El británico victoriano que inventó las tarjetas navideñas para no parecer maleducado y acabó creando una tradición global

En un mundo dominado por la inmediatez de los mensajes instantáneos y las felicitaciones digitales, resulta casi irónico pensar que una de las tradiciones más arraigadas de la Navidad nació, literalmente, para ahorrar tiempo y no quedar como un descortés. Esta es la historia del británico Henry Cole, un personaje clave en la Inglaterra victoriana que, sin buscarlo, sembró la semilla de una costumbre que hoy mueve miles de millones de euros en todo el mundo: la tarjeta de Navidad.

Y aunque pueda parecer una invención puramente británica, lo cierto es que España no fue ajena al desarrollo de este tipo de correspondencia festiva. A mediados del siglo XIX, la burguesía española también empezaba a adoptar costumbres europeas modernas como la decoración navideña, el árbol traído por la influencia germánica de la realeza o los saludos formales a través del correo postal, muy especialmente en entornos urbanos y adinerados. Sin embargo, fue en el Reino Unido donde esta práctica adquirió forma e impacto internacional.

Henry Cole: inventor, reformista… y adelantado a su tiempo

Henry Cole no era un ciudadano común. Nacido en 1808, fue un funcionario con visión modernizadora, impulsor de reformas educativas, museísticas y, especialmente, postales. Participó activamente en la creación del Victoria and Albert Museum de Londres y fue una figura clave en la implantación del sistema de tarifas únicas del servicio postal británico, el famoso “Penny Post”. Un sistema que democratizó el uso del correo y lo hizo accesible para buena parte de la población.

Pero Cole también era víctima de su tiempo. En la Inglaterra victoriana, no responder a una carta podía considerarse un agravio personal, un síntoma de mala educación. Con la Navidad acercándose en 1843 y una montaña de correspondencia por contestar, Cole decidió que era hora de buscar una alternativa eficiente que mantuviera la cortesía sin renunciar al pragmatismo.

Fue entonces cuando nació su ingeniosa solución: una tarjeta con un mensaje preimpreso que pudiera enviar rápidamente a amigos y conocidos. Para ello recurrió al artista John Callcott Horsley, quien ilustró una escena navideña con una familia brindando y, en los márgenes, actos de caridad: alimentar al hambriento y abrigar al necesitado. El mensaje era directo y conciso: “Feliz Navidad y próspero Año Nuevo para ti”.

Henry Cole en Vainity Fair
Henry Cole en Vainity Fair, publicado el 19 de agosto de 1871 Fuente: Wikimedia

Una idea adelantada a su época

Cole encargó mil copias de su tarjeta y personalizó algunas, mientras que otras las puso a la venta. El precio, sin embargo, era elevado para la época: un chelín por unidad. Aquella primera tirada no fue un éxito comercial, pero sembró una idea. Las clases altas, atraídas por la originalidad del gesto, comenzaron a imitarlo, y con el paso de los años, especialmente a partir de la década de 1860, la práctica se extendió entre las clases medias y populares gracias a los avances en técnicas de impresión que abarataron considerablemente los costes.

La expansión de la tarjeta navideña coincidió, además, con un cambio profundo en la forma en que se celebraba la festividad. Hasta entonces, la Navidad en muchos lugares de Europa —incluida España— era una fiesta de carácter ruidoso y desenfrenado, heredera de tradiciones populares más paganas que religiosas. Pero en la Inglaterra victoriana, este tono cambió gracias a una confluencia de factores: la influencia germánica del príncipe Alberto, esposo de la reina Victoria, que introdujo elementos más familiares y domésticos como el árbol de Navidad, y el éxito de obras como Cuento de Navidad de Charles Dickens, que presentaban la celebración como un espacio de recogimiento, afecto y caridad.

En ese nuevo marco emocional, la tarjeta navideña encajó perfectamente. Era una forma rápida, visual y elegante de mantener el contacto con amigos y familiares, incluso con aquellos que vivían lejos. Una idea que, poco a poco, se internacionalizó.

De la postal ilustrada a la industria multimillonaria

Las tarjetas navideñas evolucionaron rápidamente. Durante el auge victoriano, ya no eran simples hojas ilustradas, sino pequeñas obras de arte. Algunas llevaban encajes de papel, otras solapas desplegables o incluso partes móviles. Aparecieron motivos que aún hoy consideramos típicamente navideños: paisajes nevados, robins (petirrojos), campanas, muérdago o escenas familiares.

Curiosamente, y pese a sus orígenes cristianos, las tarjetas victoriana rara vez hacían referencias religiosas explícitas. El foco estaba puesto en la celebración y en la conexión emocional entre personas. Algunas incluso contenían toques de humor, con imágenes extravagantes como animales disfrazados de humanos, escenas surrealistas o mensajes satíricos.

A instancias del reformista británico Henry Cole, el artista John Callcott Horsley dio forma en 1843 a la que hoy se considera la primera tarjeta de felicitación navideña
A instancias del reformista británico Henry Cole, el artista John Callcott Horsley dio forma en 1843 a la que hoy se considera la primera tarjeta de felicitación navideña. Fuente: Wikimedia

En España, este tipo de tarjetas empezaron a verse con mayor frecuencia a finales del siglo XIX y sobre todo durante el siglo XX, con la consolidación del correo postal y la influencia de las modas europeas. Las familias acomodadas de ciudades como Madrid, Barcelona o Valencia comenzaron a enviar postales personalizadas, muchas veces importadas del extranjero, aunque también surgieron talleres locales que adaptaron los diseños a la estética costumbrista española, incorporando imágenes de belenes, catedrales o niños cantando villancicos.

A principios del siglo XX, la tarjeta navideña ya era un fenómeno global. Las mejoras en transporte y el desarrollo de redes postales internacionales facilitaron su circulación. Pronto surgieron empresas especializadas en su producción, como Hallmark en Estados Unidos, que convirtieron la tarjeta en un negocio millonario.

La tarjeta como arte, documento y símbolo cultural

Más allá de su función comunicativa, las tarjetas de Navidad se convirtieron en objetos de colección. En países como Reino Unido o Alemania, era habitual que se guardaran en álbumes familiares, y no era extraño verlas exhibidas en el hogar como parte de la decoración navideña. Con el tiempo, estas colecciones se han convertido en fuentes valiosas para los historiadores, pues reflejan cambios sociales, estéticos y tecnológicos a lo largo de más de un siglo.

Algunas de las primeras tarjetas creadas por Cole se conservan en museos como el Victoria and Albert de Londres, y han alcanzado precios astronómicos en subastas recientes. Una de ellas fue vendida por más de 20.000 libras esterlinas.

Hoy, en plena era digital, la tarjeta navideña de papel parece resistirse a desaparecer. A pesar del avance de los mensajes electrónicos, sigue siendo una forma especial de expresar afecto. De hecho, en países como Reino Unido o Estados Unidos se siguen enviando más de mil millones de tarjetas cada Navidad. Y en España, aunque el correo tradicional ha disminuido, muchas personas aún recurren a ellas, especialmente en ambientes laborales o familiares donde el gesto tiene un valor simbólico añadido.

Entre 1948 y 1957, Norman Rockwell firmó un total de 32 diseños de tarjetas navideñas, entre ellos la conocida escena de Santa observando a dos niños dormidos, creada en 1952 para la firma Hallmark
Entre 1948 y 1957, Norman Rockwell firmó un total de 32 diseños de tarjetas navideñas, entre ellos la conocida escena de Santa observando a dos niños dormidos, creada en 1952 para la firma Hallmark. Fuente: Wikimedia

Más allá de la Navidad: el legado de Henry Cole

El impacto de la invención de Henry Cole va mucho más allá de las fiestas navideñas. Su idea dio origen a la industria de las tarjetas de felicitación en general: cumpleaños, aniversarios, bodas, días de los enamorados… Hoy existen tarjetas para casi cualquier ocasión imaginable.

Además, su invención ha tenido incluso repercusiones sociales. En el siglo XX, algunos países comenzaron a utilizar sellos especiales de Navidad para recaudar fondos para causas médicas o humanitarias, como la lucha contra la polio. En cierto modo, una simple tarjeta navideña ha ayudado también a salvar vidas.

Henry Cole falleció en 1882, sin imaginar que aquella solución improvisada para evitar una mala impresión durante las fiestas acabaría transformando para siempre nuestra forma de comunicarnos, celebrar y recordar.

Cortesía de Muy Interesante



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