Reserva Santa Fe: el modelo mexicano que lidera la construcción regenerativa en América Latina

En un entorno donde la expansión urbana suele implicar deforestación y sobreexplotación, Reserva Santa Fe demuestra que otro modelo es posible: uno que no solo minimiza el impacto ambiental, sino que regenera los ecosistemas. 

Situada en el eje neovolcánico transversal, entre el Valle de México y el de Toluca, este desarrollo de 196 hectáreas integra bosque, agua, energía y comunidad bajo un enfoque de economía regenerativa.

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La historia comenzó hace tres décadas, cuando Grupo Balance —fundado por las familias Turret y Villarreal— decidió replantear su modelo de negocio tras la crisis económica de los años noventa. En lugar de recurrir al rescate bancario del Fobaproa, optaron por asociarse con un ejido local: los campesinos aportarían la tierra, y el grupo, el conocimiento técnico y la infraestructura. 

Reserva Santa FeCortesía

El resultado fue un modelo inédito de co-propiedad solidaria, donde los ejidatarios mantuvieron la titularidad del suelo y se convirtieron en socios activos del desarrollo.

Esa relación social y ética se convirtió en la semilla de la Reserva Santa Fe, hoy reconocida por el International Living Future Institute como una de las comunidades en el mundo en proceso de certificación Living Community Challenge, la más exigente del planeta en sustentabilidad.

Un bosque que se regenera, no se ocupa

En entrevista con El Economista, Martín Gutiérrez Lacayo, director de Medioambiente y Sustentabilidad de Reserva Santa Fe explicó que el proyecto se diseñó bajo un principio simple pero poderoso: no construir en zonas vírgenes, sino restaurar suelos degradados. 

“De las 196 hectáreas, 110 están destinadas a conservación permanente y 46 a regeneración ecológica. La planeación urbana se basó en estudios biológicos y de capacidad de carga realizados por Pronatura México, que determinaron que el terreno sólo podía albergar 500 viviendas sin alterar su equilibrio natural”.

Dijo que cada componente del proyecto —viviendas, áreas comunes y vialidades— se diseñó con límites físicos y ecológicos. 

“El despacho HEMAA Arquitectura tradujo esta filosofía en espacios como La Isla, una villa bioclimática que aprovecha la orientación solar, la ventilación cruzada y materiales naturales certificados”.

La infraestructura hídrica es otro de sus pilares. Todos los edificios captan, potabilizan y tratan su propia agua mediante sistemas biológicos sin químicos. Cada litro se reutiliza hasta cuatro veces y, al final del ciclo, se reinyecta al subsuelo, devolviendo 5% más de agua de la que se consume. 

“Desde el inicio del proyecto, Reserva Santa Fe ha infiltrado más de 6,000 metros cúbicos al manto freático, beneficiando a comunidades cercanas como Salazar, Piedra Grande y Cañada de Alferes”.

Energía y movilidad conscientes

Gutiérrez mencionó que la eficiencia energética también distingue al desarrollo. Cada edificio genera su propia electricidad a través de paneles solares, devolviendo un 105% de energía limpia a la red nacional. Este principio de “dar más de lo que se toma” guía todo el plan maestro.

Reserva Santa FeCortesía

El diseño urbano prioriza a las personas, no a los vehículos. Los automóviles se estacionan en espacios subterráneos para mantener la superficie libre. En su lugar, existen 25 kilómetros de senderos peatonales y ciclovías que conectan a los residentes con zonas de convivencia, recreación y contemplación. 

“Queremos reconstruir la relación de las personas con la naturaleza y con sus vecinos. Las comunidades regenerativas surgen del contacto humano, no del aislamiento”, dijo el directivo.

La naturaleza como sociaLa regeneración ambiental no es solo discurso. 

Desde 1998, el proyecto ha logrado incrementar 22% la cobertura vegetal y reintroducir especies nativas como el chivizcoyo de montaña —un ave endémica del centro del país— y el ajolote de Lerma, en peligro de extinción. 

Reserva Santa FeCortesía

Además, las cámaras trampa han registrado coyotes, coatis, cacomixtles y, recientemente, el regreso de un martín pescador migratorio.

Cada indicador ecológico —cobertura forestal, calidad de agua, diversidad de fauna— se mide y reporta en línea con el Master Plan Compliance del Living Future Institute, que audita periódicamente los avances. 

“Ver volver una especie perdida te demuestra que la colaboración con la naturaleza sí funciona”, agregó Gutiérrez.

La economía circular como regla

La sustentabilidad en Reserva Santa Fe se traduce en normativas concretas. Todo el proceso de construcción está regido por un reglamento ambiental de 220 artículos que define materiales, técnicas y procesos. Los residuos se reincorporan a cadenas de valor circular bajo la política de Zero Waste, que impide que el 90% de los desechos llegue a rellenos sanitarios.

Además, los propietarios solo pueden construir en un 40% de la superficie de su terreno. El resto debe destinarse a áreas verdes o sistemas naturales de retención de agua. “Diseñar con límites es un acto de responsabilidad. No se trata de cuánto puedes construir, sino de cuánto puede soportar el entorno”, mencionó.

Laboratorio de aprendizaje vivo

La visión regenerativa de Reserva Santa Fe también abarca la educación y la investigación. A través de Reserva Lab, el proyecto funciona como un laboratorio vivo que recibe estudiantes y especialistas de la UNAM, el Tecnológico de Monterrey, la Iberoamericana y la UAEM. 

Más de 600 alumnos han participado en prácticas, investigaciones y talleres enfocados en cambio climático, restauración de ecosistemas y construcción sostenible.

El objetivo es compartir el conocimiento y convertirlo en un modelo replicable. “De nada sirve innovar si no compartes lo aprendido. La regeneración debe ser una red abierta, no un secreto competitivo”.

Un modelo que desafía al mercado

Aunque Reserva Santa Fe podría haber construido cinco veces más viviendas, decidió limitar su desarrollo. Este aparente sacrificio comercial se ha convertido en una ventaja competitiva. Los terrenos, diseñados para coexistir con el bosque, se valoran por su entorno saludable, su autosuficiencia energética y su equilibrio social.

Gutiérrez explicó que la rentabilidad proviene de un concepto más amplio: la economía del bienestar sostenible. “En lugar de medir éxito sólo en términos financieros, se valora la regeneración de servicios ecosistémicos, la inclusión de comunidades y la resiliencia ante el cambio climático”.

El modelo ha despertado interés en desarrolladores, arquitectos y gobiernos locales, que buscan replicar su enfoque en otras regiones del país. “En México tenemos la capacidad de liderar la transición hacia una economía regenerativa. Solo necesitamos voluntad y visión a largo plazo”, concluyó el directivo.

Cortesía de El Economista



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