Cada Navidad, millones de personas vuelven a encontrarse con Ebenezer Scrooge, ese anciano huraño que reniega de las fiestas, desprecia la generosidad y vive atrapado en su miseria emocional. “Bah, humbug” (¡Bah, paparruchas!), su célebre exclamación, se ha convertido en sinónimo de escepticismo festivo. Sin embargo, bajo la superficie de esta historia navideña tan repetida, late una pregunta fascinante: ¿vivió Scrooge una sesión de psicoterapia avant la lettre? ¿Podría considerarse el personaje creado por Charles Dickens como el primer paciente literario de una terapia psicológica?
La hipótesis no es tan descabellada. Publicado en diciembre de 1843, A Christmas Carol (o Cuento de Navidad) no solo supuso un alegato moral y social a favor de la compasión, sino que, de forma casi inadvertida, introdujo un proceso de introspección emocional que hoy podríamos identificar con un tratamiento terapéutico. Scrooge no es simplemente un viejo avaro redimido por la magia de los espíritus navideños. Es un sujeto enfrentado a su pasado traumático, a su presente deshumanizado y a un futuro sin sentido. Y lo más llamativo es cómo lo enfrenta: a través de una suerte de “viaje guiado” que se parece peligrosamente a una sesión intensiva de psicoterapia moderna.
Un Londres inhóspito, un alma cerrada
Para entender el impacto de este “tratamiento”, hay que situar a Scrooge en su contexto. El Londres de mediados del siglo XIX era un escenario de desigualdades extremas. La revolución industrial había transformado la ciudad en una metrópolis colosal, pero a costa de generar pobreza masiva, condiciones laborales inhumanas y una creciente alienación. Dickens, que conocía bien la miseria —fue obligado a trabajar siendo niño en una fábrica mientras su padre estaba en prisión por deudas—, utilizó sus obras para denunciar estas injusticias sociales.
Scrooge encarna el reverso más cruel de ese sistema: un hombre que ha suprimido cualquier vínculo afectivo con el mundo, obsesionado con el trabajo y la acumulación de riqueza, creyendo que todo lo demás es una amenaza o una ilusión. Para él, la Navidad representa una interrupción absurda de la rutina. No hay nada que celebrar cuando el mundo, piensa, es un lugar hostil y absurdo. Su misantropía, sin embargo, no brota de la maldad, sino de un profundo desgarro interior. Aquí es donde Dickens comienza a sembrar la semilla de una historia de sanación emocional.

La “sesión” de los fantasmas
Los tres fantasmas que visitan a Scrooge durante la nochebuena actúan como verdaderos catalizadores terapéuticos. Cada uno representa una etapa temporal —pasado, presente y futuro— y juntos conforman un proceso narrativo que se parece mucho a una revisión introspectiva guiada por un terapeuta.
El Fantasma de la Navidad Pasada lo lleva a su infancia solitaria, a un internado frío y desangelado, donde fue abandonado por su familia. Esa escena, donde el niño Scrooge lee en silencio rodeado de personajes ficticios, es devastadora. No solo retrata el origen de su desapego emocional, sino que sugiere que sus mecanismos de defensa —como la obsesión por el dinero— nacieron como una respuesta al abandono y la soledad.
Le sigue el Fantasma del Presente, quien le muestra escenas que contrastan directamente con su aislamiento. La humilde celebración de su empleado Bob Cratchit, con una familia unida y amorosa, pese a la pobreza; o la cena de su sobrino, donde se ríen incluso del propio Scrooge, pero sin odio. Estas visiones funcionan como un espejo incómodo, en el que Scrooge comienza a percibir el sinsentido de su vida.
Finalmente, el Fantasma del Futuro —el más temido y silencioso— le revela un porvenir vacío, donde su muerte pasa desapercibida, sin duelo ni legado. Este enfrentamiento con su finitud y la posibilidad de cambiar su destino actúa como el punto culminante del “tratamiento”. Es la toma de conciencia definitiva.

Una psicoterapia sin diván
La estructura del relato es casi clínica. Dickens presenta a un personaje emocionalmente bloqueado, lo somete a un proceso de confrontación interna mediante figuras externas que representan partes de su psique y, al final, le ofrece una vía de redención basada en la compasión, el afecto y la reconexión con los demás. En términos modernos, es una psicoterapia acelerada que incluye técnicas que hoy reconocemos en enfoques como la terapia narrativa, el análisis transaccional o incluso la terapia cognitivo-conductual.
Scrooge no se limita a revisar su vida: la reinterpreta. Y esa reinterpretación es precisamente lo que la psicología contemporánea considera esencial para la sanación. Cambiar el relato que uno se cuenta sobre su propia historia es clave para transformar los patrones de comportamiento. Scrooge redescubre que no siempre fue un hombre insensible; que una vez amó, fue amado, y soñó. Y al recuperar esa imagen de sí mismo, comienza su metamorfosis.
Dickens antes que Freud
Lo más curioso de todo esto es que Dickens escribió esta obra casi medio siglo antes de que Freud sistematizara la teoría del inconsciente. Y sin embargo, muchos de los elementos que Freud identificó como fundamentales en la estructura de la psique —la infancia como origen del conflicto emocional, la represión de deseos, el valor de la memoria, los sueños como ventanas al inconsciente— ya están presentes en la historia de Scrooge.
No es casualidad que Freud admirara profundamente a Dickens. Aunque el psicoanálisis surgiría más tarde como una disciplina académica, los escritores del siglo XIX fueron pioneros en explorar los laberintos de la mente humana. Dickens, con su aguda sensibilidad social y su experiencia personal de dolor, fue capaz de anticipar algunas de las dinámicas más profundas del sufrimiento psíquico.

El milagro navideño… o el milagro de la conciencia
La historia de Scrooge ha sido leída durante generaciones como un cuento moral, una oda a la bondad redescubierta. Pero es, también, un viaje interior hacia la comprensión de uno mismo. Y eso la convierte, sin duda, en uno de los relatos más sofisticados del siglo XIX sobre el poder transformador de la introspección.
Scrooge no cambia porque vea fantasmas. Cambia porque ve su vida desde una nueva perspectiva. Porque se atreve a mirar lo que había preferido enterrar. Porque redescubre que la emoción más profunda no es el miedo, sino la compasión, empezando por uno mismo.
Tal vez por eso la historia sigue conmoviendo, siglo y medio después. Porque nos habla de algo profundamente humano: la posibilidad de cambiar, incluso cuando todo parece estar perdido. Y, en ese sentido, Scrooge no es solo un personaje literario, sino también un símbolo universal. El símbolo de que, incluso en la noche más oscura del año, puede haber luz si somos capaces de mirar hacia dentro.
Cortesía de Muy Interesante
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