La idea de que la humanidad desconoce lo que de verdad hay bajo sus pies tiene un largo –quizá sería más adecuado decir hondo– recorrido en la mitología. En otra parte de esta revista se narra cómo el sumerio Gilgamesh entró en el submundo en busca de su antepasado Utnapishtim, y uno de los mitos griegos más conocidos refiere el descenso de Orfeo a los infiernos para rescatar a su amada muerta, la ninfa Eurídice. En la era moderna, Julio Verne plasmó las inquietudes por los mundos subterráneos desconocidos en su novela “Viaje al centro de la Tierra” (1864), a pesar de que sus protagonistas no llegan a conseguir su objetivo.
Tales teorías, hipótesis y creencias tienen un destacado representante en la leyenda del reino de Agartha, una especie de Atlántida subterránea. Comparte con esta última su condición de mundo perdido, donde viviría una civilización formada por seres muy superiores a los humanos en capacidades físicas, esperanza de vida y conocimientos.
Pero, a diferencia del continente descrito por Platón, cuya localización exacta es motivo de controversia, la ubicación de Agartha está bien establecida: el mismo centro de nuestro planeta, que en realidad es hueco, y con espacio suficiente para albergar ciudades enteras, alimentadas por la luz de un sol interior.
Una fantasía fascinante
Aunque ha llegado incluso a generar un culto de seguidores que creen firmemente en su existencia, conviene aclarar que cualquier prueba o testimonio sobre Agartha pertenece no tanto al reino de las leyendas como al de la fantasía más desenfrenada. Buenas pruebas de ello son que entre sus defensores se cuentan farsantes históricos tan conocidos como la escritora y ocultista rusa Helena Blavatsky (1831-1891), y que no hay ninguna evidencia que respalde los supuestos hallazgos, que incluyen el descubrimiento de mapas misteriosos o presuntas declaraciones de héroes de la aviación. Pero si se decide disfrutar sin necesidad de creer, entonces estamos ante una historia tan improbable como fascinante.
¿Por dónde decidiríamos adentrarnos en Agartha? Es una buena pregunta, pues se puede acceder a través de una serie de entradas repartidas por diversas partes del mundo, como la ciudad brasileña de Manaos, las cataratas de Iguazú, la Cueva del Mamut en Kentucky, la gran pirámide de Guiza, el monte Epomeo en la isla italiana de Isquia, el monte Shasta en California, y, desde luego, los polos Norte y Sur.
Todos estos lugares de entrada han surgido de las historias de algunos de los antiguos pueblos que creían en la existencia de civilizaciones subterráneas, aunque no las llamaran Agartha. Así, por ejemplo, para los indios navajos del suroeste de Estados Unidos, nuestros antepasados –a los que llamaban Ancianos– provenían del interior de la Tierra, de donde tuvieron que huir por una gigantesca inundación. Una vez en la superficie, transmitieron sus conocimientos a la raza humana antes de regresar a su lugar de origen. China, Egipto y los pueblos esquimales poseen leyendas similares.

Superhumanos escondidos
Es el budismo el culto que más firmemente defiende la existencia específica de Agartha. Según establecen algunos de sus seguidores, un hombre santo llevó una tribu al mundo subterráneo, donde prosperó hasta edificar muchas ciudades –entre las que destaca su capital, Shambala– y multiplicar su población por millones. Los habitantes de Agartha forman una raza de superhumanos con conocimientos científicos muy superiores a los nuestros, y de vez en cuando salen a la superficie para supervisar discretamente nuestro problemático desarrollo. Su representante en el mundo exterior sería el dalái lama, que recibe órdenes directas de los agarthianos a través de una red secreta de túneles que conectan este reino con el Tíbet.
Las adaptaciones más modernas del mito comienzan posiblemente con la novela “El dios humeante” (1908), escrita por el estadounidense Willis George Emerson. Relata la historia de un marinero noruego llamado Olaf Jansen, que atraviesa con su velero una entrada al interior de la Tierra situada en el Polo Norte. Allí encuentra una red de colonias con cuyos habitantes vive dos años. Los describe como de una altura de casi dos metros. Un sol humeante ilumina su mundo. Su capital era el Jardín del Edén original. Emerson no usó el nombre de Agartha en su relato, pero es inevitable relacionarlo con la mitología sobre este reino.
El refugio bajo tierra
Así lo hizo, por lo menos, Sharula Dux, nombre con el que se da a conocer una supuesta descendiente de Lemuria, el hipotético continente que llevaría muchos milenios sumergido en el Índico. Esta mujer dice haber nacido en la ciudad de Telos, situada bajo el monte Shasta, en el norte de California. Con la autoridad que le da su origen, Sharula Dux explica en su obra “Agartha. Secrets of the Subterranean Cities” (“Agartha. Secretos de las ciudades subterráneas”) que los habitantes de este reino se refugiaron bajo tierra a causa de los muchos cataclismos y guerras que se desarrollaban en la superficie.
Entre ellos cita el conflicto bélico entre la Atlántida y Lemuria, y “el poder del armamento termonuclear que finalmente sumergió y destruyó estas dos avanzadas civilizaciones”. Los desiertos del Sáhara y del Gobi serían una consecuencia de tal devastación. Las ciudades subterráneas se edificaron como refugio para la gente y “como depositarios de los registros sagrados, las enseñanzas y las tecnologías más valoradas por esas antiguas culturas”.
Historias cogidas con pinzas
Las teorías conspiratorias que intentan sustentar el mito incluyen un supuesto mapa de Agartha dibujado por el pintor y cartógrafo austriaco Heinrich C. Berann (1917-1999), o el testimonio del héroe de la aviación Richard Byrd (1888-1957), quien en sus vuelos pioneros sobre el Polo Norte habría hallado la entrada a un reino subterráneo. Como suele pasar en estos casos, el Ejército estadounidense lo habría obligado a mantener silencio sobre lo que había visto.

Agartha en el budismo
Hay una variante del mito que, probablemente por su relación con el budismo, sitúa a Agartha como una civilización oculta en el Tíbet (es frecuente que se la confunda con su capital, Shambala). Escritores con afición por el esoterismo, como el francés Alexandre Saint-Yves d’Alveydre o el polaco Ferdynand Ossendowski, recurrieron a esta versión cuando escribieron sobre Agartha, y en los libros de ambos se basaron Alberto Manguel y Gianni Guadalupi para redactar esta maravillosa descripción en su “Guía de lugares imaginarios”:
“Antiguo reino enclavado en la actual Sri Lanka, aunque algunos viajeros también lo ubican en el Tíbet. Agartha merece ser citado porque los viajeros que lo atraviesan ni siquiera llegan a darse cuenta de ello. Es posible que, del mismo modo, hayan vislumbrado Paradesa, la célebre Universidad del Conocimiento donde se conservan todos los tesoros ocultos y espirituales de la humanidad. Y también que, sin ser conscientes de ello, hayan recorrido la regia capital de Agartha, que guarda el trono de oro adornado con las imágenes de dos millones de pequeños dioses. […] Tal vez resulte superfluo añadir que los viajeros habrán visto y olvidado que Agartha posee una de las bibliotecas de libros de piedra más vastas del mundo, que su fauna cuenta con pájaros de dientes afilados y tortugas de seis patas y que entre sus habitantes hay muchos que tienen la lengua bífida”.
Sin duda, una descripción mucho más estimulante que el reciclaje de leyendas antiguas por parte de supuestos moradores de Lemuria.
Cortesía de Muy Interesante
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