Aunque el tatuaje ha ganado popularidad en la España actual como forma de expresión personal, lo cierto es que esta práctica tiene raíces mucho más profundas, e incluso sorprendentes. En el sureste de la península, por ejemplo, las momias de época ibérica halladas en contextos de conservación excepcionales han mostrado restos de pigmentación en la piel que algunos estudios interpretan como tatuajes rituales o decorativos. Sin embargo, ningún descubrimiento hasta ahora se asemeja al que un equipo internacional de arqueólogos ha documentado en el corazón del antiguo reino de Nubia, en lo que hoy es Sudán: niños y niñas tatuados en el rostro desde edades tan tempranas como los 18 meses.
El hallazgo, publicado en la revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), ha sido encabezado por la arqueóloga Anne Austin y su equipo, quienes analizaron más de un millar de restos humanos momificados procedentes de tres yacimientos en el valle del Nilo. Lo que encontraron no solo cambia lo que sabemos sobre la historia del tatuaje, sino que podría reescribir por completo nuestra visión del cristianismo primitivo en África y su relación con la infancia, la enfermedad y los rituales de protección.
Un tatuaje en la frente para un Dios en el cielo
En el sitio de Kulubnarti, al norte de Sudán, utilizado como cementerio entre los siglos VII y X d.C., se identificaron restos momificados de al menos 27 personas con evidencias claras de tatuajes. El dato que más llamó la atención no fue solo su número —casi el doble de todos los casos documentados hasta ahora en la región del Nilo— sino su distribución: una parte significativa de los individuos tatuados eran niños, algunos de tan solo un año de edad.
El motivo más repetido era un grupo de cuatro puntos dispuestos en forma de rombo, tatuados en la frente. ¿Una representación simplificada de una cruz cristiana? ¿Una señal de protección espiritual? ¿Un recurso médico ancestral? El simbolismo de estos tatuajes ha dado lugar a varias teorías, ninguna descartada aún.
No se trataba de marcas decorativas ni de simples adornos. La colocación de estos signos geométricos en el rostro —especialmente en la frente y las sienes— sugiere intencionalidad, visibilidad y una profunda carga cultural. Y, lo más impactante, es que algunos niños tenían tatuajes superpuestos, es decir, fueron tatuados más de una vez antes de cumplir los tres años. Esto indicaría que el tatuaje no era un evento aislado, sino parte de un proceso.

¿Bautismo con tinta? La fe cristiana en la frontera del desierto
Durante siglos, Nubia fue un cruce de caminos entre el África subsahariana, Egipto y el mundo mediterráneo. A mediados del siglo VI, el cristianismo llegó con fuerza a esta región, que adoptó la religión a través de contactos con Bizancio y Egipto. La región fue uno de los primeros bastiones del cristianismo en África, mucho antes de su arraigo profundo en Europa occidental.
El estudio plantea una hipótesis intrigante: los tatuajes en los niños podrían haber formado parte de un rito bautismal o de iniciación cristiana. Marcar el cuerpo infantil con símbolos religiosos habría sido una forma de protegerlo frente a los peligros espirituales, de garantizar su pertenencia a la comunidad cristiana, o incluso de asegurar la salvación de su alma ante una muerte temprana —un riesgo frecuente en contextos de alta mortalidad infantil.
Esto no sería del todo ajeno a ciertas tradiciones medievales europeas, donde se realizaban rituales protectores a los recién nacidos, incluyendo la imposición del crisma o marcas simbólicas en la frente. En algunas regiones rurales de la España visigoda, se han documentado prácticas como el “signo de la cruz” hecho con aceite o ceniza sobre la frente de los bebés como gesto de fe y protección.
Más allá de la fe: tatuajes médicos contra la fiebre
Sin embargo, no todo apunta a lo espiritual. Otra teoría que barajan los investigadores es de carácter médico: los tatuajes podrían haber sido usados como una forma tradicional de aliviar dolencias infantiles, especialmente las asociadas a enfermedades como la malaria, que ha azotado el valle del Nilo durante siglos. Algunos creen que las marcas faciales tenían una función terapéutica, comparable a la acupuntura, aplicadas sobre zonas de dolor recurrente como la cabeza o las sienes.
La práctica de tatuajes médicos no es nueva. En Europa, se conocen ejemplos documentados en manuscritos medievales donde se recomendaban tatuajes con hierbas o tintas especiales para aliviar epilepsias, dolores crónicos o fiebres. De hecho, el propio Ötzi, la famosa momia alpina de más de 5.000 años, tenía tatuajes en zonas asociadas a problemas articulares, lo que ha llevado a pensar en usos médicos similares.
En el caso nubio, el altísimo número de niños con tatuajes faciales podría ser un reflejo de una sociedad con alta morbilidad infantil y estrategias desesperadas para proteger a los más pequeños.

Tinta, cuchillos y cultura: cómo se tatuaban en Nubia
Los tatuajes nubios eran sencillos pero consistentes. Grupos de puntos o rayas que formaban formas geométricas repetidas. Un análisis detallado de la piel momificada reveló que estos no se realizaron con agujas, como cabría esperar, sino con cuchillos u objetos afilados. El pigmento, probablemente vegetal o mineral, se introducía en la piel abierta a través de incisiones rápidas.
Este método, aunque rudimentario, era eficaz y permitía realizar tatuajes visibles en pocos minutos. Se ha sugerido que la técnica era lo suficientemente rápida como para ser aplicada incluso en niños pequeños sin poner en riesgo su vida, aunque el dolor debía de ser considerable.
Es fascinante pensar que una comunidad medieval cristiana en África desarrollara un sistema propio de simbolismo corporal tan potente, y que incluyera a los niños de forma tan visible. Lo que en otras culturas fue reservado a guerreros, chamanes o prostitutas, aquí marcaba la infancia.
Un legado que reaparece bajo la piel
El estudio, que ha utilizado técnicas de imagen multiespectral para detectar tatuajes invisibles a simple vista, representa un hito en la investigación bioarqueológica. Muchos de estos tatuajes no podrían haberse visto con métodos tradicionales. Gracias a la luz infrarroja, los pigmentos antiguos vuelven a emerger sobre la piel momificada, como si la historia misma se empeñara en no quedar enterrada.
Las implicaciones de estos hallazgos son enormes. Nos obligan a repensar la relación entre religión, medicina y cuerpo en contextos antiguos, y nos recuerdan que las formas de expresar la identidad —ya sea en España, en Nubia o en cualquier otro rincón del mundo— han sido siempre tan complejas como humanas.
Cortesía de Muy Interesante
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