Durante décadas, el concepto de “los vikingos” ha funcionado como una categoría esencial en la historiografía medieval europea. Libros, documentales, series y museos han contribuido a consolidar una imagen homogénea, no exenta de un cierto tono épico, de estos pueblos del norte. Sin embargo, una nueva corriente crítica dentro de los estudios medievales está poniendo en entredicho la validez del concepto. Entre estas voces críticas se encuentra el historiador Alex Woolf, quien, en un reciente artículo académico, propone repensar de forma radical la utilidad histórica del término “vikingo”. Su tesis no rechaza el vocablo en sí, sino el uso que la historiografía contemporánea ha hecho del mismo como categoría étnico-cultural totalizante.
La palabra “vikingo” y su uso original
Woolf parte de un dato fundamental: el término “vikingo” ya existía en las fuentes medievales, pero tenía un significado muy limitado. En inglés antiguo (“wicing”) y nórdico antiguo (“víkingr”), designaba específicamente a los piratas, sin importar su origen étnico. Por tanto, no designaba una identidad colectiva ni una nación. Las sagas islandesas, por ejemplo, hacen uso del vocablo cuando describen cómo los jóvenes nobles participaban en actividades de saqueo marítimo antes de establecerse como adultos. Sin embargo, la conversión del término en una categoría pseudoetnográfica y connotada culturalmente es un fenómeno moderno, con raíces en el siglo XIX, que se consolidó a lo largo del XX.
El surgimiento del paradigma vikingo
El uso indiscriminado de ka categoría esencialista “los vikingos” es una construcción historiográfica reciente. Aunque empezó a tomar forma en el siglo XIX con obras como The Vikings in Western Christendom (1891) de Charles Francis Keary, no se impuso hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Sería, de hecho, en las décadas de 1970 y 1980, cuando ganó popularidad .
En origen, los cronistas y estudiosos empleaban términos como “daneses”, “nórdicos” o incluso “paganos” para referirse a grupos escandinavos específicos. Así, la idea de “los vikingos” como un sujeto histórico colectivo carece de fundamento en las fuentes medievales, que preferían designaciones costruidas sobre los geográfico, lo político o lo religioso.
Problemas con la expansión del término
Woolf critica duramente la tendencia moderna de aplicar el adjetivo “vikingo” a cualquier aspecto de la cultura escandinava medieval, ya se trate de “niños vikingos”, “granjas vikingas” o “ciudades vikingas”. Según el estudioso, esta extensión del concepto borra la diversidad interna de las sociedades escandinavas, al tiempo que desliga sus procesos históricos de los contextos regionales.
Desde un punto de vista arqueológico, muchos de los yacimientos claves asociados al llamado “mundo vikingo” tienen cronologías que preceden o exceden el periodo convencionalmente definido como Era vikinga. Por ejemplo,Woolf nota que el cementerio de Borre en Noruega estuvo en uso desde el año 400 hasta aproximadamente 1050, mientras que el asentamiento de Borg, en Lofoten, tiene una historia continuada que desde el siglo III d. C. Estos datos desafían el encuadre temporal restringido entre 793 (ataque a Lindisfarne) y 1066 (batalla de Hastings).

Una cronología centrada en Inglaterra
La Era vikinga como marco temporal es, en palabras de Woolf, una invención predominentemente inglesa. Formulada por Paul Du Chaillu en el siglo XIX, responde a una narrativa nacional centrada en la invasión y posterior “liberación” de Inglaterra frente a los escandinavos. Este marco cronológico, aunque útil para entender ciertos eventos en la historia inglesa, resulta arbitrario e inadecuado para describir los procesos históricos en Dinamarca, Noruega o Suecia.
La elección de 793 y 1066 como los puntos de inicio y fin de la Era vikinga responde a eventos específicos de la historia inglesa, no escandinava. De hecho, Woolf señala que la cristianización de Escandinavia y la consolidación de sus monarquías en el siglo X constituyen procesos más significativo en términos históricos. La conversión de Dinamarca y Noruega, así como los cambios en los flujos de intercambio económico (de la plata islámica al dinero germánico e inglés), redefinieron la región mucho antes del siglo XI.

La diversidad del mundo escandinavo
Otro de los argumentos clave que utiliza Woolf se basa en la extraordinaria diversidad cultural, política y geográfica del mundo escandinavo en la Alta Edad Media, lo cual desautoriza cualquier intento de homogeneización bajo una etiqueta única. Por ejemplo, el desarrollo urbano de Ribe, en Jutlandia, que conectaba a Dinamarca con redes comerciales frisias, sajona e incluso británicas, comenzó alrededor del año 700, un siglo antes de Lindisfarne.
Mientras tanto, las imágenes de fiordos noruegos y aldeas aisladas popularizadas por la literatura islandesa de los siglos XII y XIII han contribuido a un imaginario estereotipado que prioriza paisajes espectaculares y “exotismo” sobre la realidad socioeconómica dominante. De hecho, según apunta Woolf, algunas regiones como Jutlandia compartían más elementos paisajísticos con el este de Inglaterra y los Países Bajos que con el resto de Escandinavia.
Cuestionar la continuidad entre piratas y reyes
Una de las críticas más agudas que lanza Woolf alude a la conexión arbitraria que se establece entre los piratas del siglo VIII y los reyes cristianos del siglo XI. Agrupar bajo la misma etiqueta de “vikingos” a los saqueadores de Lindisfarne y a monarcas como Harald Sigurdsson o Cnut el Grande oscurece más de lo que ilumina. Según el estudio, los reyes operaban con objetivos políticos concretos y estructuras estatales consolidadas, radicalmente distintas a las de los corsarios anónimos del siglo VIII.
La continuidad del fenómeno “vikingo” en regiones periféricas, como las islas escocesas, hasta el siglo XIII también demuestra que no hubo un fin claro del fenómeno, lo que contradice la utilidad del marco temporal 793–1066. Incluso el llamado “último vikingo”, Sveinn Ásleifarson, murió alrededor de 1170, muy lejos del corte cronológico manejado por la historiografía oficial.
La diáspora escandinava: múltiples experiencias
Woolf también aborda el caso de las diásporas escandinavas, tanto en el Atlántico como en el Báltico. En el oeste, figuras como Olaf Guthfrithsson (rey de Dublín) y Oda (arzobispo de Canterbury), ambos descendientes de inmigrantes escandinavos, ilustran trayectorias profundamente integradas en sus contextos locales, y por tanto, inapropiadas para una lectura homogénea como “vikingos”.
En el este, los procesos fueron todavía mñas diferentes. Los suecos y gotlandeses, por ejemplo, desarrollaron redes comerciales fluviales en Europa oriental, sin paralelo en el occidente escandinavo. Asimismo, la colonización temprana en regiones como Finlandia o la fundación de Staraya Ladoga en el siglo VIII muestran que la expansión escandinava comenzó mucho antes del tradicional inicio de la denominada Era vikinga.

El caso excepcional de Islandia
Un ejemplo paradigmático de esta complejidad lo proporciona Islandia. Su colonización se produjo hacia el año 900. La organización política islandesa, basada en una república de granjeros sin estado, no se parece a casi ninguna otra en Escandinavia, salvo quizá a Gotland. Y, sin embargo, los relatos islandeses medievales han ejercido una influencia desproporcionada en la construcción del mito vikingo moderno.
¿A favor o en contra de los vikingos? Hacia una historiografía más precisa
La propuesta de Alex Woolf no supone abandonar el uso de la palabra “vikingo”, sino superar un modelo interpretativo simplista que obstaculiza una comprensión real de las sociedades escandinavas medievales. El concepto de “los vikingos” como un bloque homogéneo, con una cronología fija y características culturales comunes definidas, es una invención moderna sin base histórica sólida, sostiene Woolf. La crítica al paradigma vikingo busca liberar la historiografía de sus corsés anacrónicos y abrir paso a un estudio más matizado, regional y cronológicamente diverso del pasado escandinavo y europeo. El reto ahora es construir una narrativa que haga justicia a la complejidad de los procesos históricos sin caer en etiquetas simplificadoras.
Referencias
- Woolf, A. 2025. “The Viking Paradigm in Early Medieval History”. Early Medieval England and its Neighbours, 51. DOI:10.1017/ean.2024.3
Cortesía de Muy Interesante
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