Templarios en tierras hispanas: la expansión de caballeros en Portugal, León, Castilla y Aragón

En el año 1095, a las puertas de la ciudad francesa de Clermont, el papa Urbano II realizó una petición a toda la cristiandad: combatir al islam para recuperar los Santos Lugares, ocupados por los musulmanes desde el año 638. Miles de cristianos de toda condición respondieron a ese llamamiento y el 15 de julio de 1099 los cruzados entraron victoriosos en Jerusalén. La Primera Cruzada había culminado con éxito. Ese triunfo desató en Europa un verdadero furor por visitar la tierra en la que Jesucristo había nacido, había predicado su mensaje y había sido ejecutado. Muchos de los que decidieron viajar a Palestina eran caballeros de la pequeña nobleza o hijos segundones que no tenían posibilidad de heredar un feudo de sus padres.

Uno de estos nobles europeos se llamaba Hugo de Payns, vasallo del conde de Champaña, que regentaba el pequeño señorío de Montigny-Lagesse, cerca de la ciudad de Troyes. Nacido hacia 1180, sus primeros años de vida son bastante desconocidos. Se ha especulado si este caballero francés participó o no en la ocupación de Tierra Santa por los cruzados durante la Primera Cruzada y en los años inmediatamente siguientes, tal vez acompañando al conde de Champaña. Lo único seguro es que Hugo de Payns se encontraba en Jerusalén en el año 1119. Para entonces se había separado de su esposa, con la que había tenido cuatro hijos, y había decidido entregar su vida al servicio de la fe de Cristo y a la defensa de los Santos Lugares. En la figura de Hugo de Payns confluían un sentimiento y una ocupación: una firme vocación religiosa y una dedicación al oficio de las armas. Ambas cosas eran incompatibles hasta entonces; o se era fraile o se era guerrero. Payns acabó con esa dicotomía y planteó, por primera vez en el mundo cristiano, que se podía ser a la vez un monje y un soldado de Dios.

Protectores de los Santos Lugares

Desde 1099, peregrinos cristianos viajaron a Jerusalén para visitar el sepulcro de Jesús, y muy pronto fue necesario fundar instituciones que los atendieran en el viaje y durante la estancia en Palestina, como la que fundaron en 1113 los miembros de la Orden de San Juan del Hospital. Pero, además, era preciso defender y proteger a los peregrinos una vez llegados a Tierra Santa, de modo que Hugo de Payns vio la oportunidad de cumplir su sueño. Se presentó ante Balduino II, el rey de Jerusalén, y le ofreció dedicar su vida y emplear sus armas al servicio y defensa de los peregrinos cristianos. A esa misma proposición se unieron los ocho caballeros que lo acompañaban. Balduino II aceptó el ofrecimiento y entregó a los nueve monjes-soldados las dependencias de la mezquita de Al-Aqsa, un edificio construido por los musulmanes en el siglo vii sobre el solar donde se había erigido, dos mil años antes, el Templo del rey Salomón, de modo que esta congregación de caballeros recibió el nombre de Pauperes Commilitones Christi Templique Salomonici (los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón). Hugo de Payns fue designado primer maestre de esta nueva Orden recién fundada, a comienzos del año 1120.

En la imagen, arcada del monasterio viejo de San Juan de la Peña (Huesca). En el Pirineo aragonés se encuentra esta joya medieval, que se relaciona con el Santo Grial. ASC.

El apoyo de la nobleza europea

Pronto comenzaron a recibir ayudas: en 1122 la del conde Fulco de Anjou y en 1125 donativos del conde Hugo de Champaña, ambos importantes señores en Europa. Incluso varios caballeros templarios, encabezados por Hugo de Payns, realizaron un viaje a Europa en busca de más apoyos en 1127. La embajada templaria fue recomendada por el rey Balduino II y por el conde de Champaña. Además recibieron una acogida muy positiva de Bernardo de Claraval, el religioso más influyente de la cristiandad en ese tiempo. En definitiva, la delegación de los caballeros de la cruz tuvo un éxito fulminante, incluso el papa Honorio II los cobijó y los apoyó. Así, con semejante lista de recomendaciones, pronto lograron numerosas donaciones en Inglaterra, Escocia, Provenza y en otros reinos y regiones de Europa. En enero de 1129, la Orden del Temple logró un enorme respaldo en un concilio celebrado en Troyes, al que acudieron arzobispos, obispos, grandes señores y, probablemente, el propio Bernardo de Claraval; allí se ratificaron sus estatutos, se aprobó su regla y se le concedieron todos los beneplácitos. Fue Hugo de Rigaud, que había ingresado en la Orden tras la llegada de Hugo de Payns a Europa en 1127, el caballero de la cruz encargado de llevar la noticia de la fundación de la Orden del Temple a los reinos cristianos de la península ibérica, un espacio especialmente sensible porque en ese tiempo los reinos de León, Castilla, Aragón y Navarra y el condado de Barcelona tenían fronteras con el islam andalusí, unificado en torno al Imperio almorávide, aunque este ya comenzaba a mostrar signos de debilidad.

Difusión de la orden

Durante varios meses de ese año 1128, Hugo de Rigaud recorrió los reinos cristianos hispanos, alcanzando un éxito extraordinario en su embajada. Debido a las cartas de recomendación que portaba, a su capacidad de convicción y a la especial situación de frontera con el islam, Rigaud logró importantes donaciones en Portugal, que ya pugnaba por lograr su autonomía del reino de León. La primera donación documentada al Temple en toda la península la hizo la reina Teresa de Portugal, que entregó al caballero templario Raimundo Bernardo el castillo de Soure, en la ciudad de Braga. Las donaciones se sucedieron en los meses y años siguientes, ya con Alfonso I de Portugal al frente del reino lusitano. El Temple tuvo además una excelente acogida en los reinos de León y Castilla, en el de Aragón y en el condado de Barcelona. Algunos caballeros de estos territorios manifestaron su inmediato deseo de entrar a formar parte de la Orden militar templaria. Enseguida se desató una oleada de adhesiones a la causa de los monjes-soldados. A partir de 1129, se multiplicaron las donaciones y privilegios otorgados al Temple. Los cartularios de la Orden que se han conservado en la península ibérica están llenos de concesiones, bien en forma de entrega de propiedades o en forma de adquisición. Gracias a las donaciones de dinero que recibieron, los templarios pudieron realizar compras de tierras.

Entusiasmo hispano

La euforia de los magnates hispanos por el Temple se desató de manera incontenible. Siguiendo el ejemplo del poderoso conde Hugo de Champaña, Ramón Berenguer III, conde de Barcelona y esposo de María, una de las hijas del Cid, profesó como templario al final de su vida (murió el 19 de julio de 1131) y donó a la Orden su caballo y sus armas, además del castillo de Grañena, situado en la frontera con los musulmanes, al sur de los dominios del condado barcelonés.

Pero fue Alfonso I el Batallador, rey de Aragón, de Castilla y de Pamplona, el mayor benefactor de los templarios. Durante la conquista de las tierras al sur del Ebro, Alfonso I ya había fundado dos cofradías militares al estilo del Temple: una en Belchite en 1122 y otra en Monreal del Campo, en el valle del Jiloca, en 1124; a esta última la llamó la Militia Christi.

Alfonso I albergaba el sueño de conquistar todas las tierras de la península ibérica para luego viajar hasta Jerusalén. La aparición del Temple constituyó para el rey de Aragón lo que había andado buscando durante buena parte de su vida. Llegó a obsesionarse con ello de tal modo que en 1131, y ante la falta de un heredero, el Batallador dictó un testamento de imposible cumplimiento que reza así: «Para después de mi muerte, dejo como heredero y sucesor mío al Sepulcro del Señor que está en Jerusalén y a los que lo custodian y sirven allí a Dios, al Hospital de los pobres de Jerusalén vigilan allí para defender la cristiandad. A estos tres les concedo mi reino. También el señorío que tengo en toda la tierra de mi reino y el principado y jurisdicción que tengo sobre todos los hombres de mi territorio, tanto clérigos como laicos, obispos, abades, canónigos, monjes, nobles, caballeros, burgueses, rústicos, mercaderes, hombres, mujeres, pequeños y grandes, ricos y pobres, judíos y sarracenos, con las mismas leyes y usos que mi padre, mi hermano y yo mismo tuvimos y debemos tener. Añado también para la milicia del Temple mi caballo con todas sus armas».

El rey francés Luis VII recibió la bendición del abad del Císter Bernardo de Claraval, al que acompañaban caballeros de la cruz (arriba).
El rey francés Luis VII recibió la bendición del abad del Císter Bernardo de Claraval, al que acompañaban caballeros de la cruz (arriba). Álbum.

Semejante disposición por parte de un rey era asombrosa. Y aunque los nobles aragoneses lo ratificaron en 1134, tras la muerte en septiembre de ese año del monarca, el testamento no se cumplió. Pero la renuncia de las tres órdenes al reino de Aragón supuso que los templarios recibieran como compensación numerosas donaciones, que se sumaron a las ya abundantes concedidas por Alfonso I entre 1131 y 1134.

Pero es a partir de 1146 cuando se desencadena un verdadero aluvión de donaciones al Temple en todos los reinos cristianos peninsulares. En el reino de León, Alfonso VII le concede villas y castillos con todas sus rentas. En la Corona de Aragón, el conde Ramón Berenguer IV le otorga numerosos feudos y propiedades en la zona de frontera con el islam, por una parte para resarcir el incumplimiento del testamento de Alfonso I y, por otra, para agradecer los servicios prestados por los templarios en la conquista de Lleida, Fraga y Tortosa. Tras semejante acumulación de bienes y propiedades, los guerreros de la cruz parecían destinados a convertirse en la gran orden de la península. No en vano, allí estaba la gran frontera entre el islam y la cristiandad. No era necesario desplazarse hasta Tierra Santa para combatir en las Cruzadas, pues la amenaza musulmana seguía latente e incluso se vio incrementada con el triunfo del Imperio almohade en el norte de África a mediados del siglo xii. Pero un sonoro fracaso cambió por completo las cosas. En 1147, Alfonso VII de León había conquistado la ciudad fortificada de Calatrava la Vieja, una posición clave en el camino de Toledo a Andalucía. Esta plaza fue entregada a los templarios para su defensa pero, ante el avance de los almohades y la muerte de Alfonso VII, los templarios la abandonaron en 1157, dejando a los norteafricanos el camino libre hacia tierras cristianas. Sancho III, rey castellano tras la división de León y Castilla en dos reinos en 1157, entregó Calatrava la Vieja a Raimundo, abad del monasterio cisterciense de Fitero, en Navarra, quien fundó una hermandad para la defensa de la frontera. Se trataba de una agrupación de caballeros y monjes que adoptaron un modo de vida similar al de los templarios y que en 1164 se constituyó en la Orden de Calatrava, a la que el rey Alfonso II de Aragón concedió en 1179 la villa y castillo de Alcañiz.

Nacen nuevas órdenes

El modelo de Calatrava fue imitado por las nuevas órdenes de Santiago y de Alcántara en el reino de León, y de Avis en Portugal, cuyos caballeros desplazaron a los templarios de la primera línea de batalla en la península.

En la Corona de Aragón, los valedores de la cruz mantuvieron su influencia y su prestigio. Además, lograron conservar sus encomiendas, absorbiendo algunas órdenes menores como la turolense de Montegaudio en 1196. La Orden del Temple se regía en todas partes por la regla monacal benedictina, adaptada por el abad cisterciense Bernardo de Claraval, por la que se reglamentaba toda la vida de los caballeros cruzados, desde su horario cotidiano hasta su forma de comportarse, de comer y de vestir (hábito blanco para los caballeros y negro o marrón para los sargentos, con una cruz roja). El maestre del Temple, con residencia en Oriente, era la primera autoridad de la Orden, que a su vez estaba organizada territorialmente en provincias. Cada provincia tenía al frente a un maestre, que era elegido por el capítulo; a él estaban subordinadas todas las encomiendas, gobernadas a su vez por un comendador local. En la península ibérica, donde al ser frontera con el islam los templarios tenían unas connotaciones militares de las que carecían los hermanos de las encomiendas europeas, el Temple se organizaba en dos provincias, la de la Corona de Aragón y la de los reinos de León, Castilla y Portugal. Hasta 1239, los maestres de la provincia de la Corona de Aragón llevaron el título de «maestre de Provenza y ciertas partes de Hispania», y a partir de ese año se denominaron «maestres de Aragón y Cataluña», aunque se incluían también los reinos de Valencia y Mallorca. El primer maestre provincial documentado, en 1143, se llamaba Pedro de Rovira, y el último, en 1307, Jimeno de Lenda. El de León, Castilla y Portugal era «maestre de los tres reinos de Hispania»; el primero que recibió ese nombramiento fue Guido de la Gard en 1178, y el último Rodrigo Yánez en 1307.

Tras un largo e intenso asedio, el 28 de mayo de 1291 las tropas musulmanas entraron al asalto en San Juan de Acre. En el transcurso del verano siguiente cayeron Haifa, Tortosa, Tiro, Beirut y Sidón. El 14 de agosto, los templarios evacuaron el castillo del Peregrino, su gran fortaleza nunca conquistada y se marcharon a Chipre. La época de las Cruzadas, la presencia de los templarios en Tierra Santa y su razón de ser habían acabado.

El condado de Barcelona mostró un ferviente apoyo al Temple.
Arriba, el castillo de Sant Joan en Tortosa (Tarragona), donado a la
Orden por el conde Berenguer IV.
El condado de Barcelona mostró un ferviente apoyo al Temple. Castillo de Sant Joan en Tortosa (Tarragona), donado a la Orden por el conde Berenguer IV. ASC.

Ocaso templario

En 1293 fue elegido maestre del Temple el caballero Jacques de Molay, en contra de la voluntad del rey Felipe IV de Francia. Comenzó entonces un conflicto entre los caballeros de la cruz y el monarca francés, quien ordenó en secreto que la noche del 13 de octubre de 1307 todos los templarios de Francia fueran apresados y sus bienes confiscados. Más de quinientos caballeros y varios miles de sargentos y sirvientes, miembros del Temple, fueron capturados por los oficiales reales sin ofrecer resistencia alguna. Se les acusó de blasfemia, sacrilegio, idolatría, prácticas deshonestas, sodomía y varios delitos más. Se inició un proceso durante el cual muchos templarios fueron sometidos a torturas para que reconocieran sus crímenes. El papa Clemente V ordenó el 12 de noviembre de 1310 el arresto de los valedores de la cruz en todos los Estados de la cristiandad, y puso en marcha un proceso general contra la Orden. Muchos de ellos fueron torturados y ejecutados, antes de que el 3 de abril de 1311 el pontífice Clemente V ordenara mediante un edicto la supresión de la Orden del Temple, lo que se ratificó en el concilio de Vienne el 12 de marzo de 1312. Jacques de Molay, su último maestre, fue condenado a morir en la hoguera en París, junto a treinta y siete compañeros templarios, el 18 de mayo de 1314.

Pero los monjes-soldados no desaparecieron por completo; el 24 de junio de 1314, cuatrocientos lucharon al lado de los escoceses en la batalla de Bannockburn, donde el ejército inglés de Eduardo II fue derrotado y Escocia mantuvo su independencia. Tras la victoria, se fundó la Real Orden de Escocia. En la península ibérica, los templarios, que habían decidido resistir en sus castillos, fueron capitulando a lo largo del año 1309, en la mayoría de los casos con condiciones favorables, pues se les permitió mantener sus posesiones y se les prometió que no sufrirían tormentos. El 7 de octubre de 1312, el concilio de Tarragona absolvió de toda culpa a los templarios de la Corona de Aragón, aunque la Orden fue disuelta y sus miembros se incorporaron a la del Hospital. La mayoría de los bienes hispanos del Temple pasaron a los hospitalarios, en la Corona de Aragón se creó la Orden de Montesa, que se extendió por tierras de Valencia, y en Portugal la Orden de Cristo, que todavía pervive para menciones honoríficas. Tras casi dos siglos de historia, la Orden del Temple se disolvió, pero en los siglos siguientes su recuerdo perduró de tal manera que se convirtió en leyenda.

Cortesía de Muy Interesante



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