la notoriedad. Irónicamente, aunque la radicalidad de su búsqueda lo ubique en las antípodas de la tradición del tango bailable, fue gracias a un legendario milonguero como Carlos Gavito, estrella del musical Forever tango, que recorrió el mundo con A Evaristo Carriego, que fue, por así decirlo, su único hit.

Pero hace exactamente una década algo cambió para el legado de Rovira, cuando un grupo de músicos de diversas extracciones geográficas y musicales, que coincidieron en Bruselas, conoció su obra y quedó cautivado. “Nos preguntamos: ¿qué hacemos? ¿El grupo número 3543 de Piazzolla o el primero de Rovira? Ahí arrancó la idea”, cuenta el contrabajista Ariel Eberstein, fundador del grupo Sónico, homónimo del tango de Rovira que anticipa, ya desde el nombre, una dedicación exclusiva al compositor.

“Si ves lo que hemos hecho en estos diez años, es realmente una locomotora que no para: treinta conciertos por año y cinco discos, incluidos dos dobles”. El álbum más reciente, lanzado este 28 de noviembre, lleva el título 100, para celebrar -en coincidencia con el décimo aniversario del grupo- el centenario del nacimiento de Rovira, que se cumplió en 2025. Es el cierre de un año intenso, que incluyó las sesiones de grabación en un estudio porteño, durante una gira latinoamericana que culminó en un concierto del quinteto con invitados en el Salón Dorado del Teatro Colón.

100 es la brillante recreación de dos LP del compositor: Sónico (de 1969) y Que lo paren (1975). En el abordaje del grupo no hay remedo, sino la energía de una vitalidad que trasciende la categoría de exhumación arqueológica, para adueñarse de la música con una certeza expresiva propia de la larga inmersión en el lenguaje personalísimo del compositor.

“Los dos LP originales son dos universos diferentes y eso es parte del espíritu de Rovira. En Sónico, con el trío, electrifica por primera vez, tiene ese color de los años ’70. Y después, en Que lo paren, el cuarteto tiene un espíritu más universal, más propio de la música de cámara, si se quiere, más romántico. Nosotros intentamos que dialoguen los dos, sin perder su identidad”. Además de los títulos que dieron nombre a los LP históricos, la playlist incluye, entre otros temas, su clásico A don Alfredo Gobbi, la Milonga para Mabel y Peluca, el Preludio de la guitarra abandonada y su arreglo de A fuego lento de Salgán.

La historia del LP Sónico ilustra la despreocupación de Rovira por la difusión, tanto como su desvelo por la perfección. Oscar del Priore, que lo produjo, recuerda: “Estábamos tomando un café en el Ramos y le pregunté: ¿Cuánto hace que no grabás? Hace mucho, me contestó. Le dije: si no es muy caro, yo te grabo un disco. Lo único que pidió fue elegir el repertorio y grabar a medianoche”. ¿Cábala? “¡No! Quería tener el último turno en el estudio para que nadie lo fuera a desalojar. Tenía oído de tísico y podía pasarse la noche corrigiendo”.

La contratapa de aquel histórico LP lleva un comentario en el que Ernesto Sabato esboza una analogía entre Rovira y Stendhal, por el modo en que el escritor francés expresó “un espíritu romántico con un lenguaje austero. Esta gran fórmula ha de ser la que resolverá también esta falsa oposición de una música cerebral a un tango lacrimoso. (…) La música de Rovira es la mejor prueba de que ese dilema es falso y superable”.

Es probable que este parangón complaciera mucho más al compositor que el incómodo cotejo permanente con Astor Piazzolla. A propósito, el legendario local Gotán, fundado por el Tata Cedrón, logró reunirlos en una misma velada, por primera vez, el 8 de marzo de 1966. Cuenta el ubicuo Del Priore, que los presentó esa noche, que “no se daban bola. No había ni admiración ni interés. El primer día Rovira lo escuchó a Piazzolla, porque tocó primero, y cuando llegó el turno de Rovira, Astor se fue”.

Hoy el rótulo de “el otro Piazzolla” se adosa con frecuencia al nombre de Rovira. El grupo Sónico reunió obras de ambos en su tercer álbum, Piazzolla-Rovira: The Edge of Tango, de 2021.

A mediano plazo, tienen previsto ampliar su repertorio de vanguardia con el rescate de compositores como Omar Luppi o Alberto Caracciolo, o con la producción más experimental de Osvaldo Berlingieri. Es parte de un proyecto que, al trascender la figura de Rovira, de algún modo le hace justicia, al darle consistencia a la búsqueda de una generación: “Nosotros siempre intentamos explicar la vanguardia como una construcción colectiva, no una construcción mesiánica”, cierra Eberstein.

Cortesía de Clarín



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