Acuerdos y divergencias en un camino que sigue abierto

Lo que Francisco denominó “el camino de la sinodalidad”, que implicó encuentro de la comunidad católica a todos los niveles (diocesanos, nacionales, regionales y tres sesiones a nivel mundial en el Vaticano) puede representarse como un estado de asamblea en busca de promover la participación de toda la comunidad católica. Dicho esto a pesar de que el mismo Papa y sus colaboradores más cercanos se muestran molestos cuando se aplica el término “asamblea” a la experiencia sinodal porque, dicen, no corresponde con la realidad de la Iglesia. Aceptan, no obstante, que se trata de una forma de movilizar a la feligresía de una manera que no se había hecho hasta el momento. Los sínodos –que forman parte de la tradición eclesiástica- solo habían convocado hasta ahora a obispos acompañados, en el mejor de los casos, de sus asesores.

Francisco rompió ese esquema. Llamó junto a los obispos a sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos y laicos, fieles en general. Y además, los habilitó no solo para opinar, sino para votar en las decisiones a la par de los obispos. Fue un proceso largo que tuvo su punto culminante este fin de semana en el Vaticano, con el cierre de la tercera sesión (una por año) en Roma y la difusión del documento de síntesis que recogió el trabajo y las deliberaciones de más de cuatro años en todo el mundo.

El texto conocido el sábado por la tarde fue aprobado en sus 155 apartados por la totalidad de los participantes, da cuenta de la riqueza del intercambio, pero también deja en evidencia cuáles han sido las dificultades mayores y cuestiones que quedan todavía abiertas como el acceso de las mujeres al diaconado, la necesidad de mayor participación de toda la comunidad en la selección de los obispos, el papel de las conferencias episcopales, la formación de los futuros sacerdotes y la liturgia, entre los puntos que más debates provocaron.

Como es lógico suponer, hay quienes se muestran satisfechos con los resultados logrados y otros, en particular los más conservadores, que siguen advirtiendo sobre los riesgos que entraña para la Iglesia –dicen- el estilo participativo que impulsa Jorge Bergoglio.

Para el Papa la experiencia sinodal debe continuar. Y él mismo no está dispuesto a zanjar las diferencias. “Por eso no pretendo publicar una ‘exhortación apostólica’, dijo Francisco en su discurso de cierre. Lo habitual ha sido que, finalizada la etapa del sínodo, se dejara en manos del Papa la determinación de emitir un documento que, con su autoridad, fijara orientaciones y normas para la Iglesia. Bergoglio decidió no tomar esa opción.

En el Documento hay ya indicaciones muy concretas que pueden ser una guía para la misión de las Iglesias, en los diversos continentes, en los diferentes contextos, por eso lo pongo ahora a disposición de todos. Quiero, de este modo, reconocer el valor del camino sinodal realizado con este documento entregado al santo Pueblo de Dios”, subrayó.

Y dijo también que “esto no es un modo para postergar al infinito las decisiones. Es lo que corresponde al estilo sinodal con el que también el ministerio petrino se ejercita: escuchar, convocar, discernir, decidir y evaluar. Y en estos pasos son necesarias las pausas, los silencios, la oración. Es un estilo que estamos aprendiendo juntos, poco a poco”. Concluyendo que la Iglesia “ahora necesita que las palabras compartidas vayan acompañadas por hechos”.

Tampoco en el documento se disimulan las resistencias al cambio. “No ocultamos que hemos experimentado en nosotros mismos el cansancio, la resistencia al cambio y la tentación de hacer que nuestras ideas prevalezcan sobre la escucha de la Palabra de Dios y la práctica del discernimiento”, se afirma en el número 6.

Y respecto del papel de las mujeres en la Iglesia, si bien se admite que han ganado espacio, queda por el momento cerrado el acceso al diaconado, una iniciativa impulsada por algunas iglesias particulares. En parágrafo 60 se afirma que “no hay nada en las mujeres que les impida desempeñar funciones de liderazgo en las Iglesias” pero, se dice al mismo tiempo, “también sigue abierta la cuestión del acceso de las mujeres al ministerio diaconal” porque “es necesario un mayor discernimiento a este respecto”. No hubo acuerdo. Este punto es el que obtuvo una votación más dividida: 257 a favor y 97 en contra.

Otros temas para resaltar en el texto son manifestaciones de deseo que tendrán que intentar ponerse en práctica. “La Asamblea sinodal desea que el Pueblo de Dios tenga más voz en la elección de los obispos (70), pero “la competencia decisoria del Obispo, del Colegio episcopal y del Obispo de Roma es irrenunciable” (90) mientras se exhorta a los obispos a que se comprometan con la transparencia y la rendición de cuentas. Hay además una indicación para “continuar e intensificar el camino ecuménico con los demás cristianos” (40) mientras la Iglesia ”se compromete a caminar, en los diferentes lugares donde vive, con creyentes de otras religiones y con personas de otras convicciones” (123).

No falta una referencia a “una época marcada por el aumento de las desigualdades, la creciente desilusión con los modelos tradicionales de gobierno, el desencanto con el funcionamiento de la democracia, las crecientes tendencias autocráticas y dictatoriales, el dominio del modelo de mercado sin tener en cuenta la vulnerabilidad de las personas y la creación, y la tentación de resolver los conflictos por la fuerza en lugar del diálogo”. Ante lo cual los cristianos deben “desarrollar una cultura capaz de profetizar críticamente frente al pensamiento dominante” (47).

El “camino sinodal” es un proceso que sigue abierto, que en muchos temas apunta hacia la convergencia, pero en el que persisten diferencias sobre cuestiones cruciales y en las que, al menos por el momento, Francisco no está dispuesto a laudar porque sigue apostando a la comunión en la diversidad y mediante la participación. Porque “”la unidad de la Iglesia no es la uniformidad, sino la integración orgánica de las legítimas diversidades”.

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Cortesía de Página 12



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