
Es muy cierto, lector querido. Algo de angustia –por todo lo que se acaba, por lo que llegará– se anida en el espíritu después de los festejos navideños. No se intimide. Recuerde que, como decían nuestras abuelas, agua pasada no mueve molinos y que Oscar Wilde tuvo razón cuando dijo que el único encanto del pasado consiste en que ya pasó.
Respecto a la incertidumbre del porvenir, y las ganas de saber el futuro, ni lo intente. Con Alejandro Magno se acabaron las predicciones confiables y la seriedad de los oráculos. El mundo empezó a achatarse cada vez más: la pitonisa se volvió astróloga; el cabalista, influencer; el mago, creador de contenidos digitales y la bruja, antes certera en sus maleficios, una triste anciana prometiendo tersura y juventud a base de ampolletas de colágeno y pan sin gluten.
Revisemos, pues lo básico, porque el conocimiento tranquiliza. El año, juran astrónomos y almanaques, dura 355 días 5 horas 48 minutos y 46 segundos y no es posible hacer coincidir el año con un número exacto de días. Sin embargo, para subsanar este problema se optó por hacer el año de duración variable, estableciendo años cortos de 365 días, y algunos largos de 366. Pero, para no caer en el error y ajustar las fechas a nuestra tranquilidad, de este lado del mundo, inventamos el calendario gregoriano, más práctico por viejo conocido, que indica cada fecha asegurándonos ha de ser inamovible.
Aunque los judíos hayan celebrado el nuevo año hace semanas, aunque el año nuevo chino empiece un mes después –en este caso el 17 de febrero– con su sorpresa de animales que lo rigen (el 2026, dedicado el caballo de fuego, por ejemplo). En cuanto al calendario litúrgico de la Iglesia católica, con elementos lunares y solares, todo es más preciso y confortable: cada día tiene su santo y a cada capillita le llega su fiestecita.
En la urgente necesidad de saber lo que vendrá, qué acciones tomar para que todo salga bien y neutralizar posibles fatalidades, no está solo. A lo largo de la Historia hubo héroes, sabios y gobernantes inseguros que se rodeaban de agoreros que cuando pasaba un pez le abrían las entrañas para detectar enfermedades, veían a una serpiente y olían el suelo, para saber de dónde venían los enemigos y practicaban la lectura del vuelo de las águilas para calcular cuándo los traidores darían el golpe final y se llevarían la vida.
Sin embargo, algunos murieron mucho antes de lo pronosticado, nunca resultaron traicionados y después de haber interpretado las cartas del tarot, escuchado la mala suerte de los nacidos en plenilunio, tirado los caracoles, revisado los horóscopos, tirado el I Ching y abierto la Biblia al azar, no encontraron ninguna certeza. Ni siquiera aquello de que el que nace para maceta no pasa del corredor.
Tal vez algunas prácticas tradicionales y socialmente correctas ayuden a limpiar el espíritu de pensamientos inútiles. Hacer una lista de propósitos ayuda, cómo no. Comer las 12 uvas, sentarse y volverse a parar con cada una de las doce campanadas, recibir el año nuevo con un billete escondido en el zapato, recorrer su calle de ida y vuelta cargando una maleta, elegir nuevos colores para su ropa interior, comer un plato de lentejas y, dentro de los primeros minutos del nuevo año, brindar con una copa llena de buenos deseos con quienes estén acompañándolo.
Costumbre sabia, sana y ritualista, ocupar algunos momentos del año que termina en ordenar la casa, barrer de adentro hacia afuera, tirar o donar lo que no sirve y nomás estorba, pues el estado del lugar en el que vives reflejará cómo será su vida el año que comienza. Verdad indudable que una casa limpia, ordenada y segura, garantiza una mejor vida futura. Básico, creer en algo. Tener fe en uno mismo, sus seres queridos, la humanidad, el planeta y el universo entero, y, no dejar de agradecer a quien usted decida, por todos los dones recibidos durante el año que se acaba.
Ya si ninguna de estas cosas le provocan esperanza, tranquilidad y optimismo ya ni piense ni vacile: todo será lo mismo si usted sigue siendo el mismo. La historia, como dijo el sabio Tucídides es un incesante volver a empezar. Acuérdese de Heráclito y su Eterno Retorno, de Borges cuando dijo aquello de quien se aleja de su casa ya ha vuelto y que el camino es sólo uno, el que viene y el que va.
Piense que el 2026 será uno de los mejores años de este siglo XXI y uno de los más felices de la vida de usted, lector querido, y que es obvio que el número 26 ha sido siempre, en todos los calendarios, almanaques, religiones y mitologías un número de buena suerte.
Olvide tanto cálculo astronómico, citas librescas, pensamientos ajenos, empiece por el principio y tenga certeza de una cosa: hoy está viviendo el lunes de la última semana del año 2025.
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Cortesía de El Economista
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