Cuando llegó diciembre de 1918, España era un país exhausto. No había participado directamente en la Primera Guerra Mundial, pero la neutralidad no la había protegido del mayor azote sanitario del siglo XX: la mal llamada gripe española. El nombre, injusto e impreciso, se debía más a la libertad de prensa existente en el país que a su origen real. Sin embargo, fue aquí donde la pandemia se contó sin tapujos y donde sus efectos se dejaron sentir con especial crudeza.
La Navidad de aquel año no tuvo nada de luminosa. En pueblos y ciudades, el ambiente era sombrío, marcado por el sonido constante de las campanas fúnebres, el olor a desinfectante y la sensación generalizada de que el peligro aún no había pasado. Aunque el pico más devastador de la epidemia se había producido en otoño, el virus seguía activo, y las autoridades sanitarias temían nuevos repuntes coincidiendo con las reuniones familiares propias de las fiestas.
Un país golpeado por una pandemia sin precedentes
La gripe de 1918 había llegado a España en varias oleadas. La primera, en primavera, fue relativamente leve, pero la segunda, a partir de septiembre, resultó devastadora. Se estima que murieron en torno a 250.000 personas en todo el país, una cifra enorme para la demografía de la época. Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla o Zaragoza vieron cómo hospitales y casas de socorro se desbordaban. En Estados Unidos, sin embargo, causó la muerte de unas 675.000 personas, superando el número de fallecidos que dejaron juntas la Primera y la Segunda Guerra Mundial, la guerra de Corea y la de Vietnam.
En diciembre, muchas familias todavía estaban de luto. La Navidad coincidió con un momento en el que el recuerdo de la enfermedad estaba demasiado reciente como para celebrar con alegría. En numerosos hogares, la mesa navideña tuvo sillas vacías: padres, hijos o abuelos fallecidos semanas antes. La muerte había entrado en las casas con tal naturalidad que el duelo se volvió casi cotidiano.

Restricciones, miedo y decisiones difíciles
A diferencia de otros países, en España las decisiones sanitarias dependían en gran medida de los ayuntamientos y de las juntas provinciales de sanidad. No existía un sistema nacional coordinado como el actual, lo que dio lugar a respuestas desiguales. En algunas ciudades se prohibieron actos públicos, se cerraron teatros y se limitaron las celebraciones religiosas. En otras, la presión social y económica llevó a relajar las medidas.
Las iglesias, centro fundamental de la Navidad española, vivieron una situación inédita. En algunas parroquias se suspendieron o redujeron las misas, especialmente las del gallo, para evitar aglomeraciones. En otras se celebraron oficios con restricciones de aforo, ventanas abiertas y una asistencia muy inferior a la habitual. Para una sociedad profundamente católica, fue un golpe emocional importante: sin procesiones, sin coros y sin el bullicio habitual.
El miedo al contagio era real. La población había comprobado que la enfermedad no distinguía entre ricos y pobres, entre campo y ciudad. Los médicos recomendaban evitar visitas innecesarias, ventilar las viviendas y, en algunos casos, usar mascarillas de tela o gasas, aunque su uso no estaba tan extendido como en otros países. De hecho, en España su uso fue prácticamente mínimo.
La Navidad en los hogares: recogimiento y austeridad
Si algo caracterizó la Navidad de 1918 en España fue el recogimiento. Las celebraciones se redujeron al ámbito doméstico, y muchas familias optaron por no recibir visitas. En los pueblos pequeños, donde todos se conocían, el ambiente era especialmente triste: casi cada casa tenía un enfermo reciente o un fallecido. De hecho, cuentan las crónicas que muchas casas llegaron a cerrarse a cal y canto porque todos los miembros de la familia habían fallecido.
Los menús navideños también reflejaron la situación. La escasez de productos básicos, agravada por la crisis económica posterior a la guerra europea, hizo que las cenas fueran más humildes. No hubo grandes banquetes ni excesos. En muchos hogares, el simple hecho de compartir una comida caliente ya era motivo suficiente para dar gracias.
Los niños, protagonistas habituales de estas fechas, vivieron unas fiestas extrañas. Hubo regalos, sí, pero más modestos que en otros años. Muñecos de trapo, libros usados o dulces caseros sustituyeron a juguetes más caros.

Prensa, conciencia social y memoria colectiva
Uno de los aspectos más llamativos de la Navidad de 1918 en España fue el papel de la prensa. A diferencia de otros países beligerantes, los periódicos españoles informaron con detalle sobre la evolución de la pandemia, las cifras de muertos y las recomendaciones sanitarias. En diciembre, muchos artículos apelaban a la prudencia y al sentido común, pidiendo evitar reuniones multitudinarias “por amor a los nuestros”.
Esta insistencia contribuyó a una actitud social más resignada que rebelde. No hubo grandes protestas contra las restricciones. La población, acostumbrada a convivir con enfermedades infecciosas como la tuberculosis o el tifus, aceptó mayoritariamente las limitaciones como un mal necesario.
Sin embargo, la Navidad también fue un momento de solidaridad. Asociaciones benéficas, parroquias y vecinos organizaron ayudas para familias que habían quedado sin recursos tras la muerte del cabeza de familia. Se repartieron alimentos, carbón y ropa de abrigo, especialmente en las ciudades industriales.

Una fiesta sin ruido, pero con significado
La Navidad de 1918 no fue una celebración alegre, pero tampoco fue un tiempo vacío. En medio del silencio, muchas personas encontraron en esas fechas un espacio para la reflexión y la esperanza. La pandemia había demostrado la fragilidad de la vida y la importancia de los vínculos más cercanos.
Con el paso del tiempo, aquella Navidad quedó difuminada en la memoria colectiva, eclipsada por otros acontecimientos del convulso primer tercio del siglo XX. Sin embargo, fue un punto de inflexión: mostró cómo una sociedad podía adaptarse, contenerse y sobrevivir incluso cuando las tradiciones más arraigadas se veían amenazadas.
Hoy, más de un siglo después, recordar cómo se vivió la Navidad de 1918 en España no es solo un ejercicio histórico. Es también una forma de comprender que, incluso en los momentos más oscuros, las fiestas no desaparecen: cambian de forma, se vuelven más íntimas y, a veces, más humanas.
Referencias
- Taubenberger JK, Morens DM. The 1918 Influenza Pandemic and Its Legacy. Cold Spring Harb Perspect Med. 2020;10(10):a038695. Published 2020 Oct 1. doi:10.1101/cshperspect.a038695
- Barclay W, Openshaw P. The 1918 Influenza Pandemic: one hundred years of progress, but where now?. Lancet Respir Med. 2018;6(8):588-589. doi:10.1016/S2213-2600(18)30272-8
- Belser JA, Tumpey TM. The 1918 flu, 100 years later. Science. 2018;359(6373):255. doi:10.1126/science.aas9565
Cortesía de Muy Interesante
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