Autocomplacencia y vanidad: la 4T

La evaluación de la “celebración” del sábado en el zócalo capitalino, es difícil de evaluar. Es sintomático de los movimientos políticos, que la masas dejen de asistir a las concentraciones con las que el liderazgo quiere dar una muestra de fuerza y como dice su nombre se, muestren que siguen moviéndose. Esta vez, sin embargo, para mostrar musculo hubo de usarse dinero y mucho. Cientos de camiones y peseras dieron cuenta de ello y, especial y paradójicamente, los números ofrecidos por la oficialidad, son su propia confesión: hasta 600,000 asistentes se atrevieron a presumir. Los números no dan y la física, tampoco cuando en los 47,000 metros cuadrados totales, a 4 personas por metro cuadrado bien apretaditas a ese zócalo no le caben más de 100,000 personas.

Sin embargo, para ellos, mostrar fuerza, mostrar movimiento, mostrar adhesión a la presidente, valió todo el dinero y esfuerzo desplegados. De dónde salió y quien lo pagó es otro cantar, por lo pronto ya se dieron su fiesta y que tiene consecuencias delicadas.

Uno celebra, cuando hay una conmemoración. Se homenajea a quien ha dado un resultado especial y valioso. Cuando se cumplen años de un evento cierto y memorable. Cuando el qué o la cosa que hay que celebrar proviene del acuerdo social, colectivo e indudable de qué aquello o aquél al que se celebra, lo merece ante pruebas contundentes e irrefutables.

Celebrar la triunfal llegada de la 4t, no es un hecho mayoritariamente compartido, no es un hecho que a todas luces haya producido resultados espectaculares, en más allá de la subida del salario mínimo, que dio por resultado que un número importante de personas saliera de ella. Por lo demás la 4t no ha entregado resultados claros en seguridad. No ha logrado generar la confianza en los inversionistas para que el país estuviera creciendo, no invierte en lo indispensable como infraestructura y formación de capital y ha destruido a mansalva instituciones y se ha apoderado de otras, particularmente el poder judicial, el tribunal electoral, el INAI y la comisión de competencia.

Pero tal vez lo más grave, no es el hecho en sí mismo. Hay un iceberg que empieza aflorar y del que ya han hablado otros compañeros: la necesidad de autoafirmarse. Como el aplauso externo y distinto al de los propios es escaso, es necesario convencerse de que siguen arrastrando masas que les dan la razón como movimiento en marcha. Como los campesinos y los transportistas les pueden parar el país, es necesario decirse a sí mismos, que nadie entiende y que las fuerzas más obscuras confabulan contra ellos y sólo queda ese discurso y ese acarreo, porque si no, el resto de la sociedad empezará a pensar que ni son todos los que dicen ser, ni tienen toda la razón que dicen tener y no han tenido, realmente, el éxito que presumen, ni han resuelto las cosas por las que llegaron al poder.

La celebración del sábado es una paradoja. Queriendo mostrar musculo, queriendo mostrar movimiento y razón. Queriendo reafirmar su supremacía, su papel histórico, y queriendo mostrar su alegría, en realidad dieron un espectáculo grotesco de voces amaestradas, de paroxismo colectivo, inducido o complaciente y mostraron. El inicio de su propia debilidad. El engaño en el que han metido al país y en el que viven aislados de la realidad. Nada más, pero nada menos también.

Cortesía de El Economista



Dejanos un comentario: