En un hallazgo que cambia por completo nuestra percepción del Ártico, un grupo internacional de científicos ha revelado que la región de tundra del norte de Alaska está viviendo una oleada de incendios sin precedentes en los últimos 3.000 años. Y no es una exageración: las llamas de las últimas décadas superan, en frecuencia e intensidad, todo lo registrado desde la época en que se construyeron las pirámides.
El estudio, publicado en la revista Biogeosciences, es fruto de una colaboración entre universidades y centros de investigación de Alemania, Polonia, Reino Unido, Rumanía y Estados Unidos. Bajo la dirección de Angelica Feurdean, investigadora de la Universidad Goethe, el equipo se propuso reconstruir la historia del fuego en la tundra ártica a través de un enfoque multidisciplinar. Y los resultados son inquietantes.
El fuego se instala en un ecosistema que nunca lo quiso
La tundra ártica es un ecosistema que, por definición, no debería arder. Sus suelos están compuestos por turberas húmedas y heladas, y su vegetación –musgos, líquenes y arbustos bajos– no es especialmente inflamable. Sin embargo, el calentamiento global ha cambiado las reglas del juego.
Lo que era un terreno frío y saturado de agua está secándose progresivamente. Al mismo tiempo, la vegetación está cambiando. Donde antes dominaban especies herbáceas, ahora avanzan sin freno arbustos leñosos, como Betula nana o Andromeda polifolia, que actúan como combustible perfecto. Es el cóctel ideal para que el fuego se propague.
Para entender cómo han cambiado las dinámicas del fuego a lo largo del tiempo, los científicos perforaron el suelo ártico en nueve puntos estratégicos al norte de la cordillera Brooks, siguiendo un corredor de 150 kilómetros junto a la carretera Dalton. Allí extrajeron muestras de turba de medio metro de profundidad, que actúan como archivos naturales del clima y el paisaje.

Cada capa de turba contenía restos de carbón vegetal, granos de polen, fragmentos de plantas y microorganismos. Combinando estos datos con dataciones por radiocarbono y plomo, los investigadores lograron trazar una cronología detallada de los incendios en la zona desde el año 1000 a.C. hasta 2015, fecha de la última extracción.
2.900 años de calma… y un siglo de llamas
Durante casi tres milenios, los incendios fueron escasos. Entre el 1000 a.C. y el 1000 d.C., apenas hay evidencia de actividad significativa. Entre los siglos XI y XIII se detecta un leve aumento en las quemas, probablemente relacionado con un episodio de sequía, pero después todo vuelve a la normalidad durante otros 700 años.
Hasta que llega el siglo XX.
A partir de 1900, la tendencia cambia de forma abrupta. Para 1950, la actividad de los incendios ya había alcanzado niveles nunca vistos en los últimos tres mil años. Y desde entonces, la frecuencia y la intensidad no han hecho más que aumentar. Los investigadores apuntan directamente al cambio climático como detonante del fenómeno: el deshielo del permafrost, la profundización de la capa freática y la expansión de los arbustos crean un entorno propicio para incendios cada vez más agresivos.
Un fuego más destructivo
El equipo comparó los datos de los núcleos de turba con los registros satelitales de incendios entre 1969 y 2023. La coincidencia fue sorprendente: las décadas de mayor actividad observadas por satélite –finales de los 60, 1990 y 2000– se reflejaban también en los picos de carbón vegetal encontrados en el suelo.
Sin embargo, los grandes incendios recientes dejaron menos carbón del esperado. ¿La razón? Según los investigadores, las llamas actuales son tan intensas que consumen por completo la vegetación y el material orgánico, dejando poco rastro en forma de carbón. En otras palabras: el fuego de hoy es más caliente y más destructivo.
Más allá de la sorpresa científica, este estudio lanza una advertencia clara. La tundra ártica, antaño considerada un “sumidero de carbono” estable, se está convirtiendo en un nuevo frente de emisión de gases de efecto invernadero. Los incendios en turberas liberan enormes cantidades de carbono almacenado durante milenios, lo que puede acelerar aún más el calentamiento global.
Y no solo eso. El aumento de los fuegos afecta también a la biodiversidad, a los ciclos del agua, y a las comunidades que habitan y dependen del ecosistema ártico.
Lo que hasta hace poco era una región aparentemente inmune al fuego, ahora se revela como un punto caliente en todos los sentidos.

Un legado científico forjado en el terreno
Este estudio no habría sido posible sin el trabajo en equipo realizado en la estación científica Toolik Field Station, en el corazón del Ártico de Alaska. Allí, expertos en paleoecología, teledetección y análisis geoespacial unieron fuerzas para construir una visión integral del fenómeno.
Y lo que encontraron no fue solo una anomalía histórica, sino la señal de que el Ártico está entrando en una nueva era. Una era en la que los incendios ya no son excepciones, sino parte del nuevo paisaje.
Referencias
- Feurdean, A., Fulweber, R., Diaconu, A.-C., Swindles, G. T., and Gałka, M.: Fire activity in the northern Arctic tundra now exceeds late Holocene levels, driven by increasing dryness and shrub expansion, Biogeosciences, 22, 6651–6667, DOI: 10.5194/bg-22-6651-2025, 2025.
Cortesía de Muy Interesante
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