Durante siglos, el Cañón del Chaco ha sido una de las joyas arqueológicas más misteriosas del suroeste de Estados Unidos. Entre sus muros de piedra arenisca y sus estructuras de varios pisos, los antiguos Puebloanos construyeron un centro ceremonial, político y comercial sin parangón entre los siglos IX y XII. Pero lo que no se sabía con certeza —hasta ahora— es que este lugar también fue hogar de guacamayos escarlata, aves que vivieron y murieron en estancias cuidadosamente preparadas, probablemente como parte de rituales y símbolos sagrados.
Una nueva investigación publicada en la revista KIVA por la arqueóloga Katelyn Bishop ha permitido reinterpretar esta relación única entre humanos y aves en uno de los entornos más hostiles para su supervivencia. Basado en el análisis de restos óseos y documentos arqueológicos acumulados a lo largo de décadas, el estudio reconstruye la historia de al menos 45 aves exóticas —principalmente guacamayos escarlata— halladas en varios grandes edificios del Cañón del Chaco, como Pueblo Bonito, Pueblo del Arroyo y Kin Kletso, entre otros
Lejos de ser una excentricidad, la presencia de estas aves en un entorno desértico y remoto se revela como parte de un sistema complejo de símbolos, creencias y rituales que conectaban a los antiguos Puebloanos con el mundo espiritual y con redes de intercambio que se extendían hasta regiones tropicales.
Guacamayos en el desierto: rituales en las grandes casas Puebloanas
El hallazgo más importante del estudio fue en Pueblo Bonito, la gran casa más conocida del Cañón del Chaco. Allí se recuperaron 35 guacamayos y dos loros de picogrueso. Uno de los espacios clave fue la Sala 38, donde se descubrieron 14 guacamayos, incluyendo dos enterrados deliberadamente bajo el suelo, en lo que parece ser un acto ritual. El resto de las aves se encontraron en capas de excrementos de casi 25 cm de grosor, lo que sugiere que las aves fueron mantenidas vivas durante largos períodos en estas habitaciones adaptadas para ello.
Los detalles son sorprendentes: muros enlucidos, elementos térmicos que podrían haber ayudado a mantener el calor, y plataformas con restos de alimentos. Todo apunta a una intención clara: cuidar y mantener vivas a estas aves tropicales en un entorno árido, frío y ajeno a su ecosistema natural.
Pero no se trataba de cualquier ave. El guacamayo escarlata, con su plumaje vibrante y colores intensos, era mucho más que un animal exótico. En la cosmovisión del lugar, estas aves representaban el sur, el sol, el arcoíris y la lluvia. Eran, por tanto, símbolos vivos de fertilidad, poder celestial y conexión con los elementos.

Aves como símbolos sagrados: una cosmología de colores y alas
El papel simbólico de los guacamayos queda reforzado por su aparición conjunta con otras aves, como urracas, en algunos contextos rituales. La capacidad de estas aves para imitar sonidos humanos podría haber sido percibida como una manifestación de lo sobrenatural o una herramienta para comunicarse con el mundo espiritual.
Lo más llamativo del estudio es que ninguno de los 2.481 restos óseos analizados mostraba señales de despiece o consumo. Es decir, no se trataba de aves criadas para alimento o plumas, sino para vivir y participar —de manera activa o simbólica— en los rituales de la comunidad. Eran entes sagrados, no recursos utilitarios.
Además, las edades de las aves revelan una convivencia prolongada con los humanos. Algunas murieron con apenas un año de vida, otras superaban los 25. Esto no solo muestra la longevidad de la relación, sino que también sugiere una posible crianza en el mismo Cañón del Chaco, lo cual implicaría una logística extraordinaria para mantener estas aves con vida lejos de su hábitat tropical.
¿Cómo llegaron guacamayos tropicales al desierto?
La gran incógnita que plantea este hallazgo es de orden geográfico: ¿cómo llegaron aves originarias de regiones selváticas, como el sur de México o Centroamérica, hasta el árido corazón del suroeste estadounidense?
Una de las hipótesis más aceptadas es la existencia de redes comerciales de larga distancia que unían a los antiguos Puebloanos con culturas mesoamericanas. A través de ellas, habrían llegado productos de prestigio como la turquesa, el cacao, las conchas marinas y, sí, también los guacamayos. Pero la evidencia hallada en el estudio de Bishop sugiere que al menos parte del ciclo vital de estas aves tuvo lugar en el Cañón del Chaco: por el grosor de los excrementos, la acumulación de alimentos y las edades variadas de los individuos.
Esto implicaría que los Puebloanos desarrollaron técnicas de cuidado y adaptación ambiental sofisticadas para mantener aves tropicales en un clima hostil. Aún quedan dudas por resolver sobre el tipo de alimento que usaban, los métodos de reproducción y el tratamiento médico que podrían haber dado a las aves, ya que algunas muestran signos de patologías aún no bien comprendidas.

Más allá de los guacamayos: aves como mediadoras del mundo espiritual
El estudio forma parte de un proyecto mayor que busca comprender la presencia de aves en el mundo Puebloano. Los guacamayos no eran una excepción, sino parte de una relación más amplia con las aves como símbolo, recurso y ser espiritual. Halcones, grullas, pavos, palomas, carpinteros y aves cantoras también aparecen en distintos contextos arqueológicos del Cañón del Chaco.
Todo indica que los antiguos habitantes de la región veían en las aves una forma de conectar el cielo con la tierra. Su vuelo, sus colores, sus cantos, e incluso su comportamiento, tenían un significado ritual y cosmológico profundo. En este marco, los guacamayos representaban una suerte de mediadores vivos entre los mundos. Su domesticación en estructuras monumentales como Pueblo Bonito revela un nivel de planificación y simbolismo pocas veces visto en culturas del continente.
Este hallazgo, lejos de ser una simple curiosidad arqueológica, obliga a repensar el modo en que las sociedades precolombinas del suroeste entendían su mundo, y cómo utilizaban animales no solo como herramientas, sino como elementos sagrados, sociales y rituales que articulaban su vida cotidiana.
Cortesía de Muy Interesante
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