
A un año del desmayo, el secuestro y posterior detención del Mayo Zambada en Sinaloa, ¿qué aprendimos?, ¿qué podemos sacar en claro de este suceso? De entre todas las cosas que hemos vivido contra nuestra voluntad (nadie, y menos los sinaloenses, quería este baño de sangre), me parece que hay cinco puntos a destacar como aprendizajes.
Primero: Estados Unidos tiene su agenda en materia de drogas y le importa poco cuáles sean las consecuencias de sus actos mientras respondan a sus intereses. La detención del Mayo fue ilegal para efectos del Estado mexicano, pero eso les importó poco. Cuando vieron que México no haría nada para detener a un capo al que ellos identificaban como la cabeza del tráfico de fentanilo, vinieron por él. La lección es que esto puede volver a suceder, con las consecuencias que ya vimos, y el Cártel Jalisco es el candidato perfecto para otro golpe de este estilo.
Segundo: El crimen organizado es quien tiene la sartén por el mango en materia de seguridad. Mientras las instituciones del Estado sean impotentes frente a la violencia que ejercen los grupos criminales, la seguridad de una región depende más de los acuerdos entre cúpulas criminales que de lo que hagan o dejen de hacer los gobiernos. Lo dijo con toda claridad y cinismo el general Leana a pocas semanas de iniciado el conflicto: las Fuerzas Armadas no podían ni iban a hacer nada para que terminara el baño de sangre en Sinaloa.
Tercero: La capacidad de respuesta del Estado mexicano es mucho más débil de lo que creíamos. Cuando comenzó la guerra hace un año, teníamos la certeza de que las instituciones de seguridad eran débiles en su capacidad de respuesta ante una guerra civil de un cártel. Lo que nunca imaginamos es que el conflicto llegaría a un año y con mil setecientos muertos sin que el Gobierno pudiera meter las manos.
Cuarto: El crimen organizado está mucho más arraigado en la sociedad de lo que imaginamos. Sinaloa ha sido un doloroso laboratorio para observar el alcance que tienen los grupos criminales en la sociedad. Han muerto cientos de personas en esta guerra, la mayoría de ellos jóvenes de los barrios de Culiacán. No son ellos matándose entre ellos, como quisiera narrar el Gobierno, es una sociedad enfrentada consigo misma.
Quinto: La seguridad afecta poco o nada la imagen de los políticos. Un año de guerra no ha hecho tambalear al Gobierno de Rocha Moya ni le ha quitado un pelo de popularidad a la Presidenta de la República. Nos hemos acostumbrado de tal manera a que nuestra seguridad depende de otros, que ya ni siquiera le cobramos al Gobierno en turno por lo que haga o deje de hacer.
A un año del desmayo en Sinaloa, las lecciones han sido duras y el conflicto no tiene visos de terminar pronto.
Cortesía de El Informador
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