Las tumbas pueden guardar secretos durante siglos, pero a veces un solo objeto enterrado puede cambiar lo que creíamos saber sobre una cultura entera. En 1904, los arqueólogos que excavaban un túmulo funerario en Tønsberg, Noruega, encontraron lo que quedaba de un barco vikingo del siglo IX. Aquel descubrimiento, conocido como el entierro de Oseberg, ya era en sí un hallazgo excepcional. Pero entre textiles aplastados, maderas carcomidas y restos esparcidos por el saqueo, apareció un objeto que parecía resistirse al paso del tiempo: un pequeño cubo de madera con una figura de bronce, sentada en posición de loto, que desconcertó desde el principio a los expertos.
Fue bautizado con rapidez como el “cubo Buda”, y aunque su nombre es incorrecto desde el punto de vista cultural, la figura que lo adorna sí parece estar meditando, con las piernas cruzadas y un gesto solemne. Lo sorprendente no es solo su parecido superficial con una deidad asiática, sino su origen celta, su función incierta y el hecho de que haya sobrevivido mil años casi intacto en condiciones que aplastaron todo lo que lo rodeaba. Este artículo explora por qué un simple cubo de madera y bronce puede ofrecernos una nueva ventana al pasado vikingo.
Un entierro de mujeres, poder y símbolos difíciles de clasificar
El barco de Oseberg fue enterrado con todo el ritual que podía esperarse de una figura de alto rango. En su interior yacían dos mujeres, acompañadas por un lujoso repertorio de bienes funerarios: trineos, camas, textiles, animales sacrificados y recipientes. El nivel de detalle y riqueza sugiere que al menos una de las mujeres tenía una posición privilegiada, posiblemente incluso sagrada. En ese contexto, el “cubo Buda” no fue un objeto más: era uno de los pocos recipientes que no contenía alimentos, lo que ya indicaba un uso distinto al práctico.
Lo que lo hace verdaderamente único es la figura metálica soldada al borde del cubo. Tiene los brazos cruzados, un rostro inexpresivo, y viste una túnica decorada con patrones geométricos típicos del arte celta. Según los análisis estilísticos, fue probablemente creado por monjes en las Islas Británicas alrededor del siglo VIII, mucho antes del entierro. Como señala el trabajo de Hanne Lovise Aannestad, “la figura es celta. Probablemente fue hecha por monjes en monasterios de lo que hoy son Irlanda e Inglaterra”. Su presencia plantea preguntas que todavía hoy no tienen respuesta clara.
Una figura celta en un cubo vikingo: ¿botín, regalo o símbolo?
A lo largo del siglo IX, los vikingos mantuvieron relaciones complejas con los reinos y monasterios de las Islas Británicas. No solo los saqueaban, sino que también comerciaban y tejían alianzas políticas. Se sabe que familias de élite intercambiaban regalos y hasta enviaban a sus hijos a ser criados por nobles en el extranjero. Por tanto, la llegada del cubo a Noruega pudo haber sido fruto de un saqueo, de un acuerdo diplomático o de un intercambio comercial.
Lo más curioso es que a diferencia de muchos objetos importados, este cubo no fue desmontado ni reconvertido. En otras tumbas se han hallado piezas de bronce reutilizadas como joyas, pero aquí el cubo se conservó tal cual. Eso sugiere que su forma original tenía un valor más allá de lo estético o utilitario. Como escribe Aannestad, “los vikingos también se dedicaban a la importación y exportación, y formaban alianzas con las élites de varios países”. Esta conexión intercultural convierte al objeto en un testigo mudo de una época de intercambio y mestizaje cultural más sofisticado de lo que suelen mostrar los estereotipos.

Madera venenosa y un vacío simbólico
El “cubo Buda” fue fabricado con madera de tejo, un material altamente tóxico si se usa para almacenar alimentos o líquidos. Aunque resistente y duradero, el tejo contiene compuestos venenosos que pueden causar intoxicación grave. Esto explicaría por qué el cubo fue enterrado vacío, a diferencia de otros recipientes en la misma tumba que contenían provisiones para el más allá. Según la investigadora Charlotte Sletten Bjorå, “yo no habría hecho un cubo con madera tóxica”.
A pesar de su aparente inutilidad práctica, el uso de esta madera puede tener un sentido simbólico. El tejo, por su resistencia, se ha asociado tradicionalmente a la longevidad, y en épocas posteriores fue usado para fabricar arcos y herramientas que requerían materiales sólidos. El hecho de que el cubo siga conservándose tan bien mil años después de su entierro es, en parte, resultado de esa elección.
Saqueos, confusión y un legado incompleto
No todo el legado de Oseberg ha sobrevivido intacto. Hacia el año 953, ladrones profanaron el túmulo y robaron gran parte de los objetos de valor. Según los registros, los saqueadores revolvieron camas, cofres y alteraron por completo la disposición del enterramiento, por lo que hoy resulta imposible saber con certeza dónde estaba colocado cada objeto. El “cubo Buda”, sin embargo, permaneció en el lugar, y eso también lo vuelve más enigmático: ¿fue ignorado por los ladrones por no contener nada? ¿O fue considerado valioso pero demasiado difícil de transportar?
A pesar del caos provocado por el saqueo, el cubo ha logrado convertirse en uno de los objetos más reconocibles del hallazgo de Oseberg. Su buena conservación y su figura de rostro sereno lo han convertido en un símbolo ideal para el nuevo Museo de la Era Vikinga que abrirá en Noruega en 2026. En palabras del equipo del museo, “el rostro es tan fascinante y su conservación tan excepcional, que resulta perfecto como icono”.
Una red de figuras que cruzan fronteras
El “cubo Buda” no es un caso aislado. Se han hallado figuras similares en otras partes de Noruega, como el “hombre de Myklebust”, que estaba sentado sobre una vasija con restos humanos, y otra figura en Lindesnes, en el sur del país. Todas parecen haber sido fabricadas en las Islas Británicas, y todas llegaron a territorio vikingo en contextos funerarios. Esto refuerza la idea de que existía una circulación constante de objetos, símbolos y significados entre culturas distintas.
Las similitudes en los patrones geométricos, el uso de bronce y la posición del cuerpo —sentado, con expresión seria— permiten rastrear una posible tradición compartida o reinterpretada. Estas figuras podrían haber perdido su significado original celta y adquirido nuevos roles simbólicos en contextos vikingos. Algunas teorías sugieren que representaban antiguos rituales de sacrificio, otros creen que eran simples ornamentos religiosos reconvertidos con el tiempo. En cualquier caso, su presencia en tumbas femeninas sugiere que su papel trascendía lo decorativo.
Una tumba cercana, un hallazgo reciente
Más de un siglo después del hallazgo de Oseberg, otra tumba vikinga fue descubierta en la isla noruega de Senja en 2025, esta vez con el cuerpo de una mujer enterrada junto a un pequeño perro. El vínculo emocional evidente entre la difunta y el animal demuestra que los objetos en las tumbas no eran solo funcionales o simbólicos, sino también profundamente personales.
En ambas tumbas se repite un patrón: mujeres de alto estatus, enterradas con artefactos que no siempre tienen un uso claro. En el caso de Senja, la mujer fue acompañada por broches de plata, herramientas agrícolas y elementos textiles. En Oseberg, una figura de bronce con aspecto celta fue colocada en un cubo que no servía para nada práctico. En ambos casos, la arqueología no solo documenta, sino que reconstruye mundos emocionales, sociales y espirituales que no siempre dejan rastros escritos.
Cortesía de Muy Interesante
Dejanos un comentario: