Cuando por la patria mueres

Lo que hoy voy a relatar, lector querido, no es un cuento navideño, sino una real y verdadera historiadecembrina que dice así:

Corría el año de 1815 de la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo, el 7012 de la Creación del Mundo, el 4770 del Diluvio Universal, el 489 de la fundación de la imperial corte mexicana, el 291 de la Conquista, el 282 del milagrosísimo quinto del reinado en España del católico monarca señor don Fernando VII y el primero del gobierno del excelentísimo señor don Félix María Calleja, teniente general de los reales ejércitos, virrey, gobernador y capitán general de las tierras de la Nueva España cuando José María Morelos y Pavón fue capturado.

Su lucha por la Independencia había sido larga, a veces gloriosa y feliz, otras tantas cruenta, y dolorosa. Después de cinco campañas militares, siguiendo siempre las indicaciones de su maestro Miguel Hidalgo – que había sido rector del Colegio de San Nicolás mientras él estudiaba- Morelos había logrado mucho. Reunir un cuerpo legislativo en un Congreso – llamado del Anáhuac-, escribir las bases de las leyes que nos regirían en el documento conocido como LosSentimientos de la nación; tomar varias ciudades para la causa independiente como Acapulco y Oaxaca y derrotar a las fuerzas del imperio español no una sino más de cinco veces. (Quizá la más impresionante romper el Sitio de Cuautla bajo las narices de Calleja)

Pero a partir de la derrota en Valladolid, la ruta militar de José María fue cuesta abajo. El enemigo parecía tener cien brazos y Calleja adquiría más fuerza. Cada vez con menos hombres, perseguido, pero siempre resguardando a los integrantes del Congreso, Morelos quiso escaparse, pero también detener al ejército enemigo. Todo salió mal. Mariano Matamoros fue capturado y nadie pudo hacer nada. Calleja no aceptó canjearlo por 300 soldados españoles y tras un juicio sumario, lo fusilaron en el Portal de las Ánimas, el 3 de febrero de 1814. Mal empezaba el año y se podría más difícil. Un desairado Ignacio López Rayón, que había vuelto por sus fueros, decidió despojar a Morelos de su grado de Generalísimo y darle sólo el nombramiento de diputado. El Siervo de la Nación, haciendo honor a tal apelativo dijo que serviría a su patria desde cualquier puesto que se le asignara. Pero la fatalidad llamaba a la puerta.

El día en que Morelos fue aprehendido en Texmalaca tenía el alma oprimida y el pensamiento nublado. Sufrió algo así como un presagio y no paraba de pensar en Galeana y Matamoros. En que ambos, que habían sido sus dos brazos, estaban muertos. El segundo, fusilado y el primero degollado por un soldado realista que había cobrado victoria colocando su cabeza en una estaca. Marchó a la retaguardia para detener a los realistas, pero fue imposible. El español Manuel de la Concha le salió al paso y lo hizo prisionero en nombre del virrey. Y el virrey, aquel 4 de noviembre de 1815, ya era Félix María Calleja, ya considerado el militar más valioso del ejército español. Aquel día,supo que con la captura de Morelos había ganado otra batalla y felizmente ordenó que lo encadenaran y llevaran a la capital para juzgarlo.

El vía crucis fue largo. Morelos, siempre con grilletes,recorrió caminos por los que nunca había pasado, estuvo preso en una fábrica en la Ciudadela que Calleja había transformado en mazmorra. Después, fue llevado a los calabozos de la Inquisición. Todo había terminado. Los reportes comunicaron que “a beneficio de las activas, sabias y eficaces providencias del excelentísimo señor Virrey, se ha conseguido el arresto del perverso cabecilla de la desastrosa rebelión de este reino, cura que fue de Carácuaro que alistándose bajo las banderas del hereje cura de Dolores, Miguel Hidalgo, incurrió en crimen de fautoría como todas las personas que aprobaron su decisión y recibieron sus proclamas”.

En las actas del Santo Oficio se dijo que el fin de Morelos había sido enseñar “el arte de robar por principios y de establecer y dogmatizar por virtudes los crímenes más nefandos” que había sido inconsecuente a sí mismo, tan pronto cristiano como hereje y de lesa majestad divina y humana. Todos estuvieron, conformes para que “se le haga auto público de fe en la sala de este tribunal (del Santo Oficio) donde asistirán ministros y cien personas de las principales ahí se degradará al precitado presbítero para que asista al auto en forma de penitente, con sotana corta, sin cuello ni ceñidor y vela verde en mano.

Hubo destierro perpetuo de ambas Américas, Cortes de Madrid y sitios reales y excomunión. También lo declararon hereje. Lo condenaron primero a la indignidad, luego a la prisión y después al castigo de no permitirle rezar su último adiós en el Santuario de la Virgen de Guadalupe. Fue llevaron a San Cristóbal Ecatepec, vendado de lo ojos y fusilado con cuatro descargas.

Fue justo un día justo como hoy, lector querido, pero de un año distinto: el 22 de diciembre de 1815. Sus últimas palabras fueron rezo y declaración: “Señor, tú sabes si he obrado bien; y si mal, me acojo a tu infinita misericordia. Morir no es nada cuando por la patria mueres”

Y aquí termina la historia.

Cortesía de El Economista



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