“Vivir dentro de mis zapatos podría asemejarse a estar amarrado a la punta de un cohete espacial, sin la posibilidad de ver lo que un botón de pausa permitiría”, escribe Fernando Samalea en las últimas páginas de su nuevo libro Viviendo el futuro.
Con un promedio de 540 páginas por obra, el baterista que tocó con todos (Charly García, Gustavo Cerati, Andrés Calamaro, Illya Kuryaki & The Valderramas, Joaquín Sabina, Draco Rosa, Benjamin Biolay, Phil Manzanera, Fabiana Cantilo, Calle 13, Daniel Melingo, CocoRosie, A–Tirador Láser, Orquesta Hypnofón, La Portuaria y siguen las firmas) sigue en constante movimiento.
En esta charla con Clarín, en la intimidad de su hogar, reflexiona sobre el futuro y sus motivaciones. El presente lo encuentra tocando con bandas jóvenes, como Bandalos Chinos, un proyecto que homenajea a Charly junto a otros músicos que lo acompañaron (Beats Modernos), giras con su compañera Michelle Bliman y de regreso con bandas históricas como Metrópoli y La Portuaria.
Una saga autobiográfica
Espíritu de aventuras, viajes astronáuticos en moto y la necesidad de capturar los recuerdos. “Ahora tengo que vivir para seguir escribiendo”, comenta acerca de su saga autobiográfica que, como una suerte de Marcel Proust rockero, ya va por su cuarto tomo.
Fernando Samalea, una suerte de Marcel Proust rockero. Foto: Antonio Becerra.-Pasaron diez años de tu primer libro de memorias (¿Qué es un Long Play?) y acabás de publicar el cuarto. ¿Tenías en mente que se extendiera tanto?
-Relativamente. Tenía esa fantasía de dejar ese testimonio por una cuestión obvia del privilegio de poder vivir con tantos artistas icónicos. Esa cosa ilusoria como de perpetuar la vida, aunque suene un poco grandilocuente, para que los recuerdos no se vayan como arena entre los dedos.
Me gustaba la idea de tener un poquito de control sobre todo eso y mostrárselo a quien se interese. En el fondo, lo que me moviliza es la gratitud, el amor mismo por la música. Ese estado ilusorio de darle cierta mitología a la vida, a pesar de que todo es verdad.
-Impresiona el grado de detalle en la descripción, diálogos y anécdotas. ¿Siempre tomaste notas?
-Hay algo como de la mente que baja en la medida que uno vuelve a escuchar los discos o vuelve a los lugares. Por ejemplo, ¿Qué es un Long Play? lo escribí casi todo in situ. Iba a los estudios de grabación y a los lugares donde sucedían las cosas. Eso estimula la mente. Es una cuestión de neurociencia. La física cuántica dice que si uno mira este vaso y lo imagina, se mueven las mismas neuronas.
Me di el gusto de volver a vivirlo, enaltecer las sonrisas y los chistes de los que lamentablemente ya no están. También me gusta enaltecer a algunas personas que tal vez no son tan reconocidas desde el circuito popular. También el cine, los beatniks, Sam Shepard o Victoria Ocampo. La vida es mucho más amplia de lo que parece. Uno no es simplemente un músico de rock.
-También llama la atención, más en estos tiempos, la extensión. ¿Eso estaba premeditado?
-Nunca quise hacer algo solemne, Es un estilo a la manera inglesa. Una situación va hilvanando a la otra y lleva a un estado de velocidad el relato y a su vez es 100% cronológico, como la vida misma. Nunca adelanto cosas que van a suceder después. El lector se va sorprendiendo de la misma manera que yo me iba sorprendiendo como iban sucediendo las cosas.
A su vez genera un estado hermoso y poético y una fantasía de pensar que en las próximas décadas algún joven pueda leer esas cosas curioso o curiosa por el rock argentino y todas las vivencias de la actualidad y de alguna forma vuelve a suceder.
El nuevo libro
-Eso me lleva a Viviendo el futuro, tu último libro. Allí hablás de los jóvenes y la tecnología. ¿Te interesan estos cambios?
-Muchísimo. Siempre fui futurista porque vengo un poco de esa generación de los años ’60, donde uno fantaseaba con un futuro muchísimo más astronáutico del que tal vez se dio a partir del siglo XXI: autos voladores y ese tipo de cosas. Estamos en la antesala de un mundo que desconocemos.
Tal vez sea el último momento de los talentos naturales y quizás próximamente venga un humano hiper capacitado con la asistencia directa de una computadora inalámbricamente. Entonces todos los cerebros pueden expandirse, adquirir aplicaciones como para tocar instrumentos. Entonces ya tal vez ese esfuerzo que se presentaba en cada persona que quería dedicarse a algo en la vida, no va a ser necesario,
-Eso pensaba en relación a las nuevas bandas. Siempre estás tocando con artistas jóvenes, como mencionás en el libro a los Bandalos Chinos o antes también con Marina Fages.
-Es que lo gracioso y no tanto, es que ya es la quinta vez que veo a las generaciones de veinteañeros. O sea, viví los años ’80, los ’90 y justamente fui parte de los Illya Kuryaki en ese tiempo. También en los años 00 participé en grupos como No lo Soporto y Rosal.
Luego los años ’10 y ahora los ’20. Músicos más jóvenes que de alguna forma, como digo en broma, les aumento alarmantemente el promedio de edad. Me gusta. Soy futurista por naturaleza. Me gusta que los jóvenes dicten las normas porque también vengo de un tiempo en el cual cuando me tocó a mí sentíamos que era el momento de mostrar un poquito lo nuevo.
Fernando Samalea también es bandoneonista.- Foto martin bonetto-Hay diferentes formas de pensar el futuro. Pienso en la frase “Mañana es mejor” del Flaco Spinetta, con quien también tocaste. En ese caso, siempre estuviste atento a lo nuevo
-Me gusta mucho que sucedan cosas y tal vez no es una franja tan grande de la humanidad de la que estamos hablando. El filósofo Harari lo dice: hablamos de una porción de la historia de la humanidad ínfima. Desde que se inventó la electricidad hasta ahora es una partecita insignificante.
Tal vez un poco como siempre me decía en broma el poeta Horacio Ferrer, todos vamos a ser recordados más o menos de la misma época. Aunque ahora veamos enormes diferencias entre los años sesenta y la actualidad. Hay algo en el tiempo que por un lado es mucho y por el otro lado es poquito. Pero sí, siempre me ha gustado, que los jóvenes sean la punta de lanza. Nunca me voy a cerrar a una idea establecida que no pueda romperse con la imaginación de otra persona que venga después.
Samalea y García
-Metiéndonos con algunos nombres, uno se vuelve ineludible: Charly García. ¿Qué significa para vos?
-Siempre será el estigma de mi vida, porque tal vez a partir de los 13 años soñaba alguna vez con tocar con él o tener alguna participación. Sobre todo a partir del ’82, donde se hace solista con Yendo de la Cama al Living y genera una banda de acompañamiento. Más que tocar en un grupo, quería tocar con él como solista. Y un poco el poder del deseo, el destino, la suerte.
El baterista Fernando Samalea , en pleno ensayo. Foto FBNada fue igual desde que me dio esa chance. Primero me la dio Andrés Calamaro y a partir de ahí, incluso el propio Andrés, entramos todos en su banda. O sea que fue algo que ineludiblemente será el verdadero motor de todo lo que sucedió después., Para el inconsciente popular informado soy el baterista de Charly. Hay algo metafísico que me une al mundo de Charly y que de alguna forma lo agradezco
-¿Cómo recordás los años ’80?
-Siempre agradeceré haber encontrado ese mundo musical en ese tiempo tan efervescente. Pero por otro lado también destapó algo que se sigue desarrollando hasta el día de hoy. Siempre estaré conectado, y también soy consciente de que es un caso un poco atípico. Soy consciente de que también me tocó un destino extremadamente multitemático en cuanto a los proyectos.
Ahora mismo estamos tocando con La Portuaria, con Beats Modernos, con Michelle Bliman hacemos muchos viajes por Europa o Estados Unidos, grabando, tocando, con Joaco Burgos, un chico de 21 años, así, también la vuelta de Metrópoli que hubo con Isabel de Sebastián. Hay cosas que van y vuelven a lo largo de la vida, ¿eh? No solamente puedo tocar con nuevos proyectos, sino también mantener los otros. Me gusta mantener un estado de libertad total.
Samalea en el Homenaja a Charly Garcia en el Teatro San Martin, 2021. Foto Rolando Andrade Stracuzzi -Nombrabas a Michelle, tu pareja y compañera musical a la cual le dedicaste un capítulo en tu último libro. ¿Qué significa para vos?
-Llevamos casi ocho años. Pero por sobre todo es el aprendizaje musical. Admiro mucho su capacidad para entender la armonía, tocar la guitarra, el piano, el saxo y también la apertura que me dio al soul y al jazz. Que si bien son estilos que siempre he escuchado, escuché más que nunca a través de ella. Y sobre todo conocer la nueva camada de músicos de ese estilo.
Me ayudó mucho entender su imaginario compositivo. Se unen los mundos. Es como un juego. Es tan simple como compartir con los espíritus afines. Celebrar ese estado magnífico que es justamente tocar la música, llevarla como un espectáculo circense por todos lados, que la gente venga y disfrute, es algo inigualable. Algo que soñé desde la niñez.
Montecarlo Jazz Ensamble, la aventura creativa impulsada por María Gabriela Epumer en 1995, junto a Fernando Samalea y una inmensa legión de músicos argentinos de diferentes géneros. Foto gentileza Fernando Samalea-Hay algo en vos en relación al movimiento y los viajes. ¿Qué te aportó esto?
-La música posibilitó mi descubrimiento del mundo. Literalmente. A partir de mis 20 años me subí a un avión por primera vez gracias a las primeras giras con Charly. Por supuesto, en mi imaginario infantil, de Julio Verne, Salgari, London, Sandokan. Estaba siempre con todos esos aventureros malayos que iban por todos lados. Quería conocer el mundo como fuese. Si bien mis padres, con sus limitaciones económicas, me habían mostrado mucho.
La música fue un deseo que se despertó en mí, vaya a saberse cómo, a mis seis años. Pero siempre estaba el hecho de las aventuras, las epopeyas. Charly me llevó a Nueva York a mis 22 a grabar Parte de la Religión. Luego Europa: Madrid, París. Fui mucho a Marruecos. Incluso con la motocicleta. Meterme en rutas perdidísimas. Mucha soledad. Desafiar un poquito esos límites, vivir el estado de aventura y conocer al paso infinidad de personajes que de otra forma no aparecerían. También siempre confiar en una suerte de protección extraña. En que todo va a ir por un buen cauce.
-En los últimos tiempos ganó fuerza el ritmo en la música con la música urbana. Vos en cierto sentido fuiste un pionero junto con IKV. ¿Cómo te atravesó ese fenómeno?
-Las generaciones nunca son 100% homogéneas. Hay de todo. Ahora también hay muchos chicos conectados con el trap, el reggaetón y nuevas tendencias como también otros más siglo XX. He tocado con Chita, Neo Pistea, Taichi, Zoe Gotusso, Benito Cerati. No le escapo a compartir con esos mundos sabiendo que estoy como de costadito.
No siento que tenga que enseñar sino más bien aprender respecto a las nuevas generaciones. Siempre lo sentí. Me pasó con los Kuryaki en los años ’90 y a partir de ahí no paré más. Cuando me di cuenta de que ya no era una joven promesa y venía un malón detrás, entendí que era muy nutritivo dejar que las nuevas generaciones nos vayan enseñando los caminos.
Próximos pasos
-¿Cómo sigue tu camino?
-Como ya llegué hace dos o tres meses, entonces ahora tengo que vivir para escribir. Pero si todo sigue su cauce normal, tal vez dentro de seis o siete años pueda hacer el libro que ya comenzó con la gira española de Beats Modernos.
Me gusta pensar en la ficción en algún momento, que es algo que hice en mis discos instrumentales de bandoneón. Y también me gusta aprender de diferentes proyectos. También proyectos que tal vez no conozco aún. Si hay algo de lo cual soy consciente es que en un segundo podés conocer a alguien que te abra una posibilidad musical nueva.
-De eso hablás bastante en el libro. Del misterio, lo impensado
-Claro. Porque soy consciente de que mi vida es un poco rara a ese nivel. Pero bueno, en mayor o menor medida puede pasar en todos los órdenes. Si uno está abierto pueden pasar cosas y aunque suene cursi es animarse a esos cambios, a conocer gente y que no te dé miedo. Expandir lo más posible lo que uno vino a hacer.
Cortesía de Clarín
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