
“Espero no sentirme nunca demasiado cómoda en la escritura, desacomodarme primero para incomodar después”, afirmó Fernanda Trías al recibir por segunda ocasión el Premio de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
La escritora uruguaya volvió al escenario que la distinguió en 2021 por Mugre rosa, ahora para ser reconocida por “El monte de las furias”, una novela que, explicó, surgió de una búsqueda distinta y de un estado de riesgo que considera necesario para su trabajo literario, dijo ante el público, luego de recibir el galardón de manos de la rectora de la Universidad de Guadalajara, Karla Planter.
En un discurso amplio, Trías agradeció a colegas, agentes, editores y a su familia por acompañarla durante el proceso creativo y editorial del libro. Subrayó el esfuerzo de quienes publican literatura latinoamericana en traducción. “A veces con escaso retorno, pero apuestan aún por la literatura más que por los números”.
A partir de ahí, la autora reflexionó sobre los desafíos de escribir después de un premio que, según dijo, se convirtió en una especie de impulso y carga. Recordó una frase atribuida al escritor irlandés, Samuel Beckett, —“solo nos queda fracasar mejor”— para explicar que asumir nuevos riesgos fue central en la construcción de su novela. En su caso, el riesgo consistió en llevar el lenguaje a una frontera en la que la voz narrativa pudiera centrarse entre lo íntimo, el territorio y la búsqueda de una expresión propia.
Trías situó El monte de las furias como una exploración sobre una mujer y una montaña que conviven, se observan y se interpelan desde la soledad. En su discurso citó fragmentos que muestran esa relación. “La mujer y la montaña desean. Ambas habitan una soledad radical… cuando la mujer entiende que ella no vive en la montaña sino con ella, una pequeña distinción lingüística marca el inicio de un tránsito”, leyó.
En ese vínculo, explicó, aparece una pregunta sobre el conocimiento y la palabra, retomando a Sor Juana Inés de la Cruz y a la ensayista argentina Josefina Ludmer para hablar de los espacios históricamente negados a las mujeres dentro del saber y la escritura. “Narrarnos a nosotras mismas no es un capricho, sino una manera de reafirmar nuestra existencia”, apuntó. En su novela, señaló, la protagonista enfrenta la escritura como una transgresión, incluso cuando otros la nombran de forma despectiva.
También reflexionó sobre el lenguaje como un terreno que exige resistencia ante ciertos modos contemporáneos de producción. Para ella, escribir implica explorar una lengua híbrida, móvil, marcada por los cruces culturales y los desplazamientos geográficos. “Una lengua bastarda es la que hablo yo”, dijo, enfatizando los diez años que ha vivido en Colombia y los otros diez en movimiento.
Uno de los pasajes más extensos de su intervención estuvo dedicado a la necesidad de nombrar lo que escapa a las palabras. Leyó un fragmento de su novela donde la protagonista imagina nuevas formas de lenguaje para describir lo que sienten las plantas:
“Deberíamos inventar palabras nuevas para describir los sentimientos de las plantas… A mí me gustaría que esas palabras fueran un sonido largo, una vocal, pero con un sonido distinto al a e i o u. Un sonido inimaginable, nuevo, un sonido hecho de olor”.
Hacia el final, Trías enlazó la reflexión ecológica con un horizonte literario que se desplaza de la distopía hacia la posibilidad de vínculos horizontales con otras formas de vida. Recordó una cita del filósofo Emanuele Coccia que figura como epígrafe en la novela: “Atravesar una metamorfosis, es decir, yo en el cuerpo de otro”, y planteó cómo esa idea podría transformar la manera de relacionarnos con el mundo.
La escritora cerró su intervención agradeciendo a los autores cuya obra la acompañó durante el proceso creativo y que, dijo, le dieron palabras para pensar. Entre ellos mencionó a sus compatriotas Felisberto Hernández, Armonía Somers, Sara Gallardo, Elena Garro, Olga Tokarczuk, Agatha Christie, Marosa di Giorgio y Jaime Saenz. Con este último enlazó la imagen que eligió para concluir su discurso.
“Quizás la montañera, mucho más pura que yo, haya encontrado en lo profundo del bosque su piedra imán. Yo, en cambio, la seguiré buscando en la escritura, aunque alcanzarla resulte imposible y acercarme a ella sea el trabajo de una vida”, afirmó antes de abandonar el escenario.
MF
Cortesía de El Informador
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