Ruy Sánchez dedica todo un poemario a los gatos

“Cuando ronronea me arrulla./ Pero si cierro los ojos,/ se levanta de mi pecho/ y hace como que se va./ Sólo mirándolo fijo/ regresa para ronronear”.

(…)

“En trance, respiro como él,/ y con él casi ronroneo,/ mis ojos sobre sus ojos,/ espejo que no se rompe/ hasta que cae la obscuridad”.

“El gato salta entonces, decidido,/ hacia otra de sus varias existencias./ Y el animal que no fui se queda atrás”.

Es un extracto del poema “Trance felino”, que Alberto Ruy Sánchez incluye en el poemario El silencio del gato (2025, Ediciones Era/ Ediciones La Rana/Secretaría de Cultura de Guanajuato), mismo que presentó recién en la FIL Guadalajara, con casi 50 textos dedicados a esta especie de felinos de particularidades todavía enigmáticas, sobre todo aquella que, a pesar de milenios de convivencia, los humanos seguimos preguntándonos: ¿quién ha domesticado a quién?

La contraportada del título, para ofrecer una breve pero efectiva referencia sobre el contenido del poemario de Ruy Sánchez, está escrita por la también narradora Verónica Murguía, quien señala:

“Este libro es una suma de estampas amorosas, de intuiciones y deslumbramientos (…) Su autor, alegre oficiante de la “religión / discretamente felina” a la cual pertenecemos los aparentes dueños de los gatos, nos cuenta cómo Thor, el “pelirrojo fuego” que comparte sus nueve vidas con el poeta y su familia, es la diminuta divinidad doméstica que tiende su hechizo de sedosa exigencia sobre cada rincón de la casa y del alma de su dueño, quien registra minuciosamente sus transfiguraciones en dragón, flor, nube, luna, moneda que tintinea al ronronear”.

“Condenado a sufrir una desilusión”

El poemario de Ruy Sánchez contiene casi cincuenta composiciones distribuidas en cinco capítulos con epígrafes de textos de Jean Burden, T. S. Eliot, Sebastian Brant, Mark Twain, Darío Jaramillo, Jorge Luis Borges y Jules Champfleury. Estos capítulos invitan a temas que son rasgos inherentes del curioso mamífero, con títulos como “Rituales”, “Anatomías”, “Transformaciones”, “Esencias” y, el quinto, “Teatro de cámara de nueve actos”.

Alberto Ruy Sánchez conversa con este diario sobre sus motivantes para gestar el poemario:

“El gato es un ser siempre sorpresivo. El que crea que entiende a los gatos está condenado a sufrir una desilusión porque son seres que funcionan de otra manera, su biología misma es distinta. Perciben todo con otros sentidos, más agudos. Son terriblemente inteligentes y al mismo tiempo son increíblemente dependientes o independientes, según lo que ellos quieran”.

Acto seguido, el autor recuerda un dibujo en el que se adivina a Drácula al interior de su sarcófago. Se observa el momento en que el conde abre la cubierta para que salga el gato, y el vampiro le dice: “¡Es la última vez que te abro!”. Es algo que hemos repetido innumerables ocasiones quienes convivimos con esos mininos que, a capricho, piden, exigen, chantajean para saciar su curiosidad o por simple petulancia monárquica.

Ruy Sánchez explica uno de dos momentos clave que le impulsaron a la creación de esta serie de poemas gatunos. Recuerda que fue durante la pandemia:

“En una ocasión, el gato me pidió salir a la calle (con los característicos maullidos cerca de la puerta). Como no le hice caso, se levantó en dos patas estiró la extremidad frontal y abrió la puerta. No era la primera vez que lo hacía (abrir él mismo). Entonces, ¿por qué me lo pedía si él mismo lo podía hacer? Pienso que el acto no corresponde a una necesidad, sino que es una especie de ritual. Y como ése hay muchos otros (rituales) que propicia el gato y le permiten no solamente vincularse con nosotros sino con algo más profundo y difícil de describir”.

El otro ejemplo de ese tipo de rituales, oficiados a voluntad por el gato, es cuando éste –en este caso, Thor, la mascota que cohabita con el autor– se recuesta sobre su pecho por las noches.

“Cuando ronronea, su tórax se convierte en una caja de resonancia, pero cuando está recostado sobre mí, usa mi pecho como una ampliación de esa resonancia, porque suena dentro de él y también dentro de mí. Entreabro los ojos y me doy cuenta de que él también los tiene entreabiertos. Él está en trance. Pero si yo despierto completamente, si abro los ojos del todo, aunque no mueva el resto de mi cuerpo, él lo nota, y de súbito se va. Pero si me duermo completamente, si nota que no le hago caso, también se marcha. Es decir, lo que quiere es tenerme en el mismo estado alterado. Es como alguien que te invita a bailar”.

Construir poemas con “los otros”

El silencio del gato es un poemario a todas luces dedicado a los felinos, feudales de nuestras casas, pero, se le pregunta si es que también tiene otra dedicatoria, si pensó en aquellos otros seres capaces de leer los poemas, si tuvo presente una dedicatoria implícita para las personas amantes de los gatos.

“Fíjate que tengo por costumbre, sobre todo con mis poemas más cotidianos, tomar notas, construir un poema y luego hago un video leyéndolo, lo subo a redes. Entonces espero las respuestas, las experiencias compartidas de las demás personas. De alguna manera, escribo lo que vivo y también lo que viven los otros. Algunas veces reescribo el texto, otras no, pero siempre pondero reatroalimentarme de las demás personas para construir mis textos”.

Por esta razón, al final del poemario en cuestión, la persona lectora puede escanear un código QR que lo lleva a una pequeña página con algunos videos donde Ruy recita algunos de sus poemas felinos.

Cortesía de El Economista



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