Aunque muchos las esconden y otros las reprimen, las groserías forman parte del lenguaje cotidiano. Aparecen en momentos de dolor, de rabia, de frustración, pero también en situaciones en las que alguien necesita un impulso de valentía. En medio de una rutina intensa en el gimnasio, al enfrentar una conversación difícil o al hablar en público, soltar una palabrota puede parecer inapropiado. Sin embargo, una investigación reciente plantea que decir groserías podría ser una forma eficaz de activar el cerebro y mejorar el rendimiento, tanto físico como mental.
Un estudio publicado en la revista American Psychologist revela que las palabrotas no son solo una válvula de escape emocional: podrían tener efectos reales sobre el cuerpo y la mente, ayudando a fijar la atención, reducir la inhibición y aumentar la confianza. El trabajo, liderado por Richard Stephens, PhD, junto a otros investigadores de la Universidad de Keele y la Universidad de Alabama en Huntsville, examina cómo el uso consciente de palabras malsonantes influye en el desempeño durante tareas exigentes.
Lo que realmente pasa cuando soltamos una grosería
Cuando alguien deja escapar una palabrota en medio de una situación difícil, no solo está expresando molestia. Según el estudio, ese acto puede cambiar el estado mental de la persona, colocándola en una disposición diferente. En el experimento principal, los participantes debían repetir una grosería de su elección o una palabra neutra mientras realizaban un ejercicio físico: mantener el cuerpo elevado en una posición de flexión (conocida como chair push-up). Los resultados fueron claros: quienes usaban groserías sostuvieron el esfuerzo durante más tiempo.
La explicación, según los autores, está relacionada con un fenómeno psicológico conocido como estado de desinhibición. Este concepto hace referencia a una reducción temporal de las barreras mentales y sociales que normalmente restringen ciertas conductas. Al decir una palabrota, la persona se “desbloquea”, lo que le permite emplear más energía, centrarse mejor y disminuir el autojuicio. Como indica el artículo, “al decir groserías, tiramos por la borda las restricciones sociales y nos permitimos esforzarnos más en diferentes situaciones”.

Más allá del esfuerzo físico: enfoque, flow y autoconfianza
El impacto de las groserías no se limita a lo físico. Una parte clave del estudio analizó cómo este tipo de lenguaje afecta variables psicológicas como el estado de flow, la confianza y la distracción. El estado de flow, un término acuñado por el psicólogo Mihály Csíkszentmihályi, describe momentos en los que alguien está tan concentrado en una tarea que pierde la noción del tiempo y actúa con eficacia sin pensar demasiado.
En los experimentos, los participantes que maldecían no solo aguantaban más en el ejercicio, sino que también reportaban sentirse más enfocados, menos distraídos y con mayor seguridad personal. Estas sensaciones están estrechamente ligadas a la idea de que las palabrotas actúan como un “interruptor mental” que favorece la entrega total a la actividad.
Los investigadores combinaron los datos de dos nuevos experimentos con un estudio previo, confirmando que el uso de groserías puede potenciar elementos clave para el rendimiento. Tal como resume el artículo, “el aumento del flow psicológico, la confianza en uno mismo y la reducción de la distracción ayudan a explicar el efecto positivo de las groserías sobre el desempeño”.
El día que Camilo José Cela llevó el “coño” a la RAE
Aunque el uso de groserías suele ser visto como vulgar o inapropiado, la historia del lenguaje demuestra que muchas de ellas han sido objeto de debate cultural y académico. Un ejemplo tan divertido como revelador lo protagonizó el escritor y premio Nobel Camilo José Cela en televisión, en 1983.
Durante un programa, la poeta Gloria Fuertes le preguntó con picardía cuándo se incorporaría la palabra “coño” al Diccionario de la Real Academia Española. Cela, con su habitual tono serio y socarrón, respondió que él mismo había llevado esa palabra a la RAE, apoyado en el prestigio literario de Quevedo: “Lo llevé yo con la autoridad de Quevedo, y la Academia Española, que es mucho más abierta y liberal de lo que la gente piensa, lo admitió perfectamente”, dijo.
Lo llevé yo [palabra “coño”] con la autoridad de Quevedo, y la Academia Española, que es mucho más abierta y liberal de lo que la gente piensa, lo admitió perfectamente
Camilo José Cela
Más allá del chiste, aquella escena muestra que las palabras más fuertes también tienen historia, contexto y valor lingüístico. Y en el fondo, refleja lo mismo que sugiere la psicología actual: que el poder de ciertas expresiones no está solo en su sonido, sino en lo que nos hacen sentir y liberar cuando las decimos.
¿Una herramienta mental al alcance de todos?
Una de las características más destacadas del hallazgo es que no requiere preparación previa, recursos externos ni condiciones especiales. Como señala el autor principal, “las groserías son una herramienta sin calorías, libre de drogas, de bajo costo y fácilmente disponible cuando necesitamos un impulso de rendimiento”. Esto convierte al lenguaje en un recurso psicológico inesperadamente poderoso.
El estudio también hace hincapié en que no todas las formas de desinhibición son perjudiciales. En este caso, se trata de una desinhibición controlada y funcional, que puede empujar a las personas a rendir más, sin perder el control ni exponerse a riesgos. Al permitirse un pequeño desliz verbal, el cerebro interpreta que se han relajado ciertas reglas, y responde con mayor energía y disposición.
Además, la elección de la palabra parece importar menos que el hecho de romper la norma. Los participantes elegían su grosería preferida, lo que indica que el valor simbólico y emocional de la palabra es clave, más allá de su significado literal.

Posibles aplicaciones futuras: del gimnasio al escenario
Aunque el estudio se centró en tareas físicas, sus autores ya están investigando si el efecto puede trasladarse a otros ámbitos donde las personas tienden a frenarse a sí mismas. Es el caso de situaciones sociales exigentes, como hablar en público o iniciar una interacción romántica. Ambas situaciones generan ansiedad, duda e inhibición, lo que podría ser superado parcialmente mediante un cambio mental inducido por el lenguaje.
El coautor Nicholas Washmuth, DPT, indica que sus laboratorios ya están explorando estas posibilidades. Según declara en el artículo, “ahora estamos estudiando cómo influye el uso de groserías en el habla en público y en los comportamientos románticos de aproximación”. Si los resultados son positivos, podría abrirse un nuevo campo de herramientas psicológicas basadas en el uso estratégico del lenguaje.
Esta línea de investigación conecta con un interés creciente por intervenciones accesibles, sin coste y con bajo riesgo, que permitan a las personas mejorar su rendimiento sin necesidad de terapias complejas ni tratamientos farmacológicos. Si decir una grosería en el momento justo ayuda a actuar con más libertad, el lenguaje podría convertirse en un aliado inesperado del bienestar.
Una frontera entre lo social y lo neurológico
Este tipo de hallazgos también invitan a reflexionar sobre cómo el lenguaje influye en el cerebro de maneras más profundas de lo que solemos asumir. Las palabrotas, al estar culturalmente cargadas, tienen un impacto emocional más intenso que otras expresiones. Esto activa áreas del cerebro relacionadas con la emoción, la memoria y la atención, lo que podría explicar en parte su poder activador.
El uso de estas palabras rompe con la expectativa social, lo que introduce un componente de sorpresa que altera momentáneamente el estado cognitivo, generando un pequeño pico de atención o alerta. En ese breve lapso, la persona puede aprovechar para concentrarse mejor o reunir el valor para actuar. Lo interesante es que este recurso está codificado en el lenguaje y disponible de forma espontánea.
Este cruce entre lo lingüístico y lo neuropsicológico abre caminos interesantes para futuros estudios. Por ahora, la idea de que una grosería pueda servir como palanca mental suena provocadora, pero también razonable. No se trata de fomentar un lenguaje ofensivo, sino de entender cómo ciertos elementos del habla pueden tener funciones más allá de lo que imaginamos.
Referencias
- Stephens, R., Dowber, H., Richardson, C., & Washmuth, N. (2025). “Don’t Hold Back”: Swearing Improves Strength Through State Disinhibition. American Psychologist. https://doi.org/10.1037/amp0001650.
Cortesía de Muy Interesante
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