El mito templario: cómo masones, ocultistas y novelistas inventaron un misterio que nunca existió

La caída de los templarios ha estimulado la imaginación de mitómanos y novelistas hasta originar un verdadero subgénero dentro de la historia-ficción y la novela histórica. Sin embargo, la cruda verdad es que no existe misterio alguno: tras la reconquista de Tierra Santa por los musulmanes, la Orden del Temple perdió su razón de ser. El rey de Francia Felipe IV, con la complicidad de un débil papa, Clemente V, los exterminó por la codicia de las riquezas que habían acumulado. La elaboración del mito templario arranca del humanista francés Jean Bodin (1529-1596), que señaló a los templarios y a los gnósticos como ejemplo de grupos perseguidos calumniosamente. Esa fortuita mención permitiría a embaucadores futuros clasificar a los caballeros de la cruz entre las sectas gnósticas de la Antigüedad.

La francmasonería del siglo xviii, en su más frívola versión, fomentada por la aburrida nobleza de las cortes europeas, produjo una legión de charlatanes, embaucadores y magos que intentaron legitimarse proclamándose sucesores de los templarios. Entre ellos destacan tres hombres singulares: el inglés George Frederick Johnson y los alemanes Karl Gotthelf von Hund y Samuel Rosa, que atribuyeron a los del Temple la transmisión de un supuesto legado iniciático gnóstico. Esa herencia se remontaba a los cultos mistéricos egipcios y griegos, a los esenios y a los canteros del Templo de Salomón.

El mito templario, vertido en los moldes espiritualistas de la masonería y ataviado con sus románticas galas, fascinó a las clases ilustradas de Europa. En pocos años surgieron por doquier logias masónicas que rivalizaron por multiplicar las jerarquías y grados e idear rituales cada vez más espectaculares y complejos. Todo ello produjo beneficios a personajes tales como Samuel Rosa, pastor luterano, que viajó por Europa predicando la buena nueva templaria y vendiendo supuestos títulos de la Orden a comerciantes pudientes.

Clemente V (arriba) promulgó la bula de supresión de la Orden del Temple. Fue un pontífice sujeto a los deseos de la Corte francesa del rey Felipe IV.
Clemente V (arriba) promulgó la bula de supresión de la Orden del Temple. Fue un pontífice sujeto a los deseos de la Corte francesa del rey Felipe IV. ASC.

Nuevas ceremonias

Se incorporaron ritos en los que se maldecía la memoria de los «tres abominables» implicados en el proceso y caída del Temple: el papa Clemente V, el rey Felipe IV y un templario traidor, Noffodei. En toda Europa surgieron logias masónicas nutridas, principalmente, de tenderos, funcionarios y militares aficionados al esoterismo y a los misterios medievales, de moda en el romanticismo europeo. En este ambiente florece el templarista de la segunda generación, Johann August

Starck (1741-1816), creador de un nuevo rito templario alemán cuya simbología incorporaba los recientes descubrimientos arqueológicos de Persia, Mesopotamia y Egipto. Starck se enzarzó en una polémica con los fieles al «antiguo testamento» de Von Hund (primera generación), hasta que, temerosos de desprestigiarse mutuamente, se unieron en el concilio templario de Kohlow (Prusia) en 1772. Von Hund, cansado y viejo, admitió la supremacía del grupo rival a cambio de un puesto honorífico.

Manuscritos falsos

El abuso de las invenciones templarias de unos y otros terminó desacreditándolas incluso para aquellos que las sustentaban. Quizá esas elucubraciones hubiesen permanecido en el olvido si el jesuita Agustín de Barruel (1741-1820) no las hubiera utilizado para reforzar las teorías conspirativas que vertió en su obra Memoria para servir a la Historia del Jacobinismo, de cuatro volúmenes publicados entre 1797 y 1799. Barruel propone la existencia de una conspiración histórica contra el cristianismo que arranca en los maniqueos persas y llega hasta los masones, pasando por los cátaros y los templarios.

En los albores del siglo xix surge la tercera generación de templistas de la mano de dos franceses, el exseminarista Raymond Fabré-Palaprat (1773-1838) y su colega Nicholas Philippe Ledru (1731-1807). Ambos toman el relevo de los templaristas alemanes y enriquecen el mito de los caballeros de la cruz con la aportación de un falso documento secreto: el Levitikon, un supuesto manuscrito que demuestra la fundación del Temple por Jesucristo. En ese códice se intenta fundar una religión teosófica basada en el progreso y la ciencia, recogiendo ideas como esta: Dios ha dispuesto una jerarquía de inteligencias y permite que el hombre ascienda a la posesión de lo divino mediante la iniciación; Jesús confió a Juan las claves del conocimiento secreto que se transmite por una áurea catena de iniciados que comienza en los patriarcas de Jerusalén y alcanza al Temple, y esa enseñanza iniciática se ha transmitido secretamente de los templarios a los francmasones.

La nueva orden fundada por Fabré-Palaprat gozó de cierta popularidad entre la aristocracia revolucionaria, que procedía en su mayor parte de una burguesía a la que deslumbraban los títulos, la pompa, las ceremonias y los vistosos uniformes. Su presentación en la iglesia de San Pablo de París, el 18 de marzo de 1808, aniversario de la ejecución del Gran Maestre templario Jacques de Molay, constituyó el acontecimiento mundano más sonado de la corte de Napoleón. Los oficiales de la Orden, tenderos y menestrales venidos a más, previa adquisición de flamantes títulos a Fabré-Palaprat, comparecieron ataviados con sus blancas capas de cruzados, con arneses militares e imaginativas condecoraciones.

Los caballeros del Temple fueron mitificados con cualidades de druidas, entre otras. Abajo, la representación de un ritual druídico celta.
Los caballeros del Temple fueron mitificados con cualidades de druidas, entre otras. Abajo, la representación de un ritual druídico celta. ASC.

Oscuros descubrimientos

Tras la euforia del brillante inicio, la Orden languideció y nunca alcanzó la relevancia de sus predecesoras germanas.

El orientalista vienés Joseph von Hammer- Purgstall (1774-1856) continuó la obra de Fabré-Palaprat, pero desdeñando los códices, cuya falsedad era evidente. Y se dedicó a la fabricación de objetos arqueológicos que pudieran servir de sustento a las teorías. Entre sus descubrimientos destacan ataúdes templarios con inscripciones en la escritura secreta de la Orden. Hammer-Purgstall publicó en 1818 el opúsculo Mysterium Baphometis revelatum (Revelación del misterio de Baphomet), en el que se aparta de las desprestigiadas pretensiones masónicas y se acerca al satanismo. Para Hammer-Purgstall, los templarios fueron «culpables de apostasía, idolatría e impureza, así como de profesar las doctrinas ofitas o gnósticas». La secta ofita, vigente en los primeros siglos del cristianismo, obligaba a sus miembros a maldecir a Jesús, norma que la primera generación de templistas también atribuía a los caballeros del Temple. Hammer-Purgstall también apunta que habían adoptado una forma de adoración fálica que se reflejaría en el simbolismo de la cruz Tau. Era el eco medieval de las antiguas religiones matriarcales y cultos precristianos de la naturaleza divulgados por Johann Jakob Bachofen (1815- 1887) y otros historiadores de las religiones. Hammer-Purgstall estaba convencido de que esta religión matriarcal había coexistido con el cristianismo y que todas estas sectas ancestrales, incluido el Temple, la transmitían.

Mito conquistado

Hammer-Purgstall cocina un potaje sincrético con todas las sectas conocidas de la Antigüedad. En ese cajón de sastre caben todos los mitos templarios desarrollados hasta entonces, en un siglo de desbordada imaginación: gnósticos, druidas, albigenses, asesinos, caballeros de la Tabla Redonda, buscadores del Grial y canónigos del Santo Sepulcro.

Algunos propagandistas liberales consideraron a los templarios mártires de la libertad por sus avanzadas ideas sociales y del conocimiento oculto, con el que pretendieron redimir a la humanidad. La vinculación del Temple con los maniqueos y cátaros se daba por establecida. Se divulgó una Edad Media esquemática en la que la Iglesia oficial representada por los papas y las cómplices monarquías reprimía a la Iglesia liberal de maniqueos, templarios, caballeros del Grial, valdenses y otras sectas y herejías medievales. Se suponía que la Orden del Temple constituyó una asamblea de sabios cuyo objetivo era la sinarquía, es decir, el gobierno del mundo por una minoría de iniciados destinada a implantar la justicia. La instauración de una era de paz y concordia justificaba la vasta conspiración urdida por los templarios y sus acólitos, pero, para que esta dorada utopía triunfara, había que derrocar antes a los poderes reaccionarios que oprimían a las naciones del planeta.

La nueva visión de los templarios gozó de crédito entre los intelectuales liberales de fin de siglo, todos ellos anticlericales, que de este modo explicaban la persecución de la Orden por los tradicionales poderes represivos de su tiempo, la Iglesia y la monarquía.

A mediados del siglo xix florece la cuarta generación templista con el ocultista Alphonse-Louis Constant (1810-1875), más conocido por su seudónimo Eliphas Lévi. Este mago francés sistematizó los mitos templarios divulgados por Barruel y Fabré-Palaprat aderezándolos con añadidos iluministas y cabalísticos de su propia cosecha. Para Eliphas Lévi, los templarios eran «johannitas» que habían heredado el evangelio de los sacerdotes de Osiris a través de Jesús y el apóstol Juan (siguiendo el Levitikon). En el seno de la Orden, esta doctrina había degenerado en una especie de panteísmo filantrópico que incurrió en el error de desviar los secretos de la iniciación a la masonería con la esperanza de que esta derrocara al papado. Entre sus sucesores destaca Theodor Reuss (1855-1923), ocultista, cantante y estafador que en 1895 fundó la Ordo Templi Orientis (Orden del Temple Oriental).

A lo largo del siglo xx, nuevas aportaciones de historiadores de las religiones y antropólogos suministran material inédito para enriquecer el bulo templario. Seguidores de la folclorista Jessie Laidlay Weston (1850-1928) profundizan en el gnosticismo de los templarios y los relacionan con los caballeros del Grial, otorgando legitimidad histórica a una leyenda de origen puramente literario. Weston era discípula del antropólogo James George Frazer (1854-1941), autor del influyente estudio sobre magia y religión La rama dorada (1922).

Historia ficcionada

La quinta generación templista surge ya en pleno siglo xx de la mano del teósofo y médico francés Gérard Encausse Papus y del ocultista británico Edward Alexander Crowley (1875-1947), más conocido como Aleister Crowley, que aporta al acervo templario interesantes ritos sexuales.

En nuestros días, unas trescientas organizaciones distintas se proclaman legítimas sucesoras de los templarios. Son, en realidad, inofensivos clubes sociales de aficionados a lo medieval, que se disfrazan de caballeros y damas templarias y organizan ceremonias y banquetes medievales. En el último medio siglo, el interés popular por los templarios ha producido un aluvión de material impreso que responde a la demanda de los aficionados a los temas esotéricos y a los misterios de la Historia. Ya se sabe que la gente que no cree en nada está dispuesta a creer en cualquier cosa. Lo templario ocupa la posición más relevante de la corriente que podríamos denominar historia-ficción o ficción histórica y sus correlatos novelados. Entre los autores que han explotado el bulo destaca el misterioso Louis Charpentier, probable seudónimo de un estudioso de las «ciencias tradicionales», o sea, de la «sabiduría iniciática». Charpentier, cuya identidad nadie parece conocer y del que ni siquiera existen fotografías, es autor del celebrado libro El misterio de los templarios (Barcelona, 1970), en el que asevera que los caballeros de la cruz buscaron, y hallaron, el Arca de la Alianza y las Tablas de la Ley, que codificaban los conocimientos transmitidos por los egipcios a Moisés. Sirviéndose de ellos, inspiraron el renacimiento cultural de la Europa del siglo xii, descubrieron América tres siglos antes de Colón e impulsaron la construcción de las catedrales góticas (que financiaban con la plata americana). Algunos autores centran su atención en las fabulosas riquezas del Temple, entre ellos Gérard de Sède (1921-2004), quien después de unos penosos inicios como escritor surrealista triunfó con varios ensayos histórico-ficcionales, El oro de Rennes, Los templarios están entre nosotros o El enigma de Gisors (1962). En este último asegura que, debajo de la monumental Torre del Homenaje del castillo de Gisors, existe una amplia cripta subterránea donde los templarios depositaron sus más preciados secretos la víspera de su caída.

Este grabado (arriba) escenifica la persecución que sufrían los valdenses acusados de herejes por la Iglesia católica.
Este grabado (arriba) escenifica la persecución que sufrían los valdenses acusados de herejes por la Iglesia católica. Álbum.

Aluvión de publicaciones

Siguiendo el ejemplo de los autores franceses, florecen en España múltiples ensayos de historia- ficción templaria que toman como objeto de estudio a nuestra península. En cuanto a las novelas españolas de templarios, otro filón inagotable que tiene un ilustre precedente en Enrique Gil y Carrasco (El señor de Bembibre, 1844), citaremos a Nicholas Wilcox (seudónimo de un servidor) con La lápida templaria (1996) y a Javier Sierra con Las puertas templarias (2000).

En conclusión, el sueño romántico de los ilustrados alemanes inventó una Orden del Temple al gusto de la novela gótica de moda en su tiempo. Después, fervorosos continuadores del género han mantenido y acrecentado ese engendro, extrayendo renovados argumentos de la ciencia histórica, de las lucubraciones religiosas y filosóficas de los dos últimos siglos y de la arqueología. También han tergiversado datos ciertos para que sirviesen de apoyo a los imaginados, y no han vacilado en falsificar documentos. Por estas tortuosas sendas han conducido al fantasma de la desafortunada Orden, allá donde lo misterioso servía de refuerzo para una vasta literatura.

Por otra parte, historiadores serios se han esforzado en estudiar el Temple ciñéndose a los documentos de la época y han despreciado toda consideración ajena a la que se deduce del atento examen y cotejo de los venerables legajos.

Soñar no cuesta nada, pero hoy por hoy no hay más cera que la que arde, y a su luz no aparece ningún misterio templario.

Cortesía de Muy Interesante



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