¿Cómo no vas a querer ir a pasar un fin de semana al paraíso con buena música?, es la pregunta que se hace habitualmente cuando se habla del festival Bahidorá. En una ciudad que no para, la idea de que exista un refugio donde el agua cristalina, la naturaleza, un clima delicioso y el beat perfecto se encuentran parece una necesidad básica.
Pero llegar a este punto, tras 13 ediciones de aprendizaje, no ha sido solo cuestión de suerte, sino de una evolución constante que ha transformado a Bahidorá en el “festival adolescente” más maduro de México.
13 ediciones que han encontrado el balance
Lo que hoy conocemos como una maquinaria de experiencias que camina casi a la perfección, comenzó de forma bastante íntima. Iñigo Villamil, vocero del festival, recuerda que en 2013 arrancaron con un solo escenario, un campamento pequeño y apenas 3 mil personas. Hoy, la comunidad ha crecido hasta más de 11 mil almas, lo que ha obligado a los organizadores a entender —a base de prueba y mejora— cómo fluye la gente entre la naturaleza.
“Sentimos que ya llegamos a un lugar donde se siente muy cómodo para los campistas; los escenarios están bien distribuidos y los horarios funcionan bien”, explica Villamil en entrevista con Chilango, destacando que tras años de ajustes, el festival ha encontrado su forma ideal.
Esta madurez se refleja también en su propuesta sonora. Si algo distingue a Bahidorá es que no se rinde ante la tiranía de un solo headliner gigante; aquí la apuesta es por la diversidad y la curaduría minuciosa. Iñigo describe su enfoque como una “distribución horizontal”, donde cada artista es elegido con una intención específica para el momento del día en que le toca brillar.
En Bahidorá 2026 el headliner es el cartel completo
Para esta edición, desde la leyenda japonesa Satoshi Tomiie hasta el despliegue de Four Tet o el cierre con el legendario Mad Professor y sus invitadas especiales, el cartel es un organismo vivo. Es un espacio donde conviven talentos internacionales con ingredientes locales que le dan personalidad, como la presencia de Sonido La Changa. Al final, el verdadero protagonista no es un nombre en letras grandes, sino el cartel completo y su diversidad.
Pero Bahidorá ha construido un ecosistema que alimenta mucho más que el oído. Los asistentes pueden perderse en un circuito de arte con piezas diseñadas para la curiosidad, participar en charlas de inspiración en un foro alimentado por bicicletas, o iniciar el día en el rincón wellness con yoga y breathwork. Todo esto sin olvidar la oferta gastronómica intencionada o la oportunidad de purificarse en un temazcal antes de volver al agua.
Un festival consciente
Sin embargo, no se puede disfrutar del paraíso sin protegerlo. La relación con Las Estacas, casa del festival desde sus inicios, es de respeto absoluto; los organizadores escuchan y siguen las reglas de quienes cuidan el parque.
Por ejemplo, tras una primera edición que dejó bastante residuos, implementaron un programa riguroso de sostenibilidad asesorado por expertos.
“Nadie se atreve a tirar una colilla al río… se conserva esta energía colectiva de vamos a pasarla increíble, pero cuidando el espacio”, comenta Iñigo con orgullo.
Desde la compensación de la huella de carbono incluida en el boleto hasta la abundancia de ceniceros y botes con separación, han logrado que el público sea el principal guardián del entorno.
Bahidorá es, en esencia, una invitación a vivir algo extraordinario. Es el mismísimo Edén, con un sistema de sonido impecable, esperándote para bailar.
- Cuándo: 13, 14 y 15 de febrero de 2026.
- Dónde: Parque Natural Las Estacas (Carretera Tlaltizapan-Cuautla, Bonifacio García 6-S/N KM, Tlaltizapán, Morelos).
- Costo: $2,490 – $6,690.
Cortesía de Chilango
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