En el Muy Science Fest Madrid, la intervención de Pedro Cavadas no siguió el camino habitual de las conferencias científicas. No hubo una introducción solemne ni una sucesión ordenada de diapositivas pulidas. Desde el primer momento, el cirujano dejó claro que lo que iba a contar no encajaba del todo en los moldes habituales. “La siguiente pregunta es, ¿y de qué hablo?”, dijo al comienzo, antes de explicar que su charla se dividiría en dos partes.
La primera tenía que ver con la microcirugía reconstructiva, su especialidad. Cavadas no la presentó como un campo heroico ni excepcional, sino como una disciplina técnica, compleja y, en ocasiones, incómoda de mostrar. “La microcirugía reconstructiva es una especialidad, no como tal, es una especie de mezcla de especialidades para solucionar casos complejos, cosas que no tienen solución en las especialidades establecidas”, explicó, advirtiendo al público de que algunas imágenes podían resultar sensibles. Lo hizo sin dramatismo, casi con ironía, consciente de que el impacto visual forma parte de la realidad clínica que suele quedar fuera del discurso público.
A lo largo de la ponencia, Cavadas fue desgranando qué significa realmente reconstruir tejidos, miembros o funciones que, hasta hace no tanto, se daban por perdidos. Reimplantar una oreja, por ejemplo, es un desafío técnico enorme, aunque a simple vista pueda parecer un objetivo menor. El trabajo no consiste solo en “volver a conectar arterias, venas, nervios”, sino en conseguir que el resultado tenga sentido para la vida del paciente. El éxito no se mide en la espectacularidad de la intervención, sino en su utilidad real.
Ese enfoque práctico se repitió una y otra vez. Cavadas insistió en que la cirugía reconstructiva no busca resultados perfectos ni estéticamente ideales. “Nunca son resultados maravillosos”, afirmó al referirse a lesiones devastadoras. Son, en el mejor de los casos, resultados razonables. Y esa palabra, razonable, fue clave en toda su exposición.

Uno de los momentos más reveladores de la charla llegó cuando Cavadas se detuvo en una frase que resume su visión de la medicina: “La medicina no va de médicos, la medicina va de pacientes.” No se trató de un lema vacío, sino de una idea que vertebró todo su discurso. En su experiencia, el riesgo de la vanidad profesional es constante. “La vanidad rima muy mal con la medicina”, dijo, subrayando que el afán de lucimiento puede convertirse en un obstáculo para tomar decisiones sensatas.
Esa advertencia no fue abstracta. Cavadas la vinculó directamente a la práctica clínica diaria. Reconstruir una mano, una pierna o una cara no es un ejercicio para demostrar destreza técnica. Es una decisión que debe tomarse pensando en la vida cotidiana del paciente, en su autonomía y en su bienestar a largo plazo. Mostrar un resultado no tiene sentido si no mejora realmente la calidad de vida de quien lo recibe.
La charla avanzó mostrando distintos ejemplos de reconstrucción de miembros superiores e inferiores. En el caso de las piernas, Cavadas fue especialmente claro al explicar los límites. A veces, la reconstrucción deja un miembro más corto o menos funcional que una prótesis moderna. En esos casos, la decisión no es evidente. Sin embargo, también señaló que hay situaciones en las que “puede caminar sin tener que usar una prótesis todos los días”, y ese matiz cambia por completo la valoración del resultado.
Lejos de presentar la cirugía como una solución milagrosa, Cavadas insistió en que cada caso es distinto y que no existen respuestas universales. La técnica permite hoy “conseguir un resultado bastante razonable” en situaciones que antes terminaban en amputación, pero ese avance no elimina la necesidad de juicio clínico ni de prudencia.
En ese punto, la ponencia se desplazó hacia un terreno más ético. Cavadas cuestionó la idea de que todo lo técnicamente posible deba hacerse. La capacidad de reconstruir no implica la obligación de intervenir siempre. El criterio médico no puede reducirse a lo que dictan los manuales. “El libro dice que lo tires a la basura”, comentó en relación con determinadas recomendaciones, para añadir que lo importante es valorar cada situación concreta, no seguir protocolos de forma automática.
Esta reflexión conectó con la segunda parte de su charla, más centrada en el sentido de la medicina. Cavadas defendió una práctica clínica basada en la responsabilidad y en el respeto por el paciente, no en el prestigio personal. La cirugía, recordó, es una herramienta al servicio de personas concretas, con historias y necesidades concretas. Convertirla en un espectáculo o en un escaparate profesional es una desviación peligrosa.

A lo largo de su intervención, el cirujano evitó conscientemente los grandes discursos épicos. Habló de sangre, de límites, de errores y de decisiones difíciles. Lo hizo con un tono directo, sin edulcorar la realidad, pero también sin cinismo. Su mensaje fue claro: la medicina avanza gracias a la técnica, pero solo tiene sentido cuando se mantiene anclada en la ética.
En un festival dedicado a la divulgación científica, su ponencia ofreció un contrapunto necesario. Frente a la fascinación por la innovación y los logros extraordinarios, Cavadas recordó que el verdadero progreso se mide en términos humanos. No en titulares, sino en vidas que pueden rehacerse, aunque sea de forma imperfecta.
El público no salió con la sensación de haber asistido a una exhibición de proezas quirúrgicas, sino a una reflexión incómoda y honesta sobre qué significa curar, reconstruir y cuidar. En un contexto mediático donde la medicina suele presentarse como una sucesión de éxitos espectaculares, la voz de Cavadas aportó una dosis de realismo imprescindible.
Su intervención dejó una idea difícil de olvidar: la ciencia médica no avanza solo cuando logra hacer más cosas, sino cuando aprende a decidir mejor cuáles merece la pena hacer. Y en ese aprendizaje, la humildad resulta tan importante como la destreza técnica.
Cortesía de Muy Interesante
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