Un hallazgo histórico revela cómo los humanos resistieron el frío extremo usando huesos de mamut como viviendas en plena Edad del Hielo

En España, los yacimientos del Paleolítico nos han enseñado hasta qué punto nuestros antepasados sabían adaptarse a entornos difíciles: desde el aprovechamiento intensivo de la caza en Atapuerca hasta el uso de cuevas y abrigos rocosos en la cornisa cantábrica. Pero lo que ocurrió hace unos 18.000 años en las estepas de la actual Ucrania lleva esa capacidad de adaptación a un extremo casi inimaginable. Allí, en un paisaje barrido por el viento, sin apenas árboles y sometido a algunos de los inviernos más duros de la última glaciación, grupos humanos levantaron refugios utilizando un material tan abundante como insólito: huesos de mamut.

Durante décadas, esas estructuras han sido uno de los grandes enigmas de la arqueología europea. ¿Eran viviendas? ¿Monumentos rituales? ¿Almacenes? Un nuevo estudio, basado en técnicas de datación más precisas y en una revisión minuciosa del contexto arqueológico, acaba de inclinar la balanza hacia una interpretación mucho más terrenal —y quizá más fascinante—: eran refugios prácticos, levantados para resistir el frío extremo durante estancias relativamente cortas.

Un paisaje sin madera y con frío extremo

Para entender por qué alguien decidió construir una casa con huesos de un animal gigante hay que situarse en el contexto ambiental de finales de la última Edad del Hielo. Tras el llamado Último Máximo Glacial, el clima seguía siendo extremadamente frío y variable. En amplias zonas de Europa oriental, los bosques prácticamente habían desaparecido, sustituidos por estepas abiertas donde la madera, un recurso clave para cualquier asentamiento humano, era escasa o directamente inexistente.

En la Península Ibérica, incluso en los momentos más fríos, siempre existieron refugios naturales y masas forestales residuales que proporcionaban combustible y materiales de construcción. En cambio, en las llanuras del este europeo, los grupos humanos tuvieron que improvisar soluciones radicales. Y ahí entraron en juego los mamuts.

Estos grandes herbívoros no solo eran una fuente de carne, grasa y pieles. Sus esqueletos, abandonados tras la caza o encontrados como restos de animales muertos de forma natural, ofrecían un “kit” constructivo inesperadamente eficaz: cráneos enormes, mandíbulas robustas, colmillos curvados y largos huesos capaces de soportar peso y cortar el viento.

Los habitantes de la actual Ucrania recurrieron a los huesos de mamut para levantar refugios improvisados, una solución ingeniosa que les permitió resguardarse del frío extremo durante los momentos más duros de la última Edad del Hielo
Los habitantes de la actual Ucrania recurrieron a los huesos de mamut para levantar refugios improvisados, una solución ingeniosa que les permitió resguardarse del frío extremo durante los momentos más duros de la última Edad del Hielo. Foto: Pavlo Shydlovskyi

Mezhyrich: el yacimiento que lo cambió todo

El lugar clave para entender este fenómeno es Mezhyrich, un yacimiento al aire libre situado en el centro de la actual Ucrania. Allí se han documentado al menos cuatro estructuras circulares formadas casi exclusivamente por huesos de mamut, rodeadas de fosas, zonas de trabajo y hogares.

Desde su excavación en la segunda mitad del siglo XX, Mezhyrich se convirtió en un icono de la arqueología paleolítica. Sin embargo, las primeras dataciones ofrecían un abanico temporal demasiado amplio: desde hace unos 19.000 hasta hace 12.000 años. Esa incertidumbre alimentó todo tipo de hipótesis, incluidas interpretaciones simbólicas o rituales.

La clave para afinar la cronología ha sido cambiar de estrategia. En lugar de datar los huesos de mamut —que podían haber sido reutilizados siglos después de la muerte del animal—, los investigadores se centraron en restos de pequeños mamíferos como zorros, liebres o lobos encontrados dentro de las capas de ocupación humana. Esos animales, procesados y consumidos en el propio asentamiento, ofrecen una fecha mucho más ajustada del momento real de uso del refugio.

El resultado es sorprendente. La estructura principal de Mezhyrich se utilizó entre hace unos 18.200 y 17.700 años. Además, el tiempo total de ocupación no habría superado, como máximo, unos pocos siglos, y probablemente fue mucho menor.

Casas resistentes, pero no permanentes

Esta nueva cronología cambia por completo la lectura del yacimiento. Ya no hablamos de una aldea estable ocupada durante milenios, sino de un campamento reutilizado de forma intermitente. Grupos humanos regresaban al mismo punto estratégico —una terraza fluvial con buena visibilidad y acceso a recursos—, reparaban o reconstruían la estructura de huesos y la usaban durante una o varias temporadas antes de marcharse de nuevo.

El diseño de estas viviendas revela una notable comprensión de la ingeniería básica. Los cráneos y huesos largos se colocaban verticalmente para formar una especie de muro perimetral. Sobre esa base, se apoyaban colmillos y piezas planas que ayudaban a estabilizar la estructura y a protegerla del viento. Es muy probable que el conjunto se completara con un armazón de madera ligera —cuando estaba disponible— y con pieles de animales, creando un refugio sorprendentemente eficaz contra el frío.

En el interior, los arqueólogos han identificado hogares, zonas de talla de sílex, restos de procesamiento de pieles y huesos quemados. Todo apunta a un espacio vivido, no a un monumento ceremonial.

Quemar huesos para sobrevivir

Uno de los detalles más reveladores de Mezhyrich es el uso del fuego. En los hogares del yacimiento apenas aparecen restos de carbón vegetal, algo llamativo en cualquier asentamiento prehistórico. En su lugar, abundan los huesos quemados.

Esto sugiere que, ante la falta de madera, los habitantes del campamento utilizaron huesos como combustible. No es una solución improvisada: los huesos ricos en grasa pueden arder durante mucho tiempo y generar un calor constante, ideal para climas extremos. Es una prueba más de hasta qué punto estos grupos humanos conocían bien los recursos de su entorno y sabían exprimirlos al máximo.

Hay que destacar que el contexto ecológico también ayuda a entender por qué estos asentamientos fueron breves. Los análisis químicos de los huesos de mamut indican que estos animales ya estaban sometidos a un fuerte estrés ambiental. Sus fuentes de alimento se reducían y sus poblaciones comenzaban a fragmentarse.

Parte de los restos conservados de las estructuras construidas con huesos de mamut durante la última Edad del Hielo
Parte de los restos conservados de las estructuras construidas con huesos de mamut durante la última Edad del Hielo. Foto: Pavlo Shydlovskyi

Para los humanos, eso significaba que el recurso clave de su economía —el mamut— no era infinito. Volver una y otra vez al mismo lugar solo tenía sentido mientras el entorno lo permitiera. Cuando las condiciones cambiaban, la única opción era moverse.

Este patrón encaja con lo que sabemos de otros yacimientos europeos del mismo periodo, incluidos algunos de la Europa occidental. La movilidad, más que el sedentarismo, fue la estrategia que permitió a nuestra especie atravesar los momentos más duros del clima glaciar.

Ingenio frente a la adversidad

Las casas de huesos de mamut no son una extravagancia arqueológica. Son la prueba tangible de una idea poderosa: la supervivencia humana no depende solo de la fuerza o la tecnología avanzada, sino de la capacidad de observar el entorno y adaptarse a él con creatividad.

Hace 18.000 años, cuando el frío dominaba Europa y los recursos eran escasos, estos grupos no se rindieron ante la falta de madera. Reutilizaron los restos del animal que les daba alimento, abrigo y combustible para levantar refugios capaces de resistir uno de los climas más hostiles que ha conocido nuestra especie.

Hoy, cuando hablamos de adaptación al cambio climático o de uso eficiente de los recursos, estas estructuras de huesos de mamut nos recuerdan que el ingenio humano tiene raíces muy profundas. Y que, a veces, las soluciones más sorprendentes surgen precisamente cuando no queda nada fácil a lo que agarrarse.

Cortesía de Muy Interesante



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